No grave will hold me...

No grave will hold me...
Os estoy vigilando...

jueves, 29 de mayo de 2008

Gotcha!



¡¡ADMITIDLO!!

¡¡TODOS LO HABEIS PENSADO ALGUNA VEZ*!!

Y aprovecho para excusarme por no seguir con el relato. Examenes y esas cosas, ya sabeis (guiño, guiño).

Cuidenseme, aunque total, tos nos vamos a morir...





*Lo de "prepucio", lo otro no.

domingo, 25 de mayo de 2008

Get it?



Inexplicablemente... no me atreví a apretar el gatillo.... x3

El período de exámenes se aproxima, ¡¡NO PODEIS JUZGARME!!

(¡¡Mi primera tira-solo-para-aquellos-que.van-a-mi-carrera-o-tienen-un-minimo-de-idea!! ¡¡Estoy orgulloso de mí mismo!!)


...


...


(Maldita la vez en que no apreté ese jodido gatillo...)

miércoles, 21 de mayo de 2008

Madness

Es de noche, y la luz de la luna ilumina el suelo y las enladrilladas paredes de un patio de luces de una urbanización cualquiera. Numerosos balcones de frío metal negro dan al mismo, pero no hay nadie asomado en este momento, solo algunas flores habitantes del algún tiesto esporádico, que, con sus pétalos cerrados, descansan. Todo está en silencio, y solo un descarado grillo lejano encandila con su chirrido a la fresca y delicada brisa nocturna.

De las sombras de los extremos del patio aparecen dos figuras humanas, caminando airosas la una hacia la otra: un hombre y una mujer.

Él viste una larga túnica de gala abierta negra sobre una camisa blanca con chorreras a la altura del pecho, que emergen de entre las solapas de la túnica, y en los extremos de las mangas. Una cinta roja aletea anudada cuidadosamente sobre el cuello de la camisa. Sus pantalones, también de corte victoriano, eran negros y terminaban a la altura de las espinillas, sobre unas medias blancas. Sus zapatos, de charol y acabados en una punta roma, eran igualmente negros. Sus cabellos eran castaños y llegaban hasta la base de su nuca, cubriendo el flequillo enteramente sus ojos.

Ella está en galanaza con un largo vestido de cadera ancha, todo de un blanco inmaculado, con una larga cola que, ondulante, se desliza sobre el sucio suelo. Un ceñido corsé perfila su fina cintura y eleva su generoso pecho. En sus hombros y muñecas la tela del vestido se ensancha, contrastando con la fina y transparente gasa que cubría sus brazos, aun insinuándolos. El vestido termina en una cinta que cubre parcialmente su mano, sujetada en un anillo plateado puesto en su dedo corazón. Sus carnosos labios están delicadamente maquillados de un color rojo intenso, y algo de colorete enrojecían sutilmente sus suaves pómulos. Sus largos y ondulados cabellos son castaños, al igual que los del hombre y dos mechones de su flequillo, de igual manera, cubren sus ojos por completo.

Ambos llegan a la altura del otro y se detienen.

Sonríen.

Sin mediar palabra colocan una mano en la cintura del otro y se toman de la otra, con firmeza solemne. No suena música alguna, y sin embargo, comienzan a bailar, a ritmo de vals.

Apenas hacen ruido, tan solo el de su zapateo y alguna risa ocasional. Pero el patio, a pesar de ser relativamente ancho, reverbera y amplifica los sonidos, y los vecinos no tardan en salir a ver qué ocurre.

El primero en asomarse es un señor calvo y orondo, que tan solo lleva una camiseta interior de tirantes, que no oculta su panza, y unos calzones largos. Al ver aquel par de danzarines comienza a reír, estaban haciendo el ridículo. Su risa se hizo más y más estridente, así que entró de nuevo en su casa para no llamar la atención. Intenta acomodarse en el sofá pero las piernas le fallan, la situación era tan hilarante que se sienta en un rincón, en el suelo, para seguir riendo. Nunca dejará de reír.

Una mujer se asoma después, vestida con un camisón rosa con estampados florales y una redecilla en el pelo. Ve a la pareja bailar y les acusa de locos, al no tener siquiera música con la que bailar. Entonces agudiza el oído y escucha un leve murmullo harmonioso. Éste, poco a poco, se convierte en música y la mujer suspira, adentrándose en su hogar. Pero, repentinamente, se detiene al escuchar la melodía a más volumen. Asustada, busca algún aparato de música oculto por todas partes, incapaz de identificar de dónde proviene, pero no encuentra nada Y la música no hace sino sonar más y más alto. Para intentar relajarse, hace lo que considera más lógico: comenzar a bailar. Bailar sin descanso, al son de una melodía que no dejará de oír jamás.

Otro hombre se asoma, vestido con pantalones vaqueros, botas negras y una chupa de cuero sobre una camiseta blanca. Observa a los bailarines con sorna, durante unos instantes. Giraban y giraban. Sus vestimentas parecían querer dibujar espirales en el suelo. Pero son incapaces de hacerlo, piensa. Son unos inútiles. El hombre entra en su casa y toma un pedazo de papel y un lápiz. Una tras otra, comienza a dibujar espirales, unas mejores que otras. Pero ninguna es perfecta. ¿Es el también un inútil?, piensa. Continúa dibujando espirales y sigue sin conseguir su objetivo. Se le acaba el papel, y pronto se ve obligado a dibujarlas en las paredes de su hogar, en sus mesas, escritorios y muebles. No son suficientes, aun no lo consigue. No le queda más remedio que comenzar a usar su propio cuerpo para dibujar espirales. Comprende que, aun así, nunca lo conseguirá, y emite un desgarrador grito de frustración.

La pareja continúa bailando mientras sonríen.


- ¿Lo oyes, mi amor? – dice él.

- Lo oigo, mi amor – dice ella.

- Ríen, bailan y gritan, mi amor.

- Bailan, gritan y ríen, mi amor.

- ¿No es como música, mi amor?

- Es como música, mi amor.

- Bailemos pues, mi amor.

jueves, 15 de mayo de 2008

Mating



Este pensamiento casi nos cuesta que nos echen a Pic y a mí de clase de Genética por reírnos en la cara del profesor. Es lo que tiene ponerse en primera fila...

domingo, 11 de mayo de 2008

The Nether, Chapter XIII: Rendezvous

La anaranjada luz del Crepúsculo Sin Fin atravesaba las escasas ventanas de la taberna de Latvian, fusionándose en una provechosa simbiosis con las múltiples antorchas que colgaban de las paredes. Redondeaba una cálida atmósfera en las que Bianco hablaban con Bianco y Nero con Nero. Puesto que en aquel momento había mesas libres de sobra, el único contacto entre clanes se daba cuando un Bianco solicitaba alguna bebida a Latvian, no sin cierto recelo. Éste atendía con adusta diligencia y sin apenas dirigir una palabra a nadie, perdiendo la noción de quién entraba y quién salía de su establecimiento.

Pero no aquella entrada.

No él.

Un silencio ominoso irrumpió de repente en la taberna junto al Barquero, solo roto por el frufrú de su gabardina negra rojiza. Caminando con paso firme, Caronte se acercó a la barra de Latvian, que le miraba tras ésta con desdén.

- Sabes que no me gusta que uses tus trucos en mi taberna... – le espetó el regente

Caronte miró severamente a Latvian con sus ojos sin pupilas ni iris, para luego pasear su mirada por los clientes con el rabillo del ojo.

- Yo no he hecho nada – repuso con rotundidad

El tabernero sonrió, algo molesto. Era consciente de que, a pesar de que su rostro era severo, disfrutaba con aquel tipo de teatralidad.

- ¿Qué ocurre, Barquero? ¿Has venido a por algo para beber? ¿No tienes suficiente con tu Río? – ironizó.

La reacción de Caronte a ese comentario no se hizo esperar. Con un movimiento tan fugaz como violento tomó la pechera de la parca de Latvian y le sacó de la barra por encima de esta. Le sostuvo con su mano derecha por encima del suelo unos instantes mientras todos los clientes observaban atónitos. Nadie se atrevió a actuar. Al fin y al cabo, se trataba del mismísimo portador de las almas al Juez.

- No estoy de humor para tu cinismo, “Tabernero” – dijo entre dientes

- Bájame – dijo Latvian con serenidad repentina

No había miedo en su rostro, no había dolor ni humillación. Ni tan siquiera una socarrona sonrisa de satisfacción. Tan solo una brutal impasibilidad. El ambiente en el establecimiento estaba viciado por una silenciosa tensión, casi tangible.

- La situación es seria, maldito bufón – dijo Caronte, aun sosteniendo el pesado cuerpo del encargado de la taberna

- Bájame – repitió Latvian, con el mismo tono de voz. Entonces abrió su mano, y la manga izquierda de su parca se arremolinó hacia su mano, materializando una enorme guadaña – Ahora

Algún murmullo se oyó entonces, sobre todo de los Nero presentes. Sin embargo nadie se atrevió a intervenir. En ese momento la puerta de la taberna se abrió. Y Dimahl detuvo su avance en seco al ver aquel espectáculo.

Caronte y Latvian desviaron sus miradas hacia la entrada, clavando sus furiosos ojos en el Nero, que casi se ve obligado a retroceder. Se mantuvo inmóvil unos instantes, observando cómo aquellos dos hombres volvían a mirarse. Dimahl había acordado con Nahara que ésta entraría unos minutos tras él, para no despertar sospechas, pero no había contado con aquel contratiempo, así que Nahara apareció en su espalda. Por el rabillo del ojo, el Nero se percató de que ella también miraba, con la boca entreabierta, cómo Caronte descendió lentamente el cuerpo de Latvian de nuevo al suelo, cómo el tabernero retornaba su guadaña a su parca, cómo el barquero aun le tenía agarrado de su pechera y le miraba con furia.

- El Juez no se encuentra en el trono. – susurró Caronte; Latvian le miró incrédulo – Mantén lo ojos y los oídos abiertos... – le soltó de la parca –...y la boca cerrada.

Y con la misma impetuosidad con la que entró, el Barquero se dirigió a la entrada. Sin dirigirles ni tan siquiera una fugaz mirada, obligó a Dimahl y Nahara a apartarse al no frenar en su avance. Éstos salieron de su camino, recibiendo Dimahl un golpe de hombro de Caronte, que siguió como si nada. El Nero miró entonces a Nahara, que, aunque desconcertada por lo que acababa de ver, seguía afectada por algo. No se habían dirigido la palabra tras salir juntos de Guardaluz, por temor a ser descubiertos. Y fue difícil no llamar la atención, ya que el perro, por alguna razón, estuvo todo el camino ladrando y gruñéndole a Nahara. A medio camino de la taberna, después de que Dimahl se convirtiera en Nero otra vez, ordenó al animal que se detuviera y le esperara allí. El perro obedeció, no sin un ladrido de protesta y más gruñidos.

Dimahl esperó a que Nahara entrara en la taberna y, seguidamente, entró tras ella. Un puñado de pares de ojos les escrutaron, hasta que se percataron de que no tenían nada que ver con lo sucedido y volvieron a sus asuntos. Latvian parecía un tanto inquieto mientras volvía tras la barra.

Como ya habían hablado, en Nero y la Bianco se sentaron en mesas distintas pero contiguas. Dimahl, valiéndose de su descaro habitual, inclinó la silla hacia atrás y apoyó los pies en la mesa. De esta forma, quedaba más cerca de Nahara. Ésta tenía la mirada perdida y abrazaba sus antebrazos, desnudos bajo la fina túnica que vestía. Las imágenes de Nocheeterna seguían grabadas a fuego en su retina, muy a su pesar.

- ¿¡Qué demonios hacías de vuelta en Guardaluz!? – susurró irritado Dimahl, recordando la razón por la que se hallaban allí

Nahara no respondió inmediatamente. Era consciente de la pregunta de Dimahl, como también era consciente de la respuesta. Sencillamente, no sabía por dónde empezar. Miraba sus manos, temblorosas ante los recientes recuerdos de lo ocurrido en Nocheeterna, sopesando la posibilidad de poder dirigirse al Nero sin derrumbarse. Tras unos instantes de silencio, que hasta una parte del impaciente Dimahl pudo entender, Nahara habló. Sin embargo, respondió con una pregunta:

- ¿Por qué no me hablaste de ella? – dijo al fin

A Dimahl le desconcertó un tanto la pregunta. Pensó unos segundos sobre a quién podía referirse la Bianco y suspiró, respondiendo confiado.

- Sí... quizás debiera haberte advertido sobre esa víbora de Nevan, pero no entien...

Nahara golpeó su mesa, sin dejarle acabar la frase.

- ¡¡SABES DE SOBRA DE QUIÉN ESTOY HABLANDO!! –gritó a viva voz, sin importarle las insidiosas miradas de quienes les rodeaban.

Afortunadamente, las discusiones y bravatas entre Bianco y Nero eran habituales, e ignoradas por todos, en la taberna de Latvian. Éste solía ser el que las tajaba de raíz con su frase habitual: “En mi local no hay lugar para las chiquilladas; largo de aquí”. Sin embargo, ahora limpiaba distraídamente una jarra de cristal, perdido en sus pensamientos tras la inquietante noticia que Caronte de había brindado.

Dimahl se quedó petrificado ante la reacción de Nahara. Pese a que poco tiempo era el que había pasado cerca de ella, jamás hubiera imaginado ese comportamiento por su parte. Y a pesar de ello no era de extrañar del todo. Nocheeterna tendía a provocar ese tipo de reacciones.

- No... no sé de que me estás hablando... – respondió, confuso

- ¡La mujer que flota en el cielo de Nocheeterna! – exclamó ella, volcando toda su fuerza de voluntad en mantener un mínimo de control.

- ¡Te digo que sigo sin...! – entonces comprendió, llevándose una mano a la cabeza – ¿Has estado en la Torre...?

- Sí – respondió Nahara, tajante, Dimahl asintió, atando cabos

- Así que has conocido a ese tarado de Yorüen...

- Sí – repitió la Bianco, impacientándose

- Te advertí que no fueras a ese lugar...

- ¿¡Y QUÉ SI LO HICE!? ¡¿QUÉ QUERIAS OCULTARME!? – gritó, exasperada

- ¡No te oculto nada, estúpida! – tragó saliva – ¡Has sido engañada por ese maníaco! – Dimahl también estaba perdiendo los estribos

- ¿¡Y cómo explicas lo de sus cadenas!? ¿¡Bajo qué voluntad le liberan y le aprisionan con vida propia!?

- ¡Bajo la voluntad de la Torre, ignorante! – dijo el Nero - ¿Por qué crees que si alguien muere en Nocheeterna, la neblina en que se convierte su alma se dirige a la Torre? – Nahara giró la cabeza para prestarle atención, con la esperanza de comprender algo de lo que le había sucedido; Dimahl continuó su explicación – La columna de la cámara central de la Torre de la Redención llega hasta sus entrañas. Allí, las almas de los que han caído vuelven para ser cautivas una vez más y que vuelvan a ser castigadas. Verías cómo los Nero allí presentes movían a los prisioneros de lugar – Nahara asintió, a pesar de que Dimahl no la veía – Puesto que los “redimidos” se acumulan en el sótano, los guardianes les van trasladando a celdas superiores o a las regiones de Nocheeterna pertinentes. Es el influjo de la Torre el que lleva a cabo ese proceso. Yorüen, por alguna razón, es tratado de manera especial, debido a su fanatismo. La propia Torre debió considerar más apropiado que fuera encadenado para siempre en sus paredes y que su permiso se basara en ajusticiar a algunos reos.

- Te repito... que vi a una mujer... – respondió Nahara, con la voz quebrada – Ella me habló al poco de entrar en aquel lugar. Me dijo que buscara a un reo y que llevara hasta Yorüen. Y él me habló de ella. La vi, Dimahl...Tenía un vestido blanco y una cinta cubría sus ojos y su boca.

- La voz que oías – explicó el Nero – no era sino el eco que reverbera en las paredes de la Torre. Y oíste el nombre de Yorüen porque se le nombra constantemente allí, o bien por Nero que se enfrentan a él, o por reos que envidian el aparente favoritismo que se le brinda. – Dimahl se detuvo al explicar el hecho de que viera a esa mujer, pero encontró una posible razón – ¿Le mataste, verdad? – dijo entonces, acusador

Nahara cerró los ojos, dejando caer una lágrima.

- Sí...

- Y es la primera vez que te ves obligada a hacerlo – la Bianco guardó silencio – Tu mente no pudo soportarlo y se derrumbó, Nahara. Aquello que viste no fue más que un producto de tu imaginación – sentenció

Entonces Nahara recordó aquella enajenación que sufrió después de asestarle la estocada a Yorüen. Aquella repentina necesidad de acabar con las vidas de todos los que estaban a su alrededor en aquel pasillo. Recordó también cómo imágenes de recuerdos que ella nunca había vivido aparecieron en su mente. Imágenes de una prisión en la que ella era la cautiva. Y sentimientos. Los mismos sentimientos de sed de sangre que la llevaron a segar las vidas de los reos que la rodeaban. Sí, pensó Nahara, tal vez él tuviera razón.

La Bianco estaba muy perturbada, y sentía una gran tentación de decirle a Dimahl que lo dejaba, que quería volver a Guardaluz. Pero había algo en Nocheeterna. Debía volver y entender ese lugar, era algo que, llegados a aquel punto, necesitaba desde lo más profundo de su alma. Pero aun estaba afectada, y necesitada distraerse. Miró a su alrededor, viendo a los guardianes que aun comentaban lo sucedido entre Latvian y Caronte.

- ¿Qué se supone que ha sucedido aquí? – preguntó; su voz se estaba suavizando de nuevo, comenzando a tranquilizarse

- La verdad, no tengo ni idea – respondió Dimahl, algo aliviado ante el cambio de tema – Pero si requería la atención del Barquero, debe de ser algo grande. Y más si le ha plantado cara a Latvian

- ¿Qué tiene Latvian de especial? – Nahara miró con un atisbo de curiosidad al tabernero, que seguía limpiando la misma jarra, completamente absorto

- ¿No has visto su guadaña? Nadie la maneja como él. Se dice que, cuando estaba en Nocheeterna, no tenía rival. Por eso es, posiblemente, el único, sin contar al Juez, que se atrevería a plantarle cara al Barquero.

- Vaya... – respondió Nahara distraída, levantándose de su silla; no le importaba en absoluto el pasado de Latvian, pero agradecía olvidar lo sucedido unos instantes

Dimahl estiró el cuello desde su silla para mirar hacia atrás, con la cabeza al revés. Sus cabellos colgaron con suavidad mientras su mirada veía cómo Nahara se alzaba. Parecía algo más serena y eso calmó al Nero. Temía que quisiera abandonar el trato.

- Una cosa más – dijo la Bianco, de espaldas – Yorüen, antes de atacarme, dijo que siempre negaba el Olvido; ¿a qué se refería?

- Cuando un Nero mata a un reo, generalmente es porque ha hecho mal su trabajo. Cuando eso ocurre, a los prisioneros se les concede una oportunidad en las entrañas de la Torre: o vuelven a una celda, o se dirigen al Olvido.

- ¿Y qué es el Olvido? – Nahara fingía recolocar la silla bajo la mesa para poder permanecer de pie y escucharle sin llamar la atención

- La disolución completa del alma – Dimahl no fingía, miraba la desnuda espalda de ella aun con la cabeza al revés – No hay Guardaluz, no hay Nocheeterna. Nada. La conciencia se disuelve por siempre jamás en el Mar del Silencio.

- ¿El Mar del Silencio?

- Quizá deberías ir allí. Lo entenderías mejor. – dejó de mirar a la Bianco y miró al vacío, volviendo a poner su cabeza del derecho – Verás un pequeño riachuelo que nace al sur de la Torre, a una cierta distancia de la base. Síguelo y llegarás. – ella asintió en silencio y se dirigió a la entrada – Y, Nahara – llamó Dimahl, posando sus ojos en los suyos – por tu bien, no vuelvas en la Torre.

Nahara miró en silencio los oscuros ojos de Dimahl unos segundos, para pasado ese tiempo darse la vuelta y proseguir, desapareciendo tras la puerta de la taberna.

El Nero miró, pensativo, el techo de la taberna, firmemente sustentado por gruesas vigas rectangulares de madera, probablemente provenientes de los mejores sauces de Guardaluz. Había olvidado mencionarle a Nahara lo poco que había averiguado de aquel relato que ella encontró. Y era una lástima, porque probablemente no volvería a la Biblioteca, ya no consideraba que Nahara necesitase saberlo, en su estado actual. Además, Dimahl ya había perdido demasiado tiempo.

Realmente había temido que Nahara se echara atrás, él también necesitaba estar en Guardaluz. Pero sus motivos eran distintos. Sí le estaba ocultando algo a Nahara.

viernes, 9 de mayo de 2008

Groagr...



En serio, creo que esta mujer me ha pasado la rabia cuatro o cinco veces...

Pero mejoré...

lunes, 5 de mayo de 2008

The Nether, Chapter XIII: Rendevous [Preview]

La anaranjada luz del Crepúsculo Sin Fin atravesaba las escasas ventanas de la taberna de Latvian, fusionándose en una provechosa simbiosis con las múltiples antorchas que colgaban de las paredes. Redondeaba una cálida atmósfera en las que Bianco hablaban con Bianco y Nero con Nero. Puesto que en aquel momento había mesas libres de sobra, el único contacto entre clanes se daba cuando un Bianco solicitaba alguna bebida a Latvian, no sin cierto recelo. Éste atendía con adusta diligencia y sin apenas dirigir una palabra a nadie, perdiendo la noción de quién entraba y quién salía de su establecimiento.

Pero no aquella entrada.

No él.

Un silencio ominoso irrumpió de repente en la taberna junto al Barquero, solo roto por el frufrú de su gabardina negra rojiza. Caminando con paso firme, Caronte se acercó a la barra de Latvian, que le miraba tras ésta con desdén.

- Sabes que no me gusta que uses tus trucos en mi taberna... – le espetó el regente

Caronte miró severamente a Latvian con sus ojos sin pupilas ni iris, para luego pasear su mirada por los clientes con el rabillo del ojo.

- Yo no he hecho nada – repuso con rotundidad

El tabernero sonrió, algo molesto. Era consciente de que, a pesar de que su rostro era severo, disfrutaba con aquel tipo de teatralidad.

- ¿Qué ocurre, Barquero? ¿Has venido a por algo para beber? ¿No tienes suficiente con tu Río? – ironizó.

La reacción de Caronte a ese comentario no se hizo esperar. Con un movimiento tan fugaz como violento tomó la pechera de la parca de Latvian y le sacó de la barra por encima de esta. Le sostuvo con su mano derecha por encima del suelo unos instantes mientras todos los clientes observaban atónitos. Nadie se atrevió a actuar. Al fin y al cabo, se trataba del mismísimo portador de las almas al Juez.

- No estoy de humor para tu cinismo, “Tabernero” – dijo entre dientes

- Bájame – dijo Latvian con serenidad repentina

No había miedo en su rostro, no había dolor ni humillación. Ni tan siquiera una socarrona sonrisa de satisfacción. Tan solo una brutal impasibilidad. El ambiente en el establecimiento estaba viciado por una silenciosa tensión, casi tangible.

- La situación es seria, maldito bufón – dijo Caronte, aun sosteniendo el pesado cuerpo del encargado de la taberna

- Bájame – repitió Latvian, con el mismo tono de voz. Entonces abrió su mano, y la manga izquierda de su parca se arremolinó hacia su mano, materializando una enorme guadaña – Ahora

Algún murmullo se oyó entonces, sobre todo de los Nero presentes. Sin embargo nadie se atrevió a intervenir. En ese momento la puerta de la taberna se abrió. Y Dimahl detuvo su avance en seco al ver aquel espectáculo.

Caronte y Latvian desviaron sus miradas hacia la entrada, clavando sus furiosos ojos en el Nero, que casi se ve obligado a retroceder. Se mantuvo inmóvil unos instantes, observando cómo aquellos dos hombres volvían a mirarse. Dimahl había acordado con Nahara que ésta entrada unos minutos tras él, para no despertar sospechas, pero no había contado con aquel contratiempo, así que Nahara apareció en su espalda. Por el rabillo del ojo, el Nero se percató de que ella también miraba, con la boca entreabierta, cómo Caronte descendió lentamente el cuerpo de Latvian de nuevo al suelo, cómo el tabernero retornaba su guadaña a su parca, cómo el barquero aun le tenía agarrado de su pechera y le miraba con furia.

- El Juez no se encuentra en el trono. – susurró Caronte; Latvian le miró incrédulo – Mantén lo ojos y los oídos abiertos... – le soltó de la parca –...y la boca cerrada.

Y con la misma impetuosidad con la que entró, el Barquero se dirigió a la entrada.

sábado, 3 de mayo de 2008

Intermission

Bueno... habréis notado que no tengo mucho que postear ultimamente (tengo alguna que otra tira en la recámara, pero no quiero saturar esto '^^)

Asñi que he decidido colgar este interludio mientras sigo escribiendo, aunque la verdad es que últimamente ando un poco espeso...


¿Espeso...? Eso me recuerda...


¡¿QUERÉIS VER ESPERMA DE CABRA!?

¡¿QUERÉIS VER ESPERMA DE CABRA!?

¡¡YO RESPONDERÉ SI QUERÉIS VER ESPERMA DE CABRA!!

¡¡CLARO QUE QUERÉIS VER ESPERMA DE CABRA!!

¡¡TODO EL MUNDO QUIERE VER ESPERMA DE CABRA!!



Ajiem...


Esperma de cabra aportado por el Centro de Investigación Técnica Animal


Y ahora, si no os importa voy a meterme el dedo en la nariz un rato