No grave will hold me...

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Os estoy vigilando...

sábado, 15 de septiembre de 2007

The Sandwatch II

- ¿Y bien? ¿Qué piensan hacer?

Los aldeanos estaban perplejos. ¿El Diablo? El alcalde se adelantó frente al resto de su gente, debía protegerles.

- ¿Qué quiere decir con eso, extranjero? – en su fuerte y poderosa voz, se podía oír un atisbo de inquietud.

- Me alegro de que alguien colabore. – la voz del Diablo sonaba divertida – Como supongo habrán escuchado, éste es el tiempo que les queda de vida – señaló al reloj a sus pies – Cuando el último grano de arena de este, mi peculiar reloj, caiga, el mundo tocará a su fin. Les aconsejo que no intenten huir. No importará donde estén. En fin, no hay mucho más que decir. Por si se lo preguntan, y deberían, tienen tres días. ¡Disfruten!

Y antes de que nadie pudiera reaccionar, metió su mano en su túnica y sacó una pequeña esfera negra que lanzó al suelo. Con un sonoro estruendo el artefacto estalló liberando una tupida cortina de humo. No tardó en disiparse, pero el Diablo ya no estaba. Con el ruido del estallido, el caballo relinchó asustado y galopó velozmente hacia las aun abiertas puertas de la aldea.

La gente estaba consternada. Se oyeron tanto gritos de pánico como desafiantes risas, pero a nadie le había sido indiferente aquel suceso. Todos miraron al alcalde de la villa, cuya frente estaba perlada por el sudor. Furioso, corrió a su herrería y salió inmediatamente con un enorme mazo.

- Diablo... A ver cómo detiene esto...

El alcalde alzó el mazo cuando aún se estaba acercando, ante los aplausos de sus cohabitantes. Con un grito, balanceó la herramienta con toda su fuerza.

Y el alcalde cayó al suelo. El palo del mazo se partió con el impacto contra el inesperadamente resistente cristal.

Y el pánico cundió.

La gente corrió histérica a sus casas o simplemente se alejó todo lo que pudo de aquel artefacto maldito. Algunos valientes intentaron destruir el reloj con diversas herramientas, pero obtuvieron el mismo resultado que el alcalde. Ni siquiera la madera sucumbió a las dentelladas de hachas o sierras. ¿Realmente era un artefacto del Demonio?

En el momento del anuncio del extranjero el sol ya se estaba poniendo, y la noche trajo consigo pesadillas y sueños inquietos a los pocos que lograron dormir. El alcalde, cuya única familia que le quedaba era su pequeña hija de 6 años, durmió esa noche abrazado a ella, como temiendo que se la arrebataran, como la enfermedad se llevó a su esposa, años atrás.

Al día siguiente todos se acercaron a la plaza, como si lo ocurrido el día anterior hubiera sido un mal sueño. Pero el alma de todos se sacudió de nuevo: el reloj permanecía allí, impertérrito salvo por el constante fluir de su arena prístina, que estaba a punto de llegar a la mitad. Entonces los aldeanos se percataron del auténtico peligro que corrían.

Las reacciones de los habitantes de la villa fueron numerosas y distintas: los hubo que se agruparon para intentar encontrar al Diablo para que detuviera el avance de la arena del reloj; los hubo que, desesperados, saquearon a sus vecinos todos los víveres que pudieron y se encerraron en sus casas, creyéndose protegidos; los hubo que, en contra de lo que les advirtió el Diablo, huyeron de la aldea en la que habían habitado toda su vida.

El alcalde intentó mantener la calma en aquel momento de crisis, pero ninguno de sus cohabitantes parecieron hacerle caso. Aquella aldea estaba condenada. Su pequeña hija, por el contrario era demasiado pequeña para darse cuenta de lo que sucedía. Así que le preguntó a su padre, asustada. Éste, sacando fuerzas de flaqueza, sonrió a la pequeña mientras le decía:

- No ocurre nada, mi niña. La gente está asustada porque…nos vamos a tener que ir todos… en tres días. – El alcalde estaba inventando cada palabra sobre la marcha, para no sobresaltar a la pequeña; no quería que sus últimos momentos con la persona más importante de su vida estuvieran bañados por lágrimas.

El segundo día transcurrió igual que el primero, aunque con la desesperación en auge en vistas del cercano final. Muchos de los aldeanos se habían unido a los autoexiliados. Los saqueos amainaron en vista de que cada vez quedaban menos habitantes y que aun quedaba algo de decencia en los que quedaban, aunque también podía deberse a que los saqueadores fueron de los rezagados en huir.

- Si nos vamos a ir en tres días... ¿Cómo es que los demás se están yendo ya? ¿No podemos ir con ellos? – la niña le preguntaba triste a su padre; muchos de sus amiguitos habían tenido que partir.


- No, mi vida... – a su padre se le hacía un nudo en la garganta cada vez que tenía que fingir que la desesperación no se le llevaba. – Nos iremos... cuando llegue el momento... – el alcalde tenía que darse la vuelta para que su pequeña no le viera derramar lágrimas.

La arena del reloj proseguía su imparable aunque sutil descenso a la mitad inferior del cristal, ajena a la tragedia que auguraba.

5 comentarios:

Tréveron dijo...

el relato no molara una mierda, pero y lo que mola el reloj?

:P

Fluffy dijo...

A mi me parece un reloj mu bonito

Tréveron dijo...

poco mas, ciertamente....

Fluffy dijo...

no desmerezcas al reloj...el reloj al fin y a al sargento..perdón y al cabo, no tiene la culpa....

Yo la verdá es k me kedo extasiado con lo bonico que es el puñetero..tiene un encanto, no se ..especial

Tréveron dijo...

por que cualquier objeto inanimado despierta mas interes que yo...?


por que lleva siendo asi desde que tengo unso de razon...?

a quecoño huelen las nubes?