
Dibujo: Mirian Frías Ferrer
Relato: Andrés A. MArtínez Bertomeu
(Parte I: The Wife)
Había cierto matiz metálico en la atmósfera que se respiraba en el interior de la iglesia. No era difícil determinar a qué pertenecía aquel tipo de aroma que se pegaba al paladar, pero aun así Léredith siguió caminando indiferente.
Estaba ya acostumbrada al cuproso olor de la sangre.
Sus afilados tacones resonaban en el suelo de mármol negro y el sonido rebotaba en las amplias paredes de la cámara. A pesar de todo el susurro de la cola de su vestido, que parecía reptar con vida propia a larga distancia de la novia, se escuchaba por debajo del eco de sus pasos.
Las largas filas de bancos a ambos lados de Léredith estaban completamente vacíos, y apenas un par de cirios sobre largos candelabros iluminaban toda la estancia. Unos cirios que flanqueaban un altar igual de vacío que el resto de la iglesia.
Para ser más precisos no estaba “completamente” vacío. Al menos no dependiendo de la forma de pensar de quien mirase. Tras el altar había una enorme cruz cristiana plateada de la que colgaban perladas cuentas de rosario. En la pulida superficie de la gigantesca estructura se reflejaba la luz titilante de los cirios. Y esta luz iluminaba un cuerpo inerte sobre un charco de sangre fresca.
Léredith se detuvo, mirando el cadáver de una mujer de cabellos castaños y un hermoso vestido de novia con un decorado corsé en el tronco de su cuerpo. Así, en un escenario tan aparentemente intrascendente, la Primera Esposa halló a la Segunda.
Con paciencia, Léredith observó el inmóvil cuerpo que tenía ante ella, hasta que lo que estaba esperando ocurrió. Al igual que en el bosque, horas atrás, hubo un cambio imperceptible en el ambiente, un temblor en el aire. Y después, un susurro.
- Hace mucho tiempo… hice una promesa.
Era ese tipo de voces que uno no oye con los oídos, sino que reverbera en todo el cuerpo con una suavidad escalofriante, sin que uno pueda determinar su procedencia. Sin embargo, lejos de turbarse, la Primera Esposa sonrió. La novia que se encontraba frente a ella se movió.
Su velo estaba levantado, y con unos ojos negros como pozos e intensos miró a la mujer que tenía frente a sí. Se apoyó en sus manos enguantadas hasta los antebrazos sin apartar la mirada y sostuvo esa posición unos instantes. Con lentitud y una parsimonia casi ceremonial, la Segunda Novia comenzó a levantarse.
Y cuando estuvo completamente erguida se pudo ver cómo las aun líquidas gotas del charco de sangre que cubría parcialmente el suelo del altar y manchaban su vestido resbalaban de él hasta volver a tierra de nuevo, dejándolo completamente inmaculado. No se veía herida. No se veía mella alguna en el tejido del traje. Era un hecho tangible que, para alguien que no supiera que segundos antes yacía sin vida frente a Léredith aquella mujer parecía estar esperando a su futuro marido. Lejos de eso, miraba cómo la Primera Novia sonreía.
- Háblame de tu promesa – dijo.
- Frente a este mismo altar fui asesinada por celos infundados.
Su voz, esta vez, sonaba de manera normal, aunque suave y sensual. Dio un par de pasos al frente hacia Léredith y rodeó el altar, dándole la espalda. De repente la sangre que había bajo sus pies coaguló, se secó y ennegreció en apenas dos segundos. La Primera Novia, aun de espaldas, seguía sonriendo.
>> Durante ya demasiado tiempo – continuó mientras se dirigía hacia la puerta de la iglesia – he morado bajo este oscuro techo y entre estas lúgubres paredes. Es hora de que todos sientan lo que yo siento.
Léredith amplió su sonrisa de manera que bien podría haber aterrorizado al más sádico de los demonios. Se dio la vuelta y comenzó a dirigirse también a la entrada mientras susurraba:
- Dilo…
Y así, bajo el dintel de los portones en el umbral de la iglesia, Lieshka, la Segunda Esposa, clamó a aquel cielo de noche encapotado:
- Es hora de la Boda de Sangre.