No grave will hold me...

No grave will hold me...
Os estoy vigilando...

martes, 23 de octubre de 2007

The Nether, Chapter IV: Poetry

Nocheeterna.




Donde lo único que brilla es la luna reflejada en las guadañas de los Nero.

Cualquier descripción hablada se quedaba corta en la presencia de aquel lugar.

Las enormes puertas de piedra estaban ornadas con macabros grabados de pequeños demonios torturando a humanos en cuyos rostros se reflejaba quizás demasiado bien su sufrimiento. Tanto es así, que Nahara hizo una mueca de dolor cuando las puertas se abrieron, ya que el chirrido del rozamiento de éstas evocaban gritos y gemidos de agonía.

“¡¿Ir a Nocheeterna!?” Recordó la propuesta de Dimahl, para intentar saber cuando hubo sido convencida para aquella locura.

Nahara atravesó las puertas, cubierta casi enteramente por la parca, como le aconsejó el Nero, y sosteniendo firmemente su recién adquirida guadaña. Otros dos miembros de ese mismo clan flanqueaban la entrada de su territorio. “Esos inútiles sólo cruzarán sus guadañas cuando quieras salir de allí”, dijo Dimahl. Efectivamente, los Guardianes tan sólo siguieron a Nahara con sus ojos cubiertos bajo sus respectivas capuchas.

“Esto funciona así” las palabras de Dimahl resonaron de nuevo en su mente, “Yo voy a Guardaluz y tu a Nocheeterna, ¿qué te parece?”

“Me parece que habéis bebido demasiado...” respondió ella “¿Sabeis lo que nos puede ocurrir si el Juez nos descubre?”

Dimahl se inclinó sobre la mesa, con una macabra sonrisa “Pequeña, yo mismo me he encargado de ajusticiar a aquellos que han desobedecido las sentencias del Juez”

“Razón de más pues. Es una locura” Nahara creyó concluir aquella conversación, pero el Nero no lo creía así.

Nahara avanzó dubitativa por los arenosos terrenos de Nocheeterna cubiertos de niebla, vislumbrando las escasas, aunque horriblemente siniestras estructuras de aquel lugar. La primera y más vasta de todas era una gigantesca torre de arquitectura amorfa e irregular que se alzaba a unos quinientos metros de las puertas de Nocheeterna. Se trataba de una colosal estructura más ancha en su base que en su cima, como si fuera un dedo podrido de la misma tierra que intentara escapar de su corrupción. Había, además, algo peculiar en aquella torre: toda la niebla de Nocheeterna parecía concentrarse en su cima, si bien no se podía percibir a ciencia cierta si la niebla entraba por la torre o salía de ella. “La Torre de la Redención”. De nuevo, Dimahl volvió a ser recordado. “No te recomiendo empezar tu visita por ahí, pequeña... Demasiado...” se pensó unos instantes el final de esa frase “fuerte, quizás... para una primeriza” y el Nero esbozó aquella irritante sonrisa que le caracterizaba una vez más.

Nahara pasó de largo, siguiendo el consejo se su particular socio. Tuvo que esquivar a algunos miembros del clan Nero que iban y venían de la Torre, todos cubiertos con su parca por completo. Nadie, para el alivio de Nahara, pareció percatarse de su presencia en absoluto.

“El concepto que tienes que los mortales es bastante equivocado, Nahara. No tienes ni la más remota idea de lo que son capaces de hacer aquellos a quien sirves con tanta devoción” Dimahl seguía apoyado sobre la mesa, mirando de manera penetrante a la Bianco.

“¿Y qué se supone que ganas tú...? Se os ve demasiado interesado...” repuso ella, escéptica.

Dimahl se echó hacia atrás recostándose sobre la silla y se cruzó de brazos, apartando la mirada. “Yo quiero saber si realmente una vida puede llegar a valer la pena. Es sólo eso”

La Bianco se extrañó de no ver apenas a nadie por ninguna parte, salvo a algún que otro Nero que iba de un lugar a otro en un silencio sepulcral. “No esperes ver reos en cualquier parte”

“¿Reos?”, respondió ella

“Así llamamos a las almas que nos envían, ¿qué esperabas?” Nahara miró perpleja a Dimahl no tanto por el despectivo nombre que les daban a los habitantes de su territorio sino por la brutal indiferencia con la que éste se refería a ellos.

Nahara siguió caminando sin vacilación, para no levantar sospechas, hacia donde el Nero le había recomendado ir primero. “Allí estarás bastante... tranquila.” La Bianco llegó hasta la entrada de un recinto cerrado de paredes grises cuya anchura era imposible limitar a simple vista. En su entrada, flanqueada por dos antorchas que ardían furiosas, había un único Nero, cuya guadaña cruzaba la puerta, impidiendo tanto la entrada como la salida. Sin embargo, cuando éste vio aproximarse a Nahara, apartó su arma de la entrada y asintió levemente. Ella le devolvió el gesto y, sin dudar un instante, entró. El interior de aquel lugar la desconcertó un poco.

Aparte del árido suelo, y de los habitantes de Nocheeterna, si bien Nero o reos, no había nada más.

“El Abismo del Desesperado”, así lo llamó Dimahl. “No te dejes engañar por lo que veas. Aquello, para los reos, es un maldito laberinto.” Nahara se adentró, observando curiosa a su alrededor. Y lo que vio la sobrecogió.

Había unos cuantos Nero aquí y allá, y el resto, que superaban a los guardianes en diez contra uno, se hallaban distribuidos de manera mas o menos homogénea por aquel lugar. Pero, contrariamente a la solemnidad y la quietud de los Nero, los reos presentaban comportamientos muy dispares e inquietantes. “Allí son enviados aquellos que ya no pueden ser torturados más de lo que ya están”, explicó Dimahl. “Esto es, los chalados” Al parecer, según le contó a Nahara, aquel lugar era para aquellos cuya propia mente ya se consideraba tortura suficiente para toda la eternidad. Así, donde los Nero veían un solar completamente abierto, los cautivos veían un laberinto de acechantes paredes donde vagarían ahogándose en su propia desesperación hasta el fin de los tiempos.

Algunos de los reos golpeaban las paredes, invisibles para Nahara, sin dejar de gritar incoherencias. Otros corrían histéricos de un lado para otro, golpeándose entre ellos y contra las paredes. Los había también completamente quietos, en estado catatónico, o hechos un ovillo en el suelo o acuclillados abrazados a sus rodillas y balanceándose hacia delante y hacia atrás, repitiendo mecánicamente una única frase o palabra. Por otra parte, los Nero simplemente observaban, impasibles a los gritos y las increpancias de los reos, que les tildaban de demonios o de encarnaciones de la muerte. A medida que Nahara avanzaba, incluso podía oír alguna risa gutural y burlona procedente de los guardianes.

La Bianco comenzó a mirar a su alrededor en busca de alguien para empezar su particular investigación. Así, no tardó en fijarse a quien presentaba un comportamiento menos compulsivo aunque no menos extraño. Se trataba de un hombre que rondaría la cuarentena, de escaso pelo negro azabache. Estaba sentado en el suelo, rodeado por una larguísima tira de pergamino de varias decenas de metros, en cuya superficie no había más que renglones tachados de palabras ininteligibles para Nahara. El hombre parecía estar escribiendo de forma compulsiva pero cíclica: escribía, gruñía por lo que acababa de escribir, lo tachaba, y volvía a empezar. Cuando la guardiana se acercó, apenas le dirigió una rápida e indiferente mirada.

- Largo. Espantáis mi inspiración. – la voz del hombre era grave pero temblorosa, y su insolencia hizo que Nahara recordaba irremediablemente a Dimahl.

- ¿Quién sois, reo? – la Bianco intentó sonar con la misma indiferencia de los Nero.

- Higfried es mi nombre, la poesía es... fue mi vida... – al reo hacer esa mención pareció molestarle.

- No parece... – Nahara observó la interminable tira de pergamino – que se os diera excesivamente bien, poeta. – Higfried miró ofendido a la guardiana durante un instante, y volvió a su quehacer. – Contadme vuestra historia.

- ¿Y si no lo hago...? – la respuesta del reo sonó muy desafiante, a pesar de que no hubiera apartado el rostro de su pergamino.

La respuesta de Nahara fue más contundente: con un firme movimiento, puso la hoja de su guadaña en el cuello del poeta, de manera que, además de suponer una más que obvia amenaza, impidiera al reo ver su pergamino. Éste dejó caer la pluma con la que escribía y se alzó y dirigió curioso sus ojos marrones hacia la guadaña y la Nero.

- Está bien... - Suspiró y comenzó a hablar - Desde pequeño, siempre admiré las palabras de un poeta. Devoraba libros hasta altas horas de la mañana, lo cual siempre turbaba a mis padres, pero a mí me daba igual. Cuántas lágrimas derramadas ante los versos de quienes eran capaz de plasmar imposibles emociones en un pedazo de papel... – había un deje de melancolía en la voz de Higfried – Estudié Literatura y Bellas Artes en la universidad, donde creció mi inquietud por la palabra escrita, al conocer a algunos de mis autores predilectos, para los cuales tuve el inmenso honor de ser su alumno.

>> Allí, además, conocí al amor de mi vida... – en su expresión apareció por un instante una sonrisa de añoranza – Se llamaba Isabella y, podría definir nuestro primer encuentro como un flechazo. La enamoré con mis mejores versos, por los cuales yo era capaz de pasar noches en vela. Aún recuerdo nuestro primer beso... – cerró los ojos unos instantes y los volvió a abrir – La vida parecía sonreírme: estaba con la mujer amada y comencé a trabajar para una editorial interesada en mi obra. Pero... como muchos de los autores que leí durante mi vida escribieron, la felicidad puede ser tan fugaz como el latido de un corazón.

>> Y poco después de que contrajéramos matrimonio y comenzáramos a vivir juntos, ocurrió. – Higfried cerró de nuevo los ojos, aunque esta vez con amargura – Mi inspiración me abandonó por completo. Era incapaz de completar una sola estrofa decente. La editorial amenazaba con despedirme si no cumplía con los plazos de entrega de mis obras y ello me sumió en una terrible depresión. Y mi esposa, la persona a la que más amaba en este mundo no parecía inmutarse por ello. Cada vez la notaba más fría y distante hasta que... – apretó los puños sobre los trozos de pergamino – la encontré en nuestro lecho marital con otro hombre.

>> Él consiguió escapar por la ventana, dejándome a solas con mi adúltera esposa, que se cubría la desnudez con mis propias sábanas. Ciego de rabia, corrí hasta la cocina y tomé el cuchillo de la carne. Cuando volví a nuestro cuarto ella estaba vistiéndose – Higfried rió con ironía – Con el cuchillo en la mano la cogí del cuello y la tiré en la cama. La hice mía una última vez, a la fuerza, motivazo por sus gritos desgarradores. Y luego – la expresión de su rostro se tornó en una mueca macabra; Nahara, que hasta entonces escuchaba con atención, se estremeció – clavé el cuchillo en su garganta.

>> La sangre manaba a borbotones... – la macabra sonrisa de la cara del poeta se acentuó – Y de repente – su voz se suavizó considerablemente – volví a sentirme inspirado... Fue así de simple... Corrí a por mis retazos de papel, pero descubrí que no tenía tinta. – Volvió a sonreír – El siguiente paso fue bastante obvio... Volví a al cuarto, con varios tarros vacíos de tinta y cogí a mi difunta esposa por el pelo para que su infecta sangre se derramara sobre los tarros. Poco a poco. ¿Sabéis? – dirigió su macabra sonrisa hacia Nahara – aún agonizaba cuando los llenaba. – dicho esto, Higfried rió con sorna.





>>Oh, aquel poema fue tan hermoso... a la editorial le encantaron mis nuevos versos – prosiguió, con melancolía - ¿Cómo eran...? “Por ti. Porque me envenenaste desde el primer momento” – se quedó pensativo unos instantes – “Acabaste con el amor de quien, con toda seguridad, más te quiso como quien patea un guijarro dispuesto en su camino” Ah, no lo recuerdo bien... – Higfried hizo un gesto de indiferencia. – Aquellos payasos de la editorial ni siquiera se preguntaron por qué la tinta era roja. – se sonrió – “El poeta carmesí”, así me apodaron, y así titularon mis libros a partir de ese momento.

>>Lo más divertido es que mi particular tinta se acabó. Abusé demasiado de ella, aparentemente... Así que tuve que, digamos, reponerla. Las damas se mueren por los poetas, ¿sabéis? – volvió a dirigirse a la estupefacta Nahara – Siempre las tomé, con o sin su permiso... Siempre con un cuchillo en la garganta... Siempre siguen vivas cuando lleno los tarros... – Higfried rió de nuevo – y bueno, acabaron descubriéndome... Bah, me suicidé en la cárcel.

Nahara observaba al poeta carmesí completamente absorbida por su espeluznante relato, sin sentirse capaz de pronunciar una sola palabra.

- Sois... sois despreciable... Un maldito asesino... – consiguió decir la Bianco
Higfried dio un paso hacia ella. Nahara alzó la guadaña de nuevo.

- Y vos – el reo clavó su mirada en los ojos de ella – sois muy hermosa... Vuestras manos tiemblan, ¿sabéis? – con un rápido movimiento, Higfried agarró la guadaña e hizo fuerza para arrebatársela a Nahara – Hace décadas que no escribo un poema decente... – una vez más, aquella macabra sonrisa se dibujó en el rostro del poeta, mientras conseguía empujar a la guardiana hasta hacer que cayera al suelo, quedándose él con la guadaña en las manos – Me pregunto... – Higfried se relamió – qué escribiré con vuestra sangre...

Nahara observaba, paralizada por el terror, cómo el poeta avanzaba hacia ella, con su propia arma, sin saber cómo hacer para que ésta la obedeciera.

De repente, Higfried se detuvo y dejó caer la guadaña.

Y su rostro se torció en una mueca de dolor. Agachó la cabeza para mirar a su vientre: había sido atravesado por la hoja de una guadaña. El reo se convulsionó, y antes de que cayera al suelo, la hoja se retrajo de su estómago y el Nero que la blandía apareció tras él. Éste, con un rápido movimiento, se dispuso frente a Higfried, dándole la espalda, y le golpeó con una fuerza brutal con el mango de la guadaña. El reo cayó varios metros tras el Nero. Cuando llegó al suelo, su cuerpo se disolvió en neblina.

Nahara observó lo ocurrido atónita, y seguidamente miró al autor del ajusticiamiento con, si cabe, aun más temor: iba a ser descubierta.

El encapuchado Nero que la había salvado y condenado al mismo tiempo permaneció unos segundos en la misma postura con la que había golpeado al poeta. cuando se irguió de nuevo, parte de su rostro se hizo visible. Nahara pudo ver el extremo de una cicatriz en la comisura izquierda de los labios del guardián.

- Pobre pequeña insensata...

- No... – Nahara no se lo podía creer

El Nero apartó su capucha. Dimahl miró severamente a la Bianco.

- ¿¡Es que no sabéis escuchar!?

- Dimahl... – la voz de ella se había convertido en un sollozo.

Nahara corrió hacia él y se abalanzó a sus brazos. Dimahl, al principio un poco confundido por aquel inusual gesto por su parte, acabó suspirando y sonriendo.

- No os hagáis ilusiones... No os voy a volver a besar... – el Nero rió suavemente

Cuando ambos se separaron, Dimahl pudo ver cómo un par de lágrimas de plata se escapaban de los ojos de Nahara. Suavemente, los enjugó con su dedo y se separó de ella. La Bianco no se atrevía a mirarle a los ojos.

- Me marcho de aquí. Tened cuidado, no me apetece tener que estar detrás de ti todo el rato. Tengo una reputación que mantener. – Dimahl dibujó su típica sonrisa socarrona antes de darse la vuelta

- Gr-Gracias... – Nahara apenas susurró esa palabra cuando el Nero ya hubo dado unos cuantos pasos.

Dimahl se detuvo unos instantes, sin darse la vuelta, dubitativo. Pero decidió seguir andando sin responder.

Nahara, aun sobrepasada por lo sucedido, se agachó para recoger su guadaña, recordando un retazo más de la conversación con el Nero en la taberna.

“Ándate con ojo. A veces lo único que nos diferencia de los reos es que nosotros llevamos guadaña y ellos no. Así que trágate esa estúpida arrogancia de Bianco que tienes y mira por donde andas.”

“¿O cómo te crees que me hice esta cicatriz...?”

domingo, 21 de octubre de 2007

Torn Veins

Cada vez resulta más dificil alzarse del lecho

Sigues ahí, muy a mi pesar

Si te veo, todo mi cuerpo clama venganza... contra sí mismo

Si noto tu ausencia mi mente la llora amargamente

Esto debe ser lo que llaman "amor" supongo...

Pero qué poco compensa

Aunque a lo mejor soy sólo yo, quién sabe...

Quizás el peso de lo sucedido nubla mi juicio...

El hecho de que la felicidad de los demás la tome como una burla contra mí...

Debe de ser cosa mía, ¿no es así?

Aunque juro, de todo corazón...

Que me duele más sentirme así por aquellos que se preocupan de mí que por mí mismo

Y ello hace que me sienta peor...

Y así, la espiral da otra vuelta más

Y así ha sido, dese hace más tiempo del queme interesaría recordar

Vueltas, vueltas y más vueltas a un mismo punto

Tantas vueltas, que uno se marea

Y cae

Y se abren heridas

Algunas son solo rasguños

Otras más bien no

Otras son profundas y sangran profusamente

El dolor es muy fuerte a veces, y te impide dar la siguiente vuelta

Otras veces consigues dar el siguiente paso

Entonces, lo dificil es no resbalar con tu propia sangre

Y en el suelo, uno ha de levantarse

Entonces, surge otra coyuntura

Porque puede llegar a surgir que no puedas levantarte nunca más

Aunque, a veces, lo que sucede

Es que dejas de querer levantarte

miércoles, 17 de octubre de 2007

Time-stopper's deed



Y así son las clases de Edafología habitualmente...

(Basado en hechos reales)

martes, 16 de octubre de 2007

El Herbario, Capítulo 1: ¡Champi-Squad!














Si... The End... y un güito.....


Pues no nos queda ni nah...


Chu Bi Continui

domingo, 14 de octubre de 2007

Chapter III: A Deal

Latvian se arriesgó y ganó. Llevaba ya demasiado tiempo patrullando Nocheeterna y un día decidió cambiar.

Le encantaba su trabajo, pero con el tiempo había acabado siendo tedioso para él. Además, se dio cuenta de que en su existencia no había más que una constante vigilancia del territorio del clan Nero y que así se sentían muchos de sus compañeros. Latvian había conocido a muchas almas en pena en aquel agujero, y muchas veces (más de una a contra voluntad) había oído sus historias. Y llegó un tiempo en el cual había hablado con tantos y tantos borrachos que habían matado, violado, robado o que se suicidaron, que decidió que tal vez sería una buena idea abrir una taberna.

Un día solicitó una audiencia ante el Juez, para solicitar su permiso. Sorprendentemente, éste accedió, estando de acuerdo en que los Guardianes también merecían un descanso de vez en cuando. La única condición fue que el establecimiento en cuestión debía ser tanto para los Nero como para los Bianco. Ello no agradó mucho a Latvian, pero no dejaba de ser un trato justo. Así pues, tras oír a todos aquellos beodos acerca de sus néctares preferidos, Latvian poseía el conocimiento necesario para destilar sus propias bebidas. De nuevo, solicitó al Juez que le dejara extraer los ingredientes en cuestión de los jardines de Guardaluz, argumentando que la mayor parte de las tierras de Nocheeterna eran yermas. Una vez más, éste accedió y por primera vez a un Nero se le permitió entrar en Guardaluz, no sin cierta reticencia por parte de los Bianco. En cuanto a las herramientas para la destilería, a Latvian le resultó curioso cuán útiles llegaron a ser algunos de los instrumentos de tortura de las mazmorras de Necheeterna (el aplasta-cráneos dio muy buenos resultados con los racimos de uvas).

Así, con la “voluntaria” ayuda de algunas almas esclavas de su territorio, construyó un modesta pero bien avenida taberna en la Bifurcación del Río de las Almas.

Aquella noche estaba especialmente llena, mayoritariamente miembros de los Nero. Al parecer había habido una sublevación de almas de antiguos Cruzados que alegaban que aquel no era lugar para ellos, que merecían el “paraíso”. A Latvian siempre le hicieron gracia aquellos devotos perdedores que llegaban con la esperanza de un lugar mejor tras haber acabado con decenas de vidas.

La puerta se abrió con más violencia de la habitual. No hizo falta apartar la mirada de las jarras que el tabernero estaba limpiando para saber quién había entrado.

“Maldito Dimahl...”

El descarado Nero irrumpió en la taberna y lanzó con un gesto firme la guadaña hacia su derecha, quedando ésta ensartada en la pared, justo al lado de unos Bianco que protestaron y, como venía siendo habitual en Dimahl, fueron completamente ignorados. Éste fue derecho a la barra del recinto y se puso frente a Latvian. El tabernero era algo mayor que Dimahl, y así lo demostraba su canoso pelo y su barba que, pese a sobresalir del mentón, no era excesivamente larga, pero ello no suponía que éste le respetara más que a cualquiera.

- Sírveme algo fuerte, viejo. Hoy ha sido un día de perros... – vociferó el Nero al tiempo que se sentaba en uno de los taburetes – Esos engreídos desgraciados... ¡¿Te puedes creer que querían salir de Nocheeterna porque sí?! Que no lo merecían, decían. Yo sí les di su merecido – Dimahl sonrió.

- Mi día no esta siendo mucho mejor, niñato – le espetó Latvian mientras le sirvió la bebida en una jarra de cristal – Me estorbas en la barra. Largo.

- Oh, venga, Lat... – protestó Dimahl - ¡Todo el maldito tugurio está a reventar! ¡No tengo otro sitio donde ponerme!

- Veo uno desde aquí – el tabernero señaló con la cabeza una silla de una mesa en la que había una Bianco solitaria que miraba distraída su vaso lleno de un líquido transparente.

- Estarás de broma... - repuso Dimahl

- Largo

No había mucho que discutir al respecto. Con un chasquido de lengua y un suspiro, el Nero se levantó del taburete, jarra en mano, y se dirigió arrastrando sus pisadas hasta aquella mesa. Tomó la única silla libre y se sentó, apoyando los pies en un lateral de la mesa, ante la mirada perpleja de aquella Bianco.

- ¿Disculpad? – Tenía una voz hermosa y clara. Dirigió sus ojos aturquesados hacia Dimahl

- Yo tampoco quiero estar aquí, pequeña – bebió un largo trago de su jarra – Si tienes algún problema... – para acabar la frase, Dimahl señaló al tabernero.

- Estupendo... – pese a lo poco que le gustaba compartir su mesa, la Bianco sabía que la palabra de Latvian era ley en aquella taberna.

La velada pasó un largo tiempo en silencio en el que ambos Guardianes se ignoraron mutuamente. Todo parecía ir bien, hasta que Dimahl habló.

- ¿Cómo te llamas? – dijo tras observarla un rato sin que ella se percatara.

- No lo considero de vuestra incumbencia, Nero. – la Bianco ni siquiera le miraba, simplemente miraba al vacío.

Dimahl suspiró

- Siempre os he detestado...

Esta vez consiguió captar su atención: ella le miraba de manera fulminante, con los ojos como platos.

- ¿Cómo habéis dicho...?

- Para empezar – el Nero dejó la jarra en la mesa – ahórrate tu absurda hipocresía y tutéame. Te gusto tan poco como tu a mí. – el rostro de la Bianco se iba torciendo por momentos – Y sí, has oído bien: me dais asco.

- ¿Y puedo preguntar el motivo de vuestro... de tu disconformidad para con nosotros? – ella no salía de su asombro ante el descaro de aquel indivíduo

- Vale – Dimahl le hizo una señal con el dedo indice – no tengo ni idea de lo que acabas de decir. ¿Ves? A eso me refiero. – apoyó los codos en la mesa y miró de manera penetrante a la Bianco – vuestra arrogancia, la de todos los de tu calaña es... despreciable, cuanto menos

- Permitidme decir – ella no podía creer que estuviera participando en aquella absurda conversación – que pese a que no tiendo a tener tratos con los Nero, vuestro... tu comportamiento no dice mucho a favor de vosotros.

- Al menos nosotros no nos escondemos tras nuestra propia pomposidad... – espetó Dimahl

- Y nosotros no somos unas bestias incivilizadas que lo solucionan todo a golpe de guadaña – la Bianco había comenzado a perder la compostura

- Me gustaría veros – el Nero sonrió por no empezar a gritar y repartir golpes de jarra de manera indiscriminada – a cualquiera de vosotros en Nocheeterna, a ver cuánto aguantabais con los que van a parar allí...

- Nosotros tratamos a los nuestros enviados como se merecen. Vuestra brutalidad es injustificada.

Dimahl se echó a reír.

- ¡¿Injustificada!?

- No sé que os hace tanta gracia – la Bianco miró avergonzada a su alrededor. Las risas del Nero habían llamado la atención del resto de clientes y hubiera preferido que nadie la relacionara con él – Nuestros enviados han vivido su vida respetándose tanto a sí mismos como a los que convivían con ellos, sin cometer un solo acto atroz en su vida. Ahora viven felices la eternidad que les espera en este plano, y nosotros velamos por su bienestar. – dirigió sus cada vez más furiosos ojos a Dimahl – Vosotros disfrutáis torturándolos y... cosas peores

- La maldad de nuestro territorio es inmutable, sí – respondió éste – Sin embargo, la bondad del vuestro es tan... – miró divertido a la Bianco – relativa.

- Os equivocais. La bondad de los humanos es tan real como su maldad.

- ¿Y qué me decís de los “grises” entonces? – preguntó Dimahl, perspicaz

La Bianco abrió la boca, pero no dijo nada.

Dimahl suspiró

- El único sino de ambos clanes de Guardianes por igual es estar condenados a conocer sólo la mitad de la historia, pequeña... – su voz sonaba ahora mucho menos acusadora y agresiva, casi melancólica.

- Yo no... – ella sonaba como si se hubiera dado por vencida – no puedo imaginar a los humanos cometer actos... como los que he oído...

- Si vivierais en Nocheeterna, lo que os extrañaría sería que presentaran un mínimo de nobleza – Dimahl tampoco la miraba a ella ahora; ambos tenían la mirada perdida.

De repente, comenzó a mirar a su alrededor.

- Ya nos hemos sincerado. ¿Me concederéis el honor de saber ahora vuestro nombre? – exageró sus buenos modales.

La Bianco suspiró, agotada

- Nahara...

- Encantado, pequeña. Mi nombre es Dimahl y digamos... que tengo algo que proponerte.

miércoles, 10 de octubre de 2007

The Nether. Chapter II: Sincere

Dimahl se llevó la mano a la mejilla mientras miraba atónito a su agresora.

- ¡¿Pero qué demonios te ocurre!? – vociferó éste.

- ¡¿Se puede saber qué ha sido eso!? – respondió ella

- ¡Te dije que no funcionaría, maldita sea!

- ¡¿A ti eso te ha parecido un beso sincero!? ¡Empiezo a no estar tan segura de querer que tu alma forme parte de mi! – dijo ella, llevándose una mano a la cabeza.

Nahara miró entonces severamente a Dimahl, que aun tenía su mano en la mejilla y la observaba más desconcertado que furioso. Ésta le apartó la mano y miró su rostro.

- Pensaba que los Nero erais más duros... Vamos, no ha sido nada. – dijo, con un amago de sonrisa

Dimahl maldijo en voz baja. Al tiempo que Nahara tomaba su otra mano y las posaba en su cintura. Cuando éste sintió las formas de ella bajo la fina túnica que la cubría, no pudo evitar sentir un escalofrío recorriendo su espalda. Seguidamente ella le rodeó el cuello con sus brazos y le miró a los ojos. Dimahl no pudo evitar sonrojarse, lo que acentuó la sonrisa de Nahara.

- ¿Podéis arrancarle el alma a mil mortales y perdéis la compostura en los brazos de una dama...? – Nahara rió – No dejáis de ser un hombre, Nero.

- Ah... – Dimahl titubeó – Acabemos con esto de una vez... – y de nuevo acercó su cabeza bruscamente hacia ella.

Esta vez, Nahara reaccionó y echó para atrás la cabeza, poniendo un dedo en los labios del Nero

- Será mejor que me dejéis a mí. Cerrad los ojos...

La Bianco se sonrió de nuevo y se mordió el labio al ver al turbado Dimahl obedecer, y acercó su rostro lentamente hasta los labios de ambos se encontraron. El Nero se estremeció de la cabeza a los pies en cuanto tomaron contacto. Jamás hubo sentido semejante dulzura en toda su existencia. Sentía cómo los suaves labios de Nahara rozaban los suyos temerosos. Cómo su lengua masajeaba la suya con ternura, hasta que ambas acabaron bailando la misma danza. Completamente entregado, Dimahl comenzó a acariciar el cuerpo de ella, notando cómo sus delicadas formas también temblaban con el roce y cómo aquellas caricias eran devueltas con el mismo sentimiento.

El tiempo se detuvo para ambos. En aquel eterno instante, no se hubiera podido saber dónde acababa el alma de Nahara y empezaba la de Dimahl. Ambos unieron sus esencias hasta tal punto, que notaron cómo el otro penetraba en ellos sin que ninguno de los dos hiciera nada por evitarlo. Percibieron que algo le ocurría a su alrededor. Sabían que algo había cambiado para siempre, pero les daba igual. Sólo existía aquel beso. Sólo existía ellos dos. Sólo existía aquel momento.

Pero era necesario que acabase. Y así sucedió.

Sin dejar de acariciarse, sus labios se separaron y ambos se miraron a los ojos. En los breves instantes en que mantuvieron esa mirada, Dimahl fue plenamente consciente de la belleza de la Bianco; y Nahara pudo sentir la nobleza en lo más profundo del Nero. Aun estremeciéndose, ambos se separaron, y fueron conscientes del cambio.

Él vestía el prístino y holgado sudario blanco coronado por la larga capa, y ella la ajada parca sobre el ajustado mono negro y grandes botas también oscuras.

Ambos demasiado anonadados por lo sucedido como para asumir aquel cambio, así que pasaron unos momentos hasta que Dimahl pudo abrir su boca.

- Ha... ha funcionado – dijo, mientas se llevaba una mano a la cabeza. Más que mirarse a sí mismo, para ver cómo habia cambiado, la miraba a ella – No me lo puedo creer.

- Os lo dije – Nahara parecía (o fingía) haber recuperado la compostura. – Sabía que funcionaría.

Dimahl se miró las manos y su atuendo. Se le hacía raro no estar enfundado en su habitual mono negro. De repente, tras dibujar en su cabeza la imagen de su antiguo atuendo, éste pareció materializarse a su alrededor una vez más. Nahara observó la reversibilidad del cambio, ahora que ambos parecían miembros del clan Nero.

- Definitivamente increíble – Dimahl sonrió empezando a darse cuenta de sus posibilidades.

- Está bien, partamos – dijo ella, sin más dilación, y se dio la vuelta dispuesta a encaminarse hacia el territorio de los Nero.

- ¡Eh, eh, eh, quieta ahí! – gritó Dimahl caminando hacia ella - ¿creéis que sabéis lo que os vais a encontrar en Necheeterna?

- Almas impuras, agresivos Nero blandiendo sus guadañas, una tierra de oscuridad sin fin... Sí, me lo imagino.

- No tienes ni idea... - Dimahl se acercó a Nahara.

- Ya entiendo... Lo olvidaba – se acercó a la guadaña que aun permanecia clavada en el suelo y la arrancó. Tras perder unos instantes el equilibrio al tomar la pesada guadaña (que era más alta que ella) volvió a darse la vuelta.

Dimahl no pudo reprimir la risa al verla cargar a duras penas con aquella desproporcionada guadaña. Con un movimiento de mano, pudo ver cómo su arma tiró de Nahara hasta casi arrastrarla de vuelta a la presencia de éste, mientras ella maldecía.

- ¿Pero qué...? – balbuceó ella, sin saber que acababa de ocurrir

- Definitivamente, no tenéis ni idea, pequeña... – Dimahl rió de nuevo – Ésta es mi arma, parte de mí. No obedecerá a nadie más que a su legítimo dueño – tomó su arma de las pequeñas manos de Nahara. No pudo evitar fijarse en ellas. – si realmente sois una Nero, deberíais ser capaz de invocar la vuestra propia.

Nahara suspiró exasperada. Con un movimiento en diagonal de su brazo izquierdo, dibujó en el aire una gruesa línea nebulosa, como si la tela de su parca se hubiese disuelto y convertido en gas. Seguidamente, con el brazo derecho, tomó firmemente esa línea de humo, que inmediatamente se solidificó dando forma a una guadaña (más pequeña)de madera de ébano y hoja plateada, como la del resto de los Nero. A Dimahl le sorprendió el hecho de no haber tenido que dar ningún tipo de instrucción.

- ¡¿Puedo marcharme ya!? – vociferó la Bianco al perplejo Dimahl. Éste negó con la cabeza y se acercó a ella, tomando una de sus manos. Muy a su pesar, Nahara no pudo evitar sonrojarse. Afortunadamente, ello pasó desapercibido ante los ojos del Nero, que miraba fijamente su mano.

- Debes ocultar tus manos. – dijo Dimahl, volviendo a clavar su guadaña en el suelo, sacándose los guantes y poniéndoselos a ella. – No son manos de Nero. Las nuestras son ásperas y llenas de durezas.

Nahara apartó sus manos de las de él

- Os tomáis demasiadas confianzas – dijo, aun ruborizada.

- Vamos, que nos acabamos de besar… - respondió sin darle mayor importancia. Entonces, la miró a los ojos.- También deberíais… - cogió la capucha de la parca de Nahara y la pasó por encima de sus ojos – Llamarán demasiado la atención allí abajo.

- ¡¿Algo más?! – un deje de impaciencia se notaba en su voz, mientras levantaba ligeramente la capucha para fulminar a Dimahl con un solo ojo. Éste frotó su mentón, mirándola divertido.

- No, nada más.

- Genial – refunfuñó ella, asiendo con innecesaria fuerza su guadaña antes de darse la vuelta de nuevo, partiendo hacia su destino.

- ¡Eh, espera! ¿No hay nada que yo deba saber? – gritó Dimahl al tiempo que, con un pensamiento, volvió a la forma de Bianco. Su guadaña se disolvió en una fina nube oscura

- No… - fue la unica respuesta de Nahara, sin siquiera detenerse en su avance

Dimahl observó un rato el firme avance de ella antes de tomar rumbo.

- Sí… Toda una Nero – dijo sonriendo y también se dio la vuelta para emprender su viaje hacia Guardaluz.

Sin embargo, Dimahl no pudo reprimir voltear su rostro para mirar con un gesto de preocupación disimulada a quien le acababa de regalar aquel dorado momento.

Nocheeterna no era un lugar agradable. Para nadie.

domingo, 7 de octubre de 2007

The Nether. Chapter I: The Tale

- Ah, llega tarde...

Dimahl siempre había sido impaciente, pero realmente, aquella Bianco se estaba retrasando demasiado.

- ¡Maldita sea! Se supone que son los buenos... ¿No es lo suyo ser puntuales y todo eso...?

Llevaba su guadaña apoyada en sus hombros, con los brazos sobre ella y paseaba nervioso sobre sus grandes botas negras. Corría un leve viento en la Bifurcación, y la holgada y ajada parca grisácea que Dimahl vestía ondeaba dejando ver el ajustado mono negro que éste llevaba bajo ella. Su pelo castaño oscuro, que tendía a cubrirle los ojos y que terminaba poco más allá de la nuca, también danzaba al son que marcaba el movimiento del aire. La luz del Crepúsculo Sin Fin, característico en la zona de la Bifurcación, dejaba ver sus ojos negros, que refulgían como un ónice aun con la escasa luz, y también la cicatriz que interrumpía su ceja derecha y atravesaba su adusto rostro diagonalmente hasta la comisura izquierda de sus labios.

La inquietud crecía en su interior. Lo que pretendían hacer no había tenido precedentes registrados en la historia de aquel lugar. El Trono no quedaba lejos de la Bifurcación. Y si el Juez llegara a descubrirles... No, prefería no pensar en eso. Dimahl tuvo que hacer lo imposible para salir de Nocheeterna sin despertar sospechas: si bien en el territorio de los Nero era fácil entrar, salir era virtualmente imposible. Y así debía ser... El lugar donde van a parar las almas de los malvados tras su muerte debía ser un páramo de penitencia eterna. Y eterna quiere decir que no se pueda salir de allí. Por eso le extrañaba que Nahara estuviera tardando tanto. En la antítesis de Nocheeterna toda alma era completamente libre. Dimahl nunca había estado allí, pero había oído lo suficiente. Sin puertas, sin vayas, sin castigo, sin vigilantes siempre atentos... “Aburrido...” Eso es lo que siempre pensó.

Por fin, Dimahl pudo ver una figura acercándose desde Guardaluz, el territorio de los Bianco. Se trataba de una mujer algo más baja que él. Sus largos cabellos rubios que llegaban hasta su cintura, hacían que Dimahl imaginara el perenne esplendor de Guardaluz reflejándose en ellos. Sus ojos eran lo que más le llamaron la atención (tal vez porque estaba acostumbrado al color negro de los ojos de todos los Nero). Eran de un verde aturquesado que hipnotizaría a cualquier humano que posara su mirada en ellos. “Seguro que esos perdedores enamoradizos caerían a sus pies”. Su sinuosa silueta caminaba sobre sus pies descalzos como si estuviera flotando, ondeando la túnica inmaculada y prístina que, aunque la cubría casi por completo, dejaba ver de vez en cuando porciones de su hermoso cuerpo. Al Nero siempre le llamó la atención el hecho de que ningún Bianco llevara nunca un arma. “Al fin y al cabo, son ellos los que de vez en cuando nos mandan su propia escoria...”


- Saludos, Nero – Nahara hizo una sencilla aunque solemne reverencia. Su voz era tan clara y pura como el resto de su aspecto

- Tienes mucha cara al presentarte con formalidades después de llegar tarde... – Dimahl refunfuñó.

- Mis disculpas, Dimahl. Tuve problemas en encontrar aquello que requerimos.

Si iban a hacer aquello que pretendían, debían hacerlo bien. Dimahl pidió a Nahara que buscara en los archivos escritos de Guardaluz algún modo de disimular su presencia en los territorios a los que no pertenecían. Nahara sacó un trozo de pergamino de su túnica “¿Llevan bolsillos ahí dentro...?” se preguntó Dimahl. El papiro estaba enrollado y atado con un fino trozo de tela celeste.

- ¿No tenéis archivos en Nocheeterna? – en la voz de Nahara había un deje de rencor: ella era la que había tenido que hacer toda la investigación al respecto.

- Oh, los tenemos. “Métodos de ajusticiamiento”, “Cómo disolver un alma”, “Manejo aplicado de Guadaña”... Todo muy práctico en nuestro día a día- Dimahl sonrió - pero poco relevante en lo que nos concierne ahora mismo.

Tras clavar su guadaña en el suelo con un fugaz pero firme movimiento, tomó el pergamino de las manos de Nahara y lo abrió. Para su sorpresa (y decepción) se trataba simplemente de un relato.

- Nos la estamos jugando... ¿y me traes un cuento? – Espetó Dimahl.

- Leedlo, insolente...

Trataba de un Nero y una Bianco que se conocieron paseando por la Bifurcación del Río de las Almas. Ambos se enamoraron a pesar de pertenecer a clanes opuestos, entre los cuales nunca había habido buenas relaciones. “Basado en hechos reales...”, pensó Dimahl. Pronto se dieron cuenta de que su principal problema sería verse de manera común. Su solución fue que cada uno, alternándose, visitara al otro en su respectivo territorio. Pero ningún Nero sería bien recibido en Guardaluz, y quizás mucho menos un Bianco en Nocheeterna. Ambos pensaron en cómo encubrir su presencia en los territorios hostiles. Ello suponía un problema, ya que un Nero podía sentir espiritualmente la presencia de sus antagonistas, y viceversa. La Bianco pensó en algo.

- ¿Compartir nuestras almas? – Dimahl estaba realmente intrigado. - ¿Qué demonios quiere decir eso?

- Seríamos híbridos. – Nahara sonaba ansiosa - Ambos transmitiríamos parte de nuestra esencia al otro. De esta manera no sólo nuestra apariencia se confundiría, sino también nuestra presencia. Será perfecto para nuestra empresa.

- Vaya, vaya... Mitad Nero y mitad Bianco... – Dimahl se frotó el mentón – Eso nos convertiría en seres prácticamente perfectos... ¿Cómo es que nadie nunca lo ha hecho antes?

- Hemos de admitir que las relaciones entre nuestros clanes no han tendido nunca hacia la colaboración mutua... – Nahara se encogió de hombros - Supongo que ningún miembro de nuestros clanes hubiera estado de acuerdo en que un miembro del clan opuesto goce de semejante poder.

- La idea me gusta... ¿Pero cómo lo haremos?

- Sigue leyendo, Dimahl... – la creciente impaciencia de Nahara hizo que perdiera los formalismos.

Dimahl prosiguió con el relato. La Bianco de la historia, a pesar de haberlo propuesto, ignoraba el modo de hacerlo. Mantenerse demasiado tiempo juntos en las tierras de la Bifurcación hubiera despertado sospechas. (“De ahí que yo esté tan nervioso, maldita sea...”) así que debían pensar en algo rápido. Sin embargo, no se les ocurría nada. Decidieron que lo mejor sería que cada uno lo pensara detenidamente en su respectivo territorio hasta que a alguno de los dos se le ocurriera algo. Apenados, se prepararon para partir, no sin antes darse su primer beso.

Entonces ocurrió. En ese sincero beso ambos Guardianes se entregaron sus almas, sin saberlo. Cuando ambos abrieron los ojos, según el relato, era como si sus naturalezas se hubieran intercambiado. La Bianco ahora estaba cubierta por las grisáceas y ajadas túnicas sobre el ajustado mono negro y botas de los Nero, mientras que el Nero vestía con el sudario prístino, la larga capa también blanca y las sandalias doradas que presentan lo Bianco varones. Al verse mutuamente, instintivamente volvieron a su estado original, debido al sobresalto del cambio tan repentino. Al parecer, y según la historia, ambos podían cambiar su aspecto a voluntad. Así, comenzando por una visita de él a Guardaluz, comenzó su romance.

Dimahl enrolló el pergamino ignorando el final del relato.

- No me fío... – se quedó escrutando unos segundos el papiro. - ¿Quién se supone que ha escrito esto..?

- El relato es anónimo... – respondió Nahara – Lo encontré en una sección de historias de colaboración entre clanes, pero no sé nada del autor... En cualquier caso... ¿por qué debería importar eso...?

- Esto parece demasiado conveniente... Como si quisiera ser encontrado, ¿no crees? Vamos, no me digas que no te escama. – miró a Nahara.

- Sois muy desconfiado, Nero... – respondió ésta.

- Desconfiar es lo mío, pequeña... además, para que esto funcione debe de ser un beso sincero – giró la cabeza y se encogió de hombros, mientras sonrió – Tú solo me produces una brutal indiferencia...

Nahara se acercó a Dimahl, refunfuñando.

- Para mí esto tampoco es algo agradable, estúpido engreído... – con una mano, asió el mentón del Nero y le obligó a mirarla – Pero si queréis ver el territorio de Guardaluz más os vale que pongáis de vuestra parte.

Dimahl la miró a los ojos y suspiró: realmente no tenía más remedio.

Acercó su cabeza rápidamente hacia la de Nahara y le dio un fugaz beso en los labios con brusquedad. A ella aquello no le hizo ninguna gracia, y le miró con una mueca de ira. Dimahl apartó la mirada y espetó:

- ¿Ves? ¡No funciona! – y se cruzó de brazos.

La respuesta de Nahara fue una sonora bofetada en la mejilla del Nero que casi le arranca la cabeza.

jueves, 4 de octubre de 2007

My mom's me number one fan...

Ninios y ninias!

os recuerdo que sigue en pie el concurso de fanarts de Follow the Leader y ya me estan llegando los primeros dibujoncios. Os los muestro para que sus motiveis o sus acabes de deprimir al ver que SOIS UNOS INEPTOS INCAPACES DE COGER UN JODIDO LAPIZ!!!

ajiem...

advierto a todos lo sque no hayan leido el relato (que sois pocos de los uq eme conoceis..) y a todos aquellos a los que no os intetrese (esos si que sois muchos..) que las imagenes suponen spoilers.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡SPOILERS!!!!!!!!!!!

Así que leed el relato desde el principio, o ¡¡¡LARGO!!!

En primer lugar, el primero primerisimo, mandao pr mi querida queridisima Dev


De cuando el prota se da cuenta de que es malo maloso.

Y por último, pero no por ello el peor, el que me ha mandado mi no menos queridísima Kei


De cuando el Chico... bueno, esas cosas... >.<

En fin, asi está la cosa por el momento. Recuerdo que es hasta el diez de noviembre. ¡¡Animo!!

lunes, 1 de octubre de 2007

Requiem to a Missing Heartbeat

Detrás de cada esquina
Tras cada palabra que leo
En cada paso que doy
Noto tu ausencia

En cada triste sonrisa que dibujo
En cada triste palabra que escribo
En cada triste dia que vivo
Tu ausencia me corroe

En cada retazo de belleza
En cada bocanada de aire que me llene
En cada consiguiente suspiro
Tu ausencia me mata lentamente

En cada rayo de luz
En cada sutil reflejo
En la mas profunda de las oscuridades
Tu ausencia acaba conmigo

Me miras y mi vida se apaga
Me ignoras y mi vida se disuelve
Respirar me pesa cada vez más
Y la idea de rendirse es tentadora

Detrás de cada esquina
Tras cada palabra que leas
En cada paso que das
Te observo entre tinieblas

En cada sonrisa que dibujas
En cada palabra que escribas
En cada dia que vivas
Te recordaré apesadumbrado

Mi ingenuo corazón te sigue buscando
Incapaz de admitir la derrota
Mientras mi cabeza sigue consciente
De tu maldita, maldita ausencia

Mi roto corazón te sigue buscando
Incapaz de ver que acabaste con él
Mientras mi orgullo sigue luchando
La más perdida de las batallas

Cada suspiro son ganas de vivir que se van
Cada latido es un tic-tac que se agota
Cada lágrima es parte de mí que se derrama
Llévame pues, Caronte. Rema hasta mi salvación.