No grave will hold me...

No grave will hold me...
Os estoy vigilando...

martes, 23 de octubre de 2007

The Nether, Chapter IV: Poetry

Nocheeterna.




Donde lo único que brilla es la luna reflejada en las guadañas de los Nero.

Cualquier descripción hablada se quedaba corta en la presencia de aquel lugar.

Las enormes puertas de piedra estaban ornadas con macabros grabados de pequeños demonios torturando a humanos en cuyos rostros se reflejaba quizás demasiado bien su sufrimiento. Tanto es así, que Nahara hizo una mueca de dolor cuando las puertas se abrieron, ya que el chirrido del rozamiento de éstas evocaban gritos y gemidos de agonía.

“¡¿Ir a Nocheeterna!?” Recordó la propuesta de Dimahl, para intentar saber cuando hubo sido convencida para aquella locura.

Nahara atravesó las puertas, cubierta casi enteramente por la parca, como le aconsejó el Nero, y sosteniendo firmemente su recién adquirida guadaña. Otros dos miembros de ese mismo clan flanqueaban la entrada de su territorio. “Esos inútiles sólo cruzarán sus guadañas cuando quieras salir de allí”, dijo Dimahl. Efectivamente, los Guardianes tan sólo siguieron a Nahara con sus ojos cubiertos bajo sus respectivas capuchas.

“Esto funciona así” las palabras de Dimahl resonaron de nuevo en su mente, “Yo voy a Guardaluz y tu a Nocheeterna, ¿qué te parece?”

“Me parece que habéis bebido demasiado...” respondió ella “¿Sabeis lo que nos puede ocurrir si el Juez nos descubre?”

Dimahl se inclinó sobre la mesa, con una macabra sonrisa “Pequeña, yo mismo me he encargado de ajusticiar a aquellos que han desobedecido las sentencias del Juez”

“Razón de más pues. Es una locura” Nahara creyó concluir aquella conversación, pero el Nero no lo creía así.

Nahara avanzó dubitativa por los arenosos terrenos de Nocheeterna cubiertos de niebla, vislumbrando las escasas, aunque horriblemente siniestras estructuras de aquel lugar. La primera y más vasta de todas era una gigantesca torre de arquitectura amorfa e irregular que se alzaba a unos quinientos metros de las puertas de Nocheeterna. Se trataba de una colosal estructura más ancha en su base que en su cima, como si fuera un dedo podrido de la misma tierra que intentara escapar de su corrupción. Había, además, algo peculiar en aquella torre: toda la niebla de Nocheeterna parecía concentrarse en su cima, si bien no se podía percibir a ciencia cierta si la niebla entraba por la torre o salía de ella. “La Torre de la Redención”. De nuevo, Dimahl volvió a ser recordado. “No te recomiendo empezar tu visita por ahí, pequeña... Demasiado...” se pensó unos instantes el final de esa frase “fuerte, quizás... para una primeriza” y el Nero esbozó aquella irritante sonrisa que le caracterizaba una vez más.

Nahara pasó de largo, siguiendo el consejo se su particular socio. Tuvo que esquivar a algunos miembros del clan Nero que iban y venían de la Torre, todos cubiertos con su parca por completo. Nadie, para el alivio de Nahara, pareció percatarse de su presencia en absoluto.

“El concepto que tienes que los mortales es bastante equivocado, Nahara. No tienes ni la más remota idea de lo que son capaces de hacer aquellos a quien sirves con tanta devoción” Dimahl seguía apoyado sobre la mesa, mirando de manera penetrante a la Bianco.

“¿Y qué se supone que ganas tú...? Se os ve demasiado interesado...” repuso ella, escéptica.

Dimahl se echó hacia atrás recostándose sobre la silla y se cruzó de brazos, apartando la mirada. “Yo quiero saber si realmente una vida puede llegar a valer la pena. Es sólo eso”

La Bianco se extrañó de no ver apenas a nadie por ninguna parte, salvo a algún que otro Nero que iba de un lugar a otro en un silencio sepulcral. “No esperes ver reos en cualquier parte”

“¿Reos?”, respondió ella

“Así llamamos a las almas que nos envían, ¿qué esperabas?” Nahara miró perpleja a Dimahl no tanto por el despectivo nombre que les daban a los habitantes de su territorio sino por la brutal indiferencia con la que éste se refería a ellos.

Nahara siguió caminando sin vacilación, para no levantar sospechas, hacia donde el Nero le había recomendado ir primero. “Allí estarás bastante... tranquila.” La Bianco llegó hasta la entrada de un recinto cerrado de paredes grises cuya anchura era imposible limitar a simple vista. En su entrada, flanqueada por dos antorchas que ardían furiosas, había un único Nero, cuya guadaña cruzaba la puerta, impidiendo tanto la entrada como la salida. Sin embargo, cuando éste vio aproximarse a Nahara, apartó su arma de la entrada y asintió levemente. Ella le devolvió el gesto y, sin dudar un instante, entró. El interior de aquel lugar la desconcertó un poco.

Aparte del árido suelo, y de los habitantes de Nocheeterna, si bien Nero o reos, no había nada más.

“El Abismo del Desesperado”, así lo llamó Dimahl. “No te dejes engañar por lo que veas. Aquello, para los reos, es un maldito laberinto.” Nahara se adentró, observando curiosa a su alrededor. Y lo que vio la sobrecogió.

Había unos cuantos Nero aquí y allá, y el resto, que superaban a los guardianes en diez contra uno, se hallaban distribuidos de manera mas o menos homogénea por aquel lugar. Pero, contrariamente a la solemnidad y la quietud de los Nero, los reos presentaban comportamientos muy dispares e inquietantes. “Allí son enviados aquellos que ya no pueden ser torturados más de lo que ya están”, explicó Dimahl. “Esto es, los chalados” Al parecer, según le contó a Nahara, aquel lugar era para aquellos cuya propia mente ya se consideraba tortura suficiente para toda la eternidad. Así, donde los Nero veían un solar completamente abierto, los cautivos veían un laberinto de acechantes paredes donde vagarían ahogándose en su propia desesperación hasta el fin de los tiempos.

Algunos de los reos golpeaban las paredes, invisibles para Nahara, sin dejar de gritar incoherencias. Otros corrían histéricos de un lado para otro, golpeándose entre ellos y contra las paredes. Los había también completamente quietos, en estado catatónico, o hechos un ovillo en el suelo o acuclillados abrazados a sus rodillas y balanceándose hacia delante y hacia atrás, repitiendo mecánicamente una única frase o palabra. Por otra parte, los Nero simplemente observaban, impasibles a los gritos y las increpancias de los reos, que les tildaban de demonios o de encarnaciones de la muerte. A medida que Nahara avanzaba, incluso podía oír alguna risa gutural y burlona procedente de los guardianes.

La Bianco comenzó a mirar a su alrededor en busca de alguien para empezar su particular investigación. Así, no tardó en fijarse a quien presentaba un comportamiento menos compulsivo aunque no menos extraño. Se trataba de un hombre que rondaría la cuarentena, de escaso pelo negro azabache. Estaba sentado en el suelo, rodeado por una larguísima tira de pergamino de varias decenas de metros, en cuya superficie no había más que renglones tachados de palabras ininteligibles para Nahara. El hombre parecía estar escribiendo de forma compulsiva pero cíclica: escribía, gruñía por lo que acababa de escribir, lo tachaba, y volvía a empezar. Cuando la guardiana se acercó, apenas le dirigió una rápida e indiferente mirada.

- Largo. Espantáis mi inspiración. – la voz del hombre era grave pero temblorosa, y su insolencia hizo que Nahara recordaba irremediablemente a Dimahl.

- ¿Quién sois, reo? – la Bianco intentó sonar con la misma indiferencia de los Nero.

- Higfried es mi nombre, la poesía es... fue mi vida... – al reo hacer esa mención pareció molestarle.

- No parece... – Nahara observó la interminable tira de pergamino – que se os diera excesivamente bien, poeta. – Higfried miró ofendido a la guardiana durante un instante, y volvió a su quehacer. – Contadme vuestra historia.

- ¿Y si no lo hago...? – la respuesta del reo sonó muy desafiante, a pesar de que no hubiera apartado el rostro de su pergamino.

La respuesta de Nahara fue más contundente: con un firme movimiento, puso la hoja de su guadaña en el cuello del poeta, de manera que, además de suponer una más que obvia amenaza, impidiera al reo ver su pergamino. Éste dejó caer la pluma con la que escribía y se alzó y dirigió curioso sus ojos marrones hacia la guadaña y la Nero.

- Está bien... - Suspiró y comenzó a hablar - Desde pequeño, siempre admiré las palabras de un poeta. Devoraba libros hasta altas horas de la mañana, lo cual siempre turbaba a mis padres, pero a mí me daba igual. Cuántas lágrimas derramadas ante los versos de quienes eran capaz de plasmar imposibles emociones en un pedazo de papel... – había un deje de melancolía en la voz de Higfried – Estudié Literatura y Bellas Artes en la universidad, donde creció mi inquietud por la palabra escrita, al conocer a algunos de mis autores predilectos, para los cuales tuve el inmenso honor de ser su alumno.

>> Allí, además, conocí al amor de mi vida... – en su expresión apareció por un instante una sonrisa de añoranza – Se llamaba Isabella y, podría definir nuestro primer encuentro como un flechazo. La enamoré con mis mejores versos, por los cuales yo era capaz de pasar noches en vela. Aún recuerdo nuestro primer beso... – cerró los ojos unos instantes y los volvió a abrir – La vida parecía sonreírme: estaba con la mujer amada y comencé a trabajar para una editorial interesada en mi obra. Pero... como muchos de los autores que leí durante mi vida escribieron, la felicidad puede ser tan fugaz como el latido de un corazón.

>> Y poco después de que contrajéramos matrimonio y comenzáramos a vivir juntos, ocurrió. – Higfried cerró de nuevo los ojos, aunque esta vez con amargura – Mi inspiración me abandonó por completo. Era incapaz de completar una sola estrofa decente. La editorial amenazaba con despedirme si no cumplía con los plazos de entrega de mis obras y ello me sumió en una terrible depresión. Y mi esposa, la persona a la que más amaba en este mundo no parecía inmutarse por ello. Cada vez la notaba más fría y distante hasta que... – apretó los puños sobre los trozos de pergamino – la encontré en nuestro lecho marital con otro hombre.

>> Él consiguió escapar por la ventana, dejándome a solas con mi adúltera esposa, que se cubría la desnudez con mis propias sábanas. Ciego de rabia, corrí hasta la cocina y tomé el cuchillo de la carne. Cuando volví a nuestro cuarto ella estaba vistiéndose – Higfried rió con ironía – Con el cuchillo en la mano la cogí del cuello y la tiré en la cama. La hice mía una última vez, a la fuerza, motivazo por sus gritos desgarradores. Y luego – la expresión de su rostro se tornó en una mueca macabra; Nahara, que hasta entonces escuchaba con atención, se estremeció – clavé el cuchillo en su garganta.

>> La sangre manaba a borbotones... – la macabra sonrisa de la cara del poeta se acentuó – Y de repente – su voz se suavizó considerablemente – volví a sentirme inspirado... Fue así de simple... Corrí a por mis retazos de papel, pero descubrí que no tenía tinta. – Volvió a sonreír – El siguiente paso fue bastante obvio... Volví a al cuarto, con varios tarros vacíos de tinta y cogí a mi difunta esposa por el pelo para que su infecta sangre se derramara sobre los tarros. Poco a poco. ¿Sabéis? – dirigió su macabra sonrisa hacia Nahara – aún agonizaba cuando los llenaba. – dicho esto, Higfried rió con sorna.





>>Oh, aquel poema fue tan hermoso... a la editorial le encantaron mis nuevos versos – prosiguió, con melancolía - ¿Cómo eran...? “Por ti. Porque me envenenaste desde el primer momento” – se quedó pensativo unos instantes – “Acabaste con el amor de quien, con toda seguridad, más te quiso como quien patea un guijarro dispuesto en su camino” Ah, no lo recuerdo bien... – Higfried hizo un gesto de indiferencia. – Aquellos payasos de la editorial ni siquiera se preguntaron por qué la tinta era roja. – se sonrió – “El poeta carmesí”, así me apodaron, y así titularon mis libros a partir de ese momento.

>>Lo más divertido es que mi particular tinta se acabó. Abusé demasiado de ella, aparentemente... Así que tuve que, digamos, reponerla. Las damas se mueren por los poetas, ¿sabéis? – volvió a dirigirse a la estupefacta Nahara – Siempre las tomé, con o sin su permiso... Siempre con un cuchillo en la garganta... Siempre siguen vivas cuando lleno los tarros... – Higfried rió de nuevo – y bueno, acabaron descubriéndome... Bah, me suicidé en la cárcel.

Nahara observaba al poeta carmesí completamente absorbida por su espeluznante relato, sin sentirse capaz de pronunciar una sola palabra.

- Sois... sois despreciable... Un maldito asesino... – consiguió decir la Bianco
Higfried dio un paso hacia ella. Nahara alzó la guadaña de nuevo.

- Y vos – el reo clavó su mirada en los ojos de ella – sois muy hermosa... Vuestras manos tiemblan, ¿sabéis? – con un rápido movimiento, Higfried agarró la guadaña e hizo fuerza para arrebatársela a Nahara – Hace décadas que no escribo un poema decente... – una vez más, aquella macabra sonrisa se dibujó en el rostro del poeta, mientras conseguía empujar a la guardiana hasta hacer que cayera al suelo, quedándose él con la guadaña en las manos – Me pregunto... – Higfried se relamió – qué escribiré con vuestra sangre...

Nahara observaba, paralizada por el terror, cómo el poeta avanzaba hacia ella, con su propia arma, sin saber cómo hacer para que ésta la obedeciera.

De repente, Higfried se detuvo y dejó caer la guadaña.

Y su rostro se torció en una mueca de dolor. Agachó la cabeza para mirar a su vientre: había sido atravesado por la hoja de una guadaña. El reo se convulsionó, y antes de que cayera al suelo, la hoja se retrajo de su estómago y el Nero que la blandía apareció tras él. Éste, con un rápido movimiento, se dispuso frente a Higfried, dándole la espalda, y le golpeó con una fuerza brutal con el mango de la guadaña. El reo cayó varios metros tras el Nero. Cuando llegó al suelo, su cuerpo se disolvió en neblina.

Nahara observó lo ocurrido atónita, y seguidamente miró al autor del ajusticiamiento con, si cabe, aun más temor: iba a ser descubierta.

El encapuchado Nero que la había salvado y condenado al mismo tiempo permaneció unos segundos en la misma postura con la que había golpeado al poeta. cuando se irguió de nuevo, parte de su rostro se hizo visible. Nahara pudo ver el extremo de una cicatriz en la comisura izquierda de los labios del guardián.

- Pobre pequeña insensata...

- No... – Nahara no se lo podía creer

El Nero apartó su capucha. Dimahl miró severamente a la Bianco.

- ¿¡Es que no sabéis escuchar!?

- Dimahl... – la voz de ella se había convertido en un sollozo.

Nahara corrió hacia él y se abalanzó a sus brazos. Dimahl, al principio un poco confundido por aquel inusual gesto por su parte, acabó suspirando y sonriendo.

- No os hagáis ilusiones... No os voy a volver a besar... – el Nero rió suavemente

Cuando ambos se separaron, Dimahl pudo ver cómo un par de lágrimas de plata se escapaban de los ojos de Nahara. Suavemente, los enjugó con su dedo y se separó de ella. La Bianco no se atrevía a mirarle a los ojos.

- Me marcho de aquí. Tened cuidado, no me apetece tener que estar detrás de ti todo el rato. Tengo una reputación que mantener. – Dimahl dibujó su típica sonrisa socarrona antes de darse la vuelta

- Gr-Gracias... – Nahara apenas susurró esa palabra cuando el Nero ya hubo dado unos cuantos pasos.

Dimahl se detuvo unos instantes, sin darse la vuelta, dubitativo. Pero decidió seguir andando sin responder.

Nahara, aun sobrepasada por lo sucedido, se agachó para recoger su guadaña, recordando un retazo más de la conversación con el Nero en la taberna.

“Ándate con ojo. A veces lo único que nos diferencia de los reos es que nosotros llevamos guadaña y ellos no. Así que trágate esa estúpida arrogancia de Bianco que tienes y mira por donde andas.”

“¿O cómo te crees que me hice esta cicatriz...?”

16 comentarios:

Tréveron dijo...

Chicos, lamento haber tardado, pero es que me estaba costando jorrors acabarlo, y podeis ver tambien que es largo de güitos...

Pero para amenizarlo he puesto dos dibujitos, oyes...


Por cierto, sabeis que no soy presumido pero eh...


La primera frase me ha quedado de puta madre :P

Gluvia dijo...

O más. Te ha quedado genial el capítulo. Es precioso... :3

Anónimo dijo...

Wo, que macabrón (lo pillas eh, eh?). Ains, a mí tampoco me gusta Dimahl, no me van los creidillos con aires de superioridad que usan la ironía y el sarcasmo. Pero Nahara es tonta... tampoco me cae...

A ver si se equilibrase la balanza un poquillo con el devenir de los acontecimientos... XD

Nixarim dijo...

mejor, más Dimalh pa mi!!! XDD (yeah! ¿no te has planteado cambiarle el color del pelo y ponerlo pelirroj... vale, ya paro XDDD). Eso sí, Nahara tampoco me termina de caer... pero más que nada porque no es que haya hecho nada por lo que tenga que caerme bien.

muuuuuy chulo el capitulo, y como ves esta vez he cumplido y lo he leido "esta noche" =p

Anónimo dijo...

...

UAU

esto mejora, niño. Es un gran capítulo.

Tréveron dijo...

has sido tan jodidamente elocuente en ese comentario, que a la fuerza tiene que ser verdad


xD

Sinkim dijo...

Un capítulo muy bueno, me ha gustado especialmente la historia del poeta, esperemos que a ti no te cueste tanto llamar a las musas XDD

Tréveron dijo...

hombre.. a alguna mataria...


xDDD

Anónimo dijo...

da' "patatez" continues...

fuera ya de cualquier riesgo, miedo o duda te escribo desde la tranquilidad de que sigo "esteril", más esteril que nunca, por el momento...

he empezado a leer el relato desde el principio y la verdad es que engancha, siempre dije y diré que tienes el... bueno tu ya sabes lo que tienes... la polla como el cerrojo d'un penal! xD

sin más dilación nos despedimos, mis aposiopesis y yo, un abrazo hermano

P.D.: "Enseñé a tu padre a restringirte las descargas, y pensabas que habían cerrado la web de Petardas" xDDD el piezas, ya te la enviaré

Anónimo dijo...

Dioses, qué chungo, qué mal...

Pobrecita Nahara. A mí no me cae mal, me compadezco de ella porque yo me sentiría igual. Lo que le pasa es que cree que lo conoce todo, pero me temo que ese orgullo se le irá cayendo poco a poco.

Tengo curiosidad por lo que le pasará a Dimahl en el mundo de los Bianco.

Vorian dijo...

Chico escribes como los dioses, ya quisiera yo tener tu talento

Hace rato que te leia pero me daba cosita comentar ¬¬ (y ni te imaginas el rollo que significa para mi hacerlo)

Realmente te encuentro fascinante.

Tréveron dijo...

Vorian, no se si llegaras a leer esto, pero dos cosas:


- Me ha hecho una ilusion terrible ese comentario de parte de alguien tan imparcial como un desconocid@

- Si eres un desconocido.. ¿quién eres...?

'^_^

Vorian dijo...

Pues... tecnicamente soy una desconocida, cai a tu blog por una casualidad, lei una parte de un relato... y me gusto tanto que me lei tu blog entero!
Me encanto y pienso que tienes talento, soy muy buena lectora, tanto que me trasnocho, no como ni duermo cuando algo me gusta asi que sufro demasiado en lo que te demoras en colgar otra entrada XD

Y pues quien soy... ¿Hay como explicar eso?

Koopa dijo...

Hola hola! Lo prometido es deuda, ya he comentado =D

Ah, y los cuatro capítulos están MUY bien, a ver como sigue la historia, que has ganado otro lector fiel =D

Anónimo dijo...

ANDRÉS!!!!! PONTE AHORA MISMO A ESCRIBIR Y DEJA TODO LO DEMÁS, QUE ESTAMOS TOD@S COMIÉNDONOS LAS UÑAS PARA VER COMO SIGUE ESTO.

ALE, YA NO TE ECHO MÁS LA BRONCA QUE SI NO LUEGO NO ME SALUDAS,JEJEJE.

UN BESITO CIELO. MUAKSSSSSSSS

Yami.no.Hikari dijo...

Solo dire dos palabras acerca de la historia: se sale.

me encantan este tipo de relatos..

espero impaciente los siguientes capitulos (ya me he leido los anteriores)

tienes una imaginacion fabulosa