Relato: Andrés A. Martínez (Tréveron)
¿Nunca habéis tenido un bonsái? Algunos pueden llegar a tardar décadas en brotar desde que son plantados. Podría ser un desperdicio de tiempo, pensaréis muchos.
Yo también lo pienso, por eso lo compré ya crecido. Jodidamente caro, si me permitís.
El caso es que luego cualquiera podría mirarlo y pensar “qué poca cosa de árbol”.
Sí, yo también lo pienso.
De hecho, suelo poner mi bonsái en el alféizar de la ventana y pongo mis ojos a su nivel para poder imaginar que es un gran árbol cuya copa cubre el cielo entero. Claro que sin la sombra sobre los edificios no se crea mucho efecto...
Y con esas hojitas diminutas que uno no sabe cómo narices se mantiene vivo. No es de extrañar que tarde tanto en crecer.
Pero míralo, ahí está ese pequeño bastardo. Pequeñito pero capaz de costarte cientos de... bueno, de lo que sea que se gaste uno.
En ocasiones miro los retorcidos nudos que recorren ese tronco pequeñito pero bien arraigado. Parece que esté hecho de multitud de diminutas serpientes marrones y arrugadas entretejidas entre sí para ver si consiguen que alguien las tenga en cuenta. Y las pequeñajas lo consiguen. Vaya si lo consiguen.
Hay maníacos de esos árboles diminutos. Y clubes y convenciones y tradiciones y yo qué sé más…
En fin, la cosa es que viene bien mirarlo cuando llego hasta las narices del trabajo. No porque sea relajante, ni estimulante. Simplemente me consuela ver algo más pequeño que yo.
Ahora bien, podemos pensar en los bonsáis como individuos. Es decir, evidentemente muchos de ellos han de estar acomplejados por ser como son. A la fuerza. Puede que incluso por eso tarden tanto en brotar. Debe de ser una especie de equivalente vegetal a salir del armario. Y los cabroncetes lo consiguen. Dicen “¡Aquí estoy yo! ¡Admiradme!”, y allá que vamos nosotros, como borregos. A admirarlos, qué si no.
A veces me miro en el espejo después de ducharme. Donde los menos parcos en palabras verían la fragilidad paradigmática del ser humano yo solo veo un cuerpo arrugado y un pito todavía más. Sí, yo tampoco es que sea una viga de alto, y tal vez no sea tampoco muy, digamos, fácil de ver, y es por eso precisamente por lo que a veces me pregunto qué sería de nosotros si fuéramos más como los bonsáis.
Sería un bonito símbolo. Mantenernos firmes en nuestros pequeños tiestos a pesar de que muchos puedan mirarnos desde lo alto, orgullosos de ser lo que somos, seamos lo que seamos.
Y no es por tirarme el rollo, pero la semana pasada me convertí en pionero de mi causa.
Veréis, como vivo en las afueras de la ciudad tengo una colina elevada cerca, a unos doscientos metros. Me decidí a plantarle cara al resto de los “mortales” saliendo como Dios me trajo al mundo a la calle, bonsái en mano para que la gente pudiera entenderme.
El problema es que esto pareció no ser suficiente para que me comprendieran. Pasé la noche en un calabozo.
Pero os prometo que es algo digno de sentir alguna vez. Por un momento, allá en la cima de la colina, la ciudad quedó por debajo de nosotros. Sólo éramos yo, en el sentido más estricto de la palabra, mi bonsái, y una agradable brisa que hacía que mi escroto aleteara con suavidad.

Deberíais probarlo.
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Bueno bueno, por fin seguimos con mi genialicháchido Servicio de Fanarts Invertidos, que algunos creían olvidado. Realmente he de confesar que he tardado tanto porque NO TENÍA NI IDEA de cómo convertir en relato semejante obra de arte por parte del amigo Basterrak. ¡Espero que os haya gustado y sigais participando!
Y en otro orden de cosas, lamento informar que, al igual que Deed y porque básicamente rapiño el suyo '^^, no tengo scaner, así que las tiras escasearán durante un tiempo (por lo que las visitas también escasearán '^^). En fin, ¡cuídenseme!