
El autor.
___________________________________
- Sabes lo que soy, ¿verdad?
No terminaba de creerme aquello que yo estaba a punto de pronunciar.
- Supongo que empieza por V.
- Yo también sé quién eres tú.
- ¿Ganado? – eché el resto con aquella palabra.
Contrariamente a lo que esperaba, bajó la cabeza. Realmente parecía atormentada por algo. De hecho, era ella la que parecía indefensa de los dos. En aquel sentí una clara dicotomía en mi interior. Una parte de mí sentía aversión hacia lo que ella representaba mientras que la otra sentía una creciente necesidad de consolarla. ¿Qué parte era más fuerte? Ni yo lo sabía.
>> ¿Qué quieres de mí? – dije por fin.
Ella me miró entonces a los ojos.
- No lo sé – respondió –. Ese es el problema. Nunca nadie se había resistido a mí.
- Eres consciente de que acabas de confirmarme que eres una asesina y del efecto que eso tendría en mí, ¿verdad?
- Llevo pensando en esta conversación desde la última vez que nos vimos – admitió.
- ¿Y qué se supone que quieres que piense?
- ¡Ya te he dicho que no lo sé! – dijo mientras se llevaba una mano a la frente – Hace demasiado tiempo que no me sentía así…
- ¿Así? ¿Cómo?
- Humana… – concluyó sin mirarme a los ojos.
Una vez más permanecimos unos segundos en silencio. Miré sin ninguna razón en concreto a nuestro alrededor. La calle estaba apenas iluminada por la luz de farolas que amenazaban con apagarse en cualquier momento. Sólo estábamos ella y yo en decenas de metros a la redonda. Entonces se movió y dio un paso hacia mí.
- Puedo salir de tu vida si así lo quieres, Richard. Quizás sea lo mejor. Pero te ruego que si hay alguna parte de ti que no quiera que lo haga, reúnete conmigo en la azotea de tu edificio mañana, cuando termine el crepúsculo.
Era como si me hubiera leído la mente. Una vez dicho esto llevó una mano a mi mejilla y la acarició con una dulzura que no hubiera esperado dada su condición. Estaba fría. Demasiado.
Y antes de que quisiera darme cuenta acercó sus labios a la comisura de los míos. Me sorprendí a mí mismo siguiendo unos centímetros su rostro cuando lo apartó del mío. Desafortunadamente para mí, ella lo notó. Sonrió por primera vez aquella noche.
La farola que brillaba sobre nosotros titiló, y cuando volvió a iluminar ella ya no estaba.
Detesto el crepúsculo. No sólo porque no me guste que las nubes se tiñan de rosa, sino que lo considero como la patética súplica del Sol por seguir brillando entre la resplandeciente mañana y la apacible noche que representa su muerte. Y sin embargo allí estaba yo, apoyado en el muro de metro y medio de ladrillo que separa el suelo de mi azotea de la cornisa. Aun entonces no sabía qué diablos estaba esperando.
Finalmente había asumido que era una vampiresa, una asesina que podría a mi familia en peligro y, en definitiva, mi vida patas arriba si la dejaba entrar en ella. Pero la idea de no volver a verla me perturbaba mucho más de lo que hubiera pensado. Así que allí permanecía, viendo las estúpidas nubes rosas.
El Sol se ocultó entre los edificios y su brillo terminó al tiempo que se encendían las farolas, cuya luz apenas alcanzaba la azotea.
- Has venido, Richard…
Estaba demasiado absorto y admito que me asusté. Me di la vuelta con un respingo y vi la silueta de Anne Marie. Apenas era capaz de distinguir sus rasgos. Mejor, pensé, así no nublarían mi juicio una vez más.
- Deberíamos estar en clase, ¿sabes? – sonreí, nervioso.
Ella se acercó a mí y, sin mediar palabra, me abrazó apoyando su cabeza en mi pecho. Era como si la misma penumbra me abrazase.
- Quiero volver a sentirme humana… – susurró.
- ¿Y qué puedo hacer yo? – pregunté, suspicaz.
- Protégeme, por favor – su voz sonaba queda.
- ¿Protegerte de qué?
- No lo sé. Simplemente quiero sentir que lo necesito, como ocurría antes.
No sabía qué debía hacer, decir, o qué debía sentir. Le acaricié el pelo con una mano mientras que con la otra rodeaba su cintura. La situación estaba a punto de sobrepasarme.
- ¿Cómo voy poder proteger a alguien capaz de acabar conmigo con apenas proponérselo? No creo que tenga fuerzas – dije.
Por fin separó la cabeza de mi pecho y me miró. Con la escasa luz que nos rodeaba era como si dos pozos negros me invitaran a sumergirme. La blancura de su piel, sin embargo, era inconfundible hasta en la oscuridad más insondable. Estaba divagando, pero ella tenía las palabras exactas para sacarme de mi ensimismamiento.
- Yo podría darte fuerzas.
No soy idiota. Nunca lo he sido. Sabía perfectamente qué me estaba pidiendo.
- Estás loca si piensas que pienso aceptar.
- Piénsalo, por favor – parecía desesperada –. Nunca decaerías. Alguien con tu voluntad y lo que te ofrezco podría hacer lo que quisiera. Podrías estudiar lo que quisieras, trabajar en lo que se te antoje…
- Siempre y cuando fuera de noche – interrumpí.
- Podrías proteger a tus hermanos. Asegurarte de que jamás, literalmente, les hicieran daño.
- ¿Convirtiendo a su hermano en un asesino? – espeté.
- ¡Trabajas en una carnicería! ¡Seguro que no te costaría nada que te transfirieran a un matadero local y pedir el turno nocturno! ¡Tendrías toda la sangre animal que pudieras conseguir! ¡Y yo…! – hizo una pausa en la cual bajó la cabeza – Yo estaría dispuesta a dejar de tomar la sangre por la fuerza. Estoy dispuesta a permanecer con tu familia… contigo… Siempre.
No pude contestar en unos segundos. De haber considerado por un instante lo que me ofrecía, aquella opción tenía sentido.
- Veo que te has informado – admití.
- No quiero perder lo que estoy sintiendo – su voz se estaba convirtiendo en llanto.
Lo que me estaba pidiendo era una locura. Pero ella había conseguido que mi instinto protector la acogiera y mi mente estaba buscando desesperadamente alternativas a ayudarla teniendo que sacrificar la luz del Sol. Lamentablemente no se me ocurrió nada. Para colmo, durante toda la conversación, tenía mis manos agarrando su cintura. Era incapaz de soltarla. Volvió a abrazarme. Lo que me faltaba…
Debía estar volviéndome loco, porque me estaba planteando dejarme llevar por su maldición, ya que no se me ocurría otra manera de estar con ella.
>> Te lo mereces, Richard… – dijo entonces, entre sollozos.
Ahora mismo puedo identificar perfectamente aquel mismo momento como el momento en el que caí.
>> Mereces que alguien te proteja a ti.
Aquí sigo, frente al espejo. La zona de mi cuello alrededor de la herida se está amoratando. Coloco mi mano sobre mi pecho, sintiendo los últimos latidos de mi corazón. Pronto terminará todo, y me marcharé sin saber qué me espera cuando abra los ojos. Qué será de mí. Qué será de mi familia.
Qué será de Anne Marie.
Empiezo a estar mareado. La vista se me está nublando. Pero entre la bruma que se está levantando en la mente de este idiota que sabe lo que va a ocurrir, la voz de la última frase de Anne Marie prevalece.
- Te dije que nadie se me ha resistido jamás…
<¿Fin?>