Volví a sentir la hoja de la Espada de Hielo ensartada en mi pecho, pero, curiosamente, el dolor había desaparecido. La tomé por la parte cercana a mi pecho y pude notar cómo la Espada se deshacía al entrar en contacto con mi mano.
- ¡¿Qué?! – el miedo en su expresión se intensificaba
La parte de aquel arma que se había hundido dentro de mí y la que me atravesaba por detrás se derritieron en cuestión de segundos, quedando yo liberado al fin. Noté que la herida de mi pecho, aunque no dolía, había empezado a sangrar profusamente. Lejos de sentirme debilitado por ello, en las líneas que dibujaba mi sangre mientras se derramaba por mi cuerpo comenzó a expandirse la sensación de calidez que le devolvió el color a toda mi piel y, supuse, a mi pelo y ojos. A continuación, y sin explicación aparente, la sangre que permanecía en mi herida estalló en llamas, cauterizándola y cerrándola, dejando una desagradable cicatriz.
La hoja de la Espada seguía derritiéndose. Ya sólo quedaba el mango y la guarda de ésta, que Ella sostenía en sus temblorosas manos. Finalmente se convirtió en agua en sus manos, a lo que Ella respondió con un ensordecedor grito de pánico y agonía, cayendo de rodillas y llevándose las manos al pecho.
Gotas de agua me caían en la cabeza. Miré hacia arriba y observé cómo al pared del Desfiladero de Hielo también había comenzado a deshacerse. No como consecuencia de la fusión del corazón de Ella. Al parecer, el que estaba emanando calor era yo. Pude ver como también el suelo bajo mis pies se fundía, hasta llegar a ver el verde de la hierba. La multitud contemplaba atónita aquella inusual, aunque esperanzadora, escena.
Ella seguía acuclillada, jadeando. Entonces levantó la mirada hacia mí. Resultaba irónico que el frío proviniera de Ella cuando aquella mirada podría haber derretido un glaciar.
- Tú... no... has... ¡vencido! – masculló.
Pude ver cómo se tensaba cada músculo de su cuerpo mientras me observaba, sin realizar aparentemente ningún movimiento. Entonces, vi que cristales de hielo y nieve comenzaron a girar a su alrededor, más y más deprisa, impulsados por una repentina corriente aire. Ésta aumentó hasta tal punto que, por un momento, el hielo y la nieve impulsados no me dejaron ver a Ella. Con un levísimo gesto de su mano, toda esa corriente fue proyectada a una velocidad pasmosa hacia mí. Una vez más pude ver la atónita mirada en su rostro al ver cómo su corriente de frialdad se arremolinada a mi alrededor, y cómo los cristales de hielo y nieve se tornaban en inofensivas gotas de agua que caían, como lágrimas derramadas de unos ojos invisibles.
- ¿Así fue como mataste a aquellos que se levantaron contra ti? – Pensé en aquella pareja que había muerto congelada de pie.
Profirió un grito de desesperación y con una agilidad de nuevo sobrehumana, saltó más de diez metros hacia la salida del desfiladero, hacia la pradera. De nuevo observé que, efectivamente, la tierra bajo sus pies quedaba inmediatamente cubierta de una fina capa de hielo, que se espesaba con el tiempo.
- ¡¡TÚ NO HAS VENCIDO!! – Gritó desgarradoramente desde aquel lugar.
Levantó ambos puños con el rostro lívido por la furia, y golpeó el suelo bajo Ella. Éste tembló, rugió, y posteriormente se quebró y abrió de manera que casi emulaba la majestuosidad del Abismo de la Incertidumbre que por primera vez nos separó.
Y allí estábamos. Ella estaba al otro lado el Precipicio y la multitud y yo presenciábamos cómo se reía con una histérica sensación de triunfo.
- ¡Desviado de tu camino para siempre, patético perdedor! ¡Dirige tu a tu rebaño de idiotas ahora! – gritó con un atisbo de locura en su voz.
Me inquieté sobremanera. ¿Así acabaría todo? ¿Obligado a no seguir mi camino por los caprichos de Ella? ¿Abocándonos a mí y a toda la multitud a un cambio irreversible de nuestro destino? Tenía que pensar algo... aquel no podría ser nuestro final después de tanto tiempo... después de tanto vivido, de tanto sufrido, de tanto errado, de tanto aprendido... No... aquello no acabaría así... yo ya superé el Abismo de la Incertidumbre una vez... fue en un sueño, pero pude sentirlo en aquella ocasión, y podía sentirlo ahora. El fuego de la esperanza bullia en mi interior. El fulgor de los gritos de valor que resonaban en mi cabeza no podían ser ignorados. Debía suceder, iba a suceder. Sucedería.
Y sucedió.
Caminé hacia el precipicio dispuesto ante mí y de nuevo noté aquella sensación. De nuevo vi cómo pequeñas ondas, como al caminar sobre un charco, se dibujaban bajo mis pies. De nuevo noté tierra firme donde aparentemente no había nada. Y anduve. Anduve atravesando aquel precipicio ante el asombro de Ella, de la multitud y, por qué no decirlo, el mío.
He aquí la primera, tal vez la única enseñanza que yo podría haberle transmitido jamás al Chico: los sueños, como tales, pueden perderte, pero a veces uno puede encontrarse en ellos.
Ella cayó de rodillas al suelo, ahora helado, bajo sus pies. Estaba boquiabierta y con los ojos muy abiertos, casi en estado catatónico. Parecía estar siguiéndome con la mirada.
Me detuve en la mitad del recorrido sobre el precipicio y me di la vuelta para observar a la multitud. Como en mi sueño, se habían congregado en el borde e, inseguros, daban los primeros pasos sobre la nada, con el mismo efecto que conmigo. Pude ver, por primera vez, el regocijo en sus rostros a medida que iban cruzando. Terminé el recorrido pasando junto a Ella, que miraba al vacío igual de boquiabierta. No le dirigí ni una palabra. No le dediqué ninguna mirada. Simplemente, pasé junto a Ella. Dejándola atrás, por siempre jamás.
La multitud también pasó junto a Ella, de igual manera. Pero me volteé para ver qué estaban dispuestos a hacer, y me sorprendí al verles a todos quietos, en silencio, mirándome, expectantes.
Entendí lo que querían. Ante nosotros yacía una soleada llanura. Un nuevo camino... no, el camino de siempre se dispuso una vez más ante nosotros. Tras todo lo recorrido, tras todo lo aprendido, tras todo lo sentido, por fin fui capaz de dedicarles mi mejor sonrisa y decirles:
- Seguidme.

FIN