No grave will hold me...

No grave will hold me...
Os estoy vigilando...

viernes, 30 de abril de 2010

Girl Next Door

Estaba en la puerta de la habitación de mi compañera de piso, pegándole suaves golpes a la puerta porque sabía que me arrepentiría de lo que por otra parte me moría de ganas de hacer.

Desde poco después de que respondiera a mi anuncio en búsqueda de alguien con quien compartir un piso cerca de la universidad estoy enamorado de ella. Anoche salió mientras yo me quedé estudiando para un examen cercano. Ella no suele beber demasiado, pero a juzgar por los tumbos que oí a altar horas aquella vez debió de haberse pasado. Su ropa estaba toda tirada por el suelo y ella dormía plácidamente sobre su cama de sábanas blancas.

Dormía profundamente…

Titubeando, me adentré en su cuarto y me senté junto a ella en la cama. Con suavidad le acaricié la cabeza. Su pelo corto y rubio estaba aun algo engominado. No reaccionó, su sueño era realmente imperturbable. Con la mano temblorosa le bajé la fina sábana que cubría su cuerpo.

Dios… ni siquiera pensé en una excusa que explicara mi presencia allí si hubiera despertado.

Estábamos a finales de mayo y ya hacía un calor bochornoso, incluso por las noches. Por eso ella tan solo llevaba una camisa de pijama de manga corta y unas leves braguitas tanga de encaje rojo y algo transparente. Aquella visión acabó de despertar en mí los instintos más bajos y pueriles. Seguí bajando la sábana hasta la mitad de sus carnosos muslos y los acaricié con delicadeza a medida que mi mano ascendía por su cuerpo.

La camisa de su pijama era holgada y estaba mal abotonada, seguramente debido al estado de embriaguez en el que se desvistió. Poco a poco fui desabrochando los botones, de arriba abajo, hasta que por fin pude apartarla. Tragué saliva: ya lo había notado, pero no llevaba sostén. Sus pechos eran generosos y caían ligeramente con naturalidad. Ahogué un jadeo y paseé lentamente mi mano desde su vientre hasta su seno derecho. Lo acaricié con suavidad, como si se fuera a romper hasta que, en un arrebato, lo apreté ligeramente observando como sobresalía entre mis dedos. Me permití pasar un dedo por su rugoso pezón rosado, pero antes de que éste comenzara a sobresalir aparté la mano. Tenía un lunar junto a la aureola de ese mismo pecho.

Me fijé en sus labios, carnosos y aun con algo de carmín desgastado. Acerqué mi cabeza y rocé, casi con pánico, la comisura de sus labios con los míos.

Me di cuenta de que mi mente se estaba perlando cuando bajé la mirada de nuevo. Bajo las finísimas braguitas se intuía el vello de sus bajos. Puse mi mano en su cadera, con un dedo bajo el escaso hilo de su ropa interior y descendí. Casi como si lo hicieran solas, sus rojas braguitas acompañaron a mi mano por un lado, ligeras. Me recreé unos segundos viendo su vello púbico casi en su totalidad, así como el surco del hueso de su cadera.

Casi sin pensar, bajé mi cabeza y comencé a besarle el vientre con suavidad, cuidando que no reaccionara, que siguiera durmiendo. Humedecía mis labios a cada beso para que mi tacto fuera más suave y para probar el sabor de su vientre. Sin dejar de besarla, descendí hasta llegar a la cadera, hasta notar su vello en mi mentón.

Entonces se movió.

Tuve que detenerme, se estaba removiendo en la cama. Su expresión seguía siendo plácida y se movió ligeramente cerrando y frotando sus muslos, en un gesto que se me antojó como el más sensual que jamás había contemplado.

Y fue entonces cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. De en qué me estaba convirtiendo. De que no sería capaz de volver a mirarme al espejo si hacía lo que cada fibra de mi cuerpo me estaba pidiendo probar.

Aquella misma tarde, antes de que despertara, me fui de aquella casa. Ni una explicación. Ni una triste nota. Mucho menos una confesión.

Nunca más la volví a ver.

martes, 27 de abril de 2010

Unhinged



Realmente mi No-No-Cumpleaños es en Junio, pero ¿a que hubiera sido gracioso?

Perdón por mi ausencia últimamente. La acuciante sequedad de ideas que sufro últimamente se suma a la proximidad inminente de los exámenes. ¡Pero no sus abandonaré!
¡Vivediós que no lo haré!

miércoles, 14 de abril de 2010

The Nether, Chapter XVI: Ignorance

Bueno bueno bueno, damas y caballeros. Después de más de un año de no continuarlo (que no de no escribirlo) cuelgo el esperado (esperado por mí, no os podéis ni imaginar el agobio que tenía por lo atascadisimo que estaba) siguiente capítulo de The Nether. No sin antes hacer un pequeño resumen.

AVISO: este resumen es muy somero, y va dirigido a la gente que ya se haya leído el relato. Los que no lo hayan hecho es posible que no entiendan el hilo argumental.

Resumen:

Cuando alguien muere su alma no cae en el olvido. Al menos, no directamente. Todo ser humano será juzgado el día de su muerte, por una entidad conocida simplemente como el Juez. Los puros irán a Guardaluz,un territorio paradisíaco guardado por los agentes del Juez, los Bianco. Los malvados, por el contrario, serán conducidos a Nocheeterna, guardada por los otros agentes del Juez, los siniestros Nero.
El Nero Dimahl consigue convencer a la Bianco Nahara para que intercambien sus puestos, algo completamente prohibido, para poder así conocer la "otra cara" del ser humano. La manera de hacerlo conllevaba compartir sus mismas almas, mediante un beso.
Así, Nahara descubre el yermo de noche sempiterna donde habitan los Nero, y donde lo único que brilla es la Luna reflejada en la guadaña de éstos. Aquellos cautivos allí, siempre bajo la mirada de sus captores, son torturados, encerrados o abandonados a su locura. Una macabra estructura, conocida como la Torre de la Redención, reúne en su pico una espiral de niebla, que no es otra cosa que las almas de los reos que han caído en la propia Nocheeterna. Cuando esto ocurre en la propia Torre, según le explican a Nahara, pueden materializarse de nuevo para seguir siendo torturados, o elegir caer en el Olvido, un ser sumergido en niebla y que está compuesto por todas las almas lleguen a él. Además, Nahara descubre horrorizada a una mujer que, con el rostro cubierto, flota en la luz de la Luna, vigilando a todos los Nero.

Dimahl, en Guardaluz, descubre la paz que rodea el lugar, y es seguido durante toda su estancia en ese lugar por un simpático perro que no hace más que ponerle de los nervios. Allá conoce una cara desconocida de Guardaluz: los Arcángeles. Soldados enmascarados que vigilan por la paz del territorio de los Bianco. Así, se ve obligado a camuflarse entre ellos para ocultar su rostro.

Dimahl y Nahara escuchan las historias sobrecogedoras de las almas humanas, comprendiendo así que existe algo más que lo que ellos creían conocer.

Sin embargo, Dimahl no fue sincero.

Una intención desconocida le llevó a realizar su arriesgada empresa. Además, Caronte, el barquero que lleva las almas al Juez, descubre que éste ha desaparecido. Nahara ha comenzado a verse afectada por su estancia en Nocheeterna, y Dimahl descubre el Guardaluz cosas de su propia Nocheeterna que él mismo desconocía.

¡La historia continua! ¡Espero que lo disfrutéis!


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Dimahl caminó durante una cantidad de tiempo que fue incapaz de definir. A él, por lo menos, se le antojó eterno. Pensaba, turbado y atribulado, en las palabras de Latvian.

Resultaban absurdas, evidentemente no podían tener sentido.

“Dicen que se ha ganado el favor de la Dama Luna”

“¿La Dama Luna?”, pensó el Nero, “¿Pero de qué demonios está hablando?”

No pudo preguntarle al tabernero, que también parecía absorto, porque no tardó en echarle de su local. Y no quiso preguntarle a nadie más, porque no quería llamar la atención más de lo que ya lo había hecho. Pero en su cabeza las preguntas estaban comenzando a presionar contra sus sienes. ¿Quién se supone que era aquella mujer y cuáles eran sus cualidades e intenciones? ¿Por qué tenía aquella sensación de que el propio Dimahl era el único que no sabía nada, si hasta Nahara había estado ante ella? ¿Sabría algo?

¿Y qué relación parecía tener con Yorüen?

La hierba fresca les daba el característico sonido susurrante a los pasos del desorientado Nero. Y tal fue así que, sin que siquiera se diese cuenta, se encontró a sí mismo frente a las gigantescas puertas de piedra tallada de Nocheeterna. La tranquilidad de la noche le rodeaba como abrazando a su tumultuoso y confundido interior. También se percató de que el perro que siempre le seguía se hallaba sentado junto a él, mirándole con unos ojos cubiertos por su flequillo y con la lengua fuera. Jadeaba.

Aun vestía las ropas de quienes habitaban en aquel lugar, así que se acercó al umbral y las puertas se abrieron con aquel pavoroso sonido agónico.

- Quédate aquí – le ordenó al animal, sin mirarle.

El perro se tumbó con la cabeza entre las patas y gimió, como cansado de recibir siempre la misma orden.

Todo seguía igual, todo era familiar. El mismo aire, el mismo abiente, la misma gente y la misma luz. Y sin embargo no lo era. Los dos Nero que flanqueaban la entrada le siguieron con la mirada en silencio, con sus ojos perdidos bajo la negrura de sus capuchas. Dimahl continuó caminando con la visa fijada en la Torre de la Redención que, como siempre, estaba rodeada por una espiral de niebla que confluía en su cima. Como siempre…

Mirándose sus manos vacías convocó a su guadaña, que se materializó a partir de su parca cuando se fundió en una fina neblina. La textura del cayado, el brillo de la hoja, su peso. Hasta la sensación de poder que le otorgaba era la misma.

Aquí y allá veía a más Nero ya fuera solos o acompañados por reos aterrorizados, agonizantes, enloquecidos o todo a la vez. De vez en cuando, si se quedaba quieto con la mirada fija en ninguna parte, podía ver volutas de niebla fluir raudas hacia la Torre para unirse a la espiral que convergía en su pico. Las almas de los reos que han caído a manos de los Nero, ya fuera porque habían ofrecido resistencia o porque su captor era más sádico de lo debido.

Dimahl suspiró. Todo parecía igual. Todo igual. Incluso el brillo de la Luna.

Llevaba ya un largo rato en Nocheeterna y ya se había acostumbrado a la brillante luz perlada de la Luna. Solía pasarse sus ratos libres apoyado en alguno de los alféizares de las ventanas de la Torre, observándola. La luz del Sol de Guardaluz hería sus ojos, pero la Luna le agradaba.

“La Dama Luna… Una mujer que observa a través de la Luna.”

No veía nada. Tan solo el enorme círculo blanco en el cielo.

“Es una estupidez…”

Hastiado dejó caer los hombros y volvió de nuevo a las puertas con paso resuelto. Espetó a los guardias y se dirigió al camino crepuscular que llevaba directo a Guardaluz. Una vez fuera de la puerta le dio un par de palmadas al lomo del perro que le recibió alegre con un par de ladridos y comenzó a seguirle de nuevo.

Tal vez fuera por la mitad del alma de Nahara que habitaba en su interior. Quizás fuera por la cantidad de tiempo que había pasado con los Bianco o sólo por la paz que parecía casi tangible en Guardaluz. Cualquiera de esas razones parecía poder explicar la sensación de desplazamiento que acababa de sentir en Nocheeterna. Comenzaba a preguntarse si su misión valía la pena, aunque sólo fuera por cómo comenzaba a sentirse en su hogar. O por poner a Nahara en peligro.

Su determinación flaqueó un instante.

Volvió en sí una vez el resplandor de Guardaluz comenzó a cegarle. Cambió su apariencia por el sudario blanco con capa con un pensamiento y se adentró una vez más.

Ya se había familiarizado con aquel entorno salvo, quizás, por el brillo del sol. Era hora de ponerse serios y comenzar a buscar. Aunque no sabía cómo iba a reconocer a quien estaba buscando.

Parecía una empresa de locos buscar a una sola persona en toda la inmensidad de Guardaluz. Sin embargo esa locura encerraba algo mucho más enrevesado y retorcido. ¿Cómo era posible que Dimahl, que únicamente tenía recuerdos como Nero, supiera de alguien del territorio de los Bianco? Esperaba que, quien quiera que fuera la persona que buscaba, tuviera la respuesta, si bien no la conocía.

A decir verdad, mientras Dimahl recorría sin rumbo las tierras de Guardaluz, fijándose aquí y allá en quienes lo habitaban, reflexionó. La sensación que despertaba el rostro que súbitamente apareció en la mente del Nero era la opuesta a la que sentía ahora al entrar en Nocheeterna. Era una sensación familiar de procedencia desconocida, pero que le impelía a saber más.

Dimahl caminaba ahora por los campos de amapolas donde conoció a Nirnarëth. Echó un vistazo rápido, pero no parecía que ella estuviera por allí aquella vez. Y con sus ropas negras le habría llamado la atención. El perro correteaba de un lado a otro haciendo cabriolas y disfrutando del espacio abierto.

Lo que a Dimahl sí le llamó la atención la presencia de un Arcángel, de pelo largo y pajizo, de espaldas a él. Éste le dirigió una mirada, alertado por los ladridos alegres del perro y el Nero pudo ver su máscara, fría e inexpresiva como siempre; la misma que supuestamente debería llevar él en todo momento. Una vez el Arcángel se hubo asegurado que la fuente de alboroto no era peligrosa, volvió la vista a aquello que estaba observando. Por curiosidad, Dimahl se dirigió hacia él, no sin mantener cierta distancia.

A unos veinte metros de ambos había una mujer, apoyada a los pies de un almendro en flor. Estaba acuclillada y parecía sufrir los espasmos propios de los sollozos y el llanto. Todavía más lejos, en otra dirección, otro Arcángel observaba a la misma mujer.

Dimahl sabía que tenía que pasar desapercibido, pero algo le empujaba a acercarse a ella. Rodeándola, se colocó frente a ella, a una distancia suficiente como para poder verla con claridad mientras la observaba como un Arcángel más. Se trataba de una joven, o al menos aquella era la apariencia que había adquirido tras su muerte. Balbuceaba entre sollozos.

Tal vez por el nerviosismo de la mujer o por la distancia, Dimahl era incapaz de entenderla. Los Arcángeles seguían observando en silencio, con ojos vacíos y las expresiones igualmente vacuas de sus máscaras. La imperiosa necesidad de acercarse aumentaba. Sin embargo, hacerlo al descubierto era demasiado arriesgado: su rostro podía delatarle.

Las divagaciones acerca de las palabras de Latvian desaparecieron, ahogadas por la tensión del momento. Pensó en Nirnarëth, pensó en su máscara, la necesitaba. Con sutileza, Dimahl miró a su alrededor. La había arrojado en aquel campo de amapolas, pero era demasiado extenso y frondoso y no recordaba el punto exacto de su encuentro con Nirnarëth. Instintivamente se miró las manos vacías y recordó cómo apenas unos momentos antes había invocado a su guadaña. Entonces pensó.

Con la misma reacción que en Nocheeterna provocaba su parca, los extremos de las mangas del sudario se fundieron un instante, materializando así, de igual manera que con su arma, una máscara blanca similar a la del resto de Arcángeles. Sus mangas, además, también se alargaron, cubriendo sus manos. Con un suspiro se colocó la máscara en el rostro y dejó caer sus brazos. Su apariencia, entonces, se camufló con la del resto.

No le dejó de resultar extraño lo similares que eran las cualidades de los Nero y de los Arcángeles. O más bien, de los Bianco en general.

Dimahl volvió a mirar con disimulo al resto de los enmascarados que observaban a la mujer. Aparentemente ninguno se había percatado de su sutil cambio de apariencia. El perro parecía distraído interrumpiendo el vuelo nupcial de un par de mariposas a base de ladridos juguetones. Aquella parecía ser la oportunidad idónea del Nero camuflado para acercarse a la mujer.

Seguía llorando abrazada a sus rodillas. Aun balbuceaba, solo que aquella vez podía entenderla.

- Mi… mi hijo… – decía.

Dimahl se acercó hasta ponerse a su altura. Se sintió observado por el resto de los Arcángeles, pero los ignoró.

- ¿Le ocurre algo, mujer? – su pregunta estaba más movida por la curiosidad que por la compasión.

Fue ignorado.

- Mi hijo… no está conmigo… – repetía.

El Nero sintió la necesidad de preguntarle, pero en el estado en el que se encontraba aquella joven, sabía que volvería a ignorarle. Sin embargo, ella siguió hablando.

>> No está conmigo. Le echo de menos. Le echo de menos. Le echo de menos. Ojalá. Ojalá. Ojalá…

Dimahl estaba comenzando a sentirse incómodo. Y ni siquiera se había dado cuenta de que el resto de Arcángeles habían dado un paso hacia ellos.

>> Ojalá no le hubiera salvado…

- ¿Qué…? – aquello le pilló por sorpresa.

- ¡Ojalá hubiera muerto! – gritó.

La mujer se levantó de repente, iracunda, pegándole un puñetazo al nudoso e irregular tronco del almendro. Entonces Dimahl vio algo que no había visto jamás, ni allí ni en Nocheeterna. Algo que, tuvo que admitir, le pilló por sorpresa y le aterrorizó: como su una capa de la niebla propia de Nocheeterna los cubriera, sus ojos brillaban con un cadavérico tono grisáceo e irregular.

>> ¡OJALÁ LE HUBIERA MATADO YO MISMA!

Dimahl retrocedió. No había visto nunca algo así. Tampoco había oído hablar de nada parecido.

>> ¡ASÍ ESTARÍA CONMIGO!

Miró a su alrededor. Todos los Arcángeles cercanos habían formado un círculo alrededor de ambos. Algunos miraban a la mujer. Otros, le miraban a él. Entonces lo comprendió.

Él nunca había visto el cambio de aquella clase de personas. Solo el resultado final, su llegada a Nocheeterna.

Aquella mujer era una “gris”.

Y los Arcángeles esperaban que Dimahl la llevara, a favor o en contra de su voluntad, a Nocheeterna.

jueves, 1 de abril de 2010

Dancing Queen



Tan triste como cierto...

Y con esto vuelvo a la blogosfera después de unas vacaciones impuestas por la rebeldía de mi portátil. Siento mi ausencia, pero... ya estoy aquiiiiii... (léase como la niña de Poltergeist).

P.D. Próximo posteo, siguiente capítulo de The Nether, que incluirá resumen más que nada para mí, porque hace ya demasiado que no lo seguía... xS ¡Poneos al día! ;)

¡Cuídenseme!