Dimahl miraba atónito a Paln, incapaz de creer la suerte que había tenido.
- ¿¡Lo dices en serio!? – sus modales se perdieron en su entusiasmo
- ¿Por qué os iba a mentir?
- Está bien... Está bien... – el Nero intentó organizarse las ideas incorporándose en la silla, no esperaba hallar las respuestas tan pronto – Está bien...
- ¿Ocurre algo? Os veo muy alterado – dijo Paln, mirándole divertido
- Está bien... – Dimahl apoyó su mentón en el dorso de sus manos entrelazadas, mirando penetrantemente al sacerdote, que le devolvía una mirada arqueando la ceja – Te tengo que hacer unas preguntas – Paln abrió la boca para contestar, pero Dimahl fue más rápido – Necesito saber de dónde conseguiste la inspiración para escribir ese relato.
- Ah, si es sólo eso... – comenzó a decir Paln – Es una historia real, me la contaron.
- Entonces eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿De quién la sacaste? – preguntó Dimahl, apoyando los codos en la mesa; su ansia crecía por momentos, pero Paln se limitó a encogerse de hombros
- He aquí el problema: no puedo decíroslo
Inmediatamente Dimahl sintió como si una jarra de agua fría se derramara sobre su cabeza.
- Debes de estar bromeando... – se llevó una mano a la cabeza suspirando y derrumbándose sobre el respaldo de la silla
- De veras lo siento, pero lo prometí – dijo el sacerdote, tajante
El Nero miró con severidad a su antagonista mientras su esperanza se desvanecía por momentos.
- Paln, debes saber – dijo, casi suplicando con la mirada – que ese dato es crucial para... – Dimahl vaciló – Debo conocerlo
- Lo siento en el alma, pero no puedo decíroslo – repuso Paln – Mi gremio es bueno guardando secretos – sonrió
- Pero tú no eres un sacerdote corriente, ¿me equivoco? – Dimahl buscaba desesperadamente vías para conseguir que le desvelara aquella información – Mírate – Paln comenzaba a sentirse incómodo y culpable, mientras el Nero recurrió en última instancia a la mentira para hacerse con el sacerdote – Yo soy un Arcángel – tragó saliva como acto reflejo – y sé con certeza que gran parte de los de tu “gremio” no se encuentran en nuestro territorio. Y tú te hallas aquí, leyendo historias apócrifas y por si fuera poco escribiéndolas.
Paln torció su rostro en un gesto compungido.
>> Quiero saber por qué, sacerdote. – dijo Dimahl con determinación – Si pretendes marcar algún tipo de diferencia entonces puedes romper tu estúpido voto de silencio.
- No era mi intención... – titubeó, comenzando a derrumbarse
- ¿Qué es lo que te diferencia del resto de ellos...?
Un largo y espeso silencio, apenas perturbado por el murmullo del resto de los presentes en la Biblioteca, invadió la mesa en la que se encontraban. Dimahl fulminaba con la mirada a un Paln
cabizbajo, incapaz de mirarle a los ojos. El Nero podía leer en su rostro que había conseguido lo que pretendía: el sacerdote iba a abrirse a él, y conseguiría encontrar una manera de sonsacarle el autor de aquel fastuoso cuento.
- Una... una crisis de fe... – dijo finalmente
Era muy extraño, pensó Dimahl, que un clérigo llegara a Guardaluz cuando el Nero había batallado con tantos y tantos servidores de aquel Dios al que tanto vanagloriaban, allá en Nocheeterna. Aquella “crisis de fe” hacía algo más lógico que alguien como Paln llegara al territorio de los Bianco.
- Explícate – solicitó Dimahl, de manera menos invasiva
Paln suspiró, intentando relajarse. Seguidamente tomó aire y comenzó a hablar.
- La... – señaló a una enorme estantería, lejos a su espalda, toda repleta de enormes libros del mismo tamaño y color de lomos – ...Biblia trata de forjar una actitud a todos aquellos que la leen con fe.
Dimahl le escuchaba, confundido por el inusual comienzo de su historia.
>> Los Diez Mandamientos son un claro y quizás el mejor ejemplo, y ya no solo para aquellos que siguen el camino de la Biblia, sino que debería ser un código ético para todo ser humano. Hay más directrices para aquellos que sí que siguen con más fidelidad esta fe, si bien la mayoría son prohibiciones – tras decir esto Paln esbozó una tímida sonrisa – Y sin embargo... la Biblia sentencia a aquellos que incumplen lo que en mi opinión no es más que la esencia misma del ser humano: los Siete Pecados Capitales.
>> Siempre he pensado que las mujeres y los hombres buenos, y con ello no quiero decir que sigan esta religión, deben mantener un equilibrio en su interior. Los Diez Mandamientos aportan una visión que diferencia claramente el Bien y el Mal: honrar a tu padre y a tu madre, no robar, no matar... Pero no concibo a un ser humano al que le falte uno solo de los llamados Pecados Capitales: Soberbia, Avaricia, Pereza, Envidia, Lujuria, Gula e Ira.
>> Imagina a alguien que niegue su Soberbia: una persona que niegue su propia existencia y se olvide de sí mismo. Vivir por los demás es algo encomiable, pero no debería ser a costa de uno mismo.
>> O alguien sin una ración razonable de Avaricia. Todo el mundo necesita aferrarse a algo terrenal para sentirse vivo, por mucho que se empeñen en negarlo. Un deseo, algo que les ate a este mundo y que les invite a superarse.
>> ¿Y la Pereza? Una persona debe de saber cuándo detenerse. Cuándo descansar para poder seguir adelante con más fuerza.
>> En cuanto a la Envidia, se puede pensar que es una facultad a despreciar. Y sin embargo, hay una variable de este “pecado” – hizo el gesto de las comillas con los dedos – que despierta un instinto de superación, así como un sentimiento de satisfacción por aquel que nos ha despertado la Envidia.
>> Sobre la Lujuria... – Paln sonrió, un poco sofocado; Dimahl alzó una ceja – Seamos francos, nadie nace sacerdote. Sin una dosis de esa pasión que arde en todos, y digo todos, nosotros, no podríamos sentirnos más vivos. Eso por no hablar de perpetuar nuestro legado.
>> Y la Gula, el más tentador de los pecados... Bien es sabido que no hay que vivir para comer, sino comer para vivir. Sin embargo, se trata de un placer sencillo y muy satisfactorio, y que invita a compartirlo con los seres queridos. Además, la cocina se puede considerar un arte de lo más creativo y estimulante.
>> Y por último, la Ira. El odio incita al odio, eso es cierto. Pero vivir siendo un pusilánime no es algo digno en absoluto. Alguien debe poner en su sitio a aquellos que intenten abusar de uno. Y arriesgarse a acumular el odio puede tener consecuencias mucho peores que una, digamos, “dosificación”
>> Ahora, quiero que imagines el caso más extremo. ¿Qué es una persona que se olvide de sí mismo, que rechace cualquier posesión, que trabaje sin descanso, que no tenga instinto de superación, que no presente en su interior ni una chispa de pasión, que ni siquiera acepte un sabor apetecible en su boca y que sea un alfeñique pusilánime? ¿En qué se convierte un hombre o una mujer que cumpla a rajatabla lo que impone el Libro Sagrado?
- En una carcasa vacía... – Dimahl respondió casi de manera instintiva, sorprendiéndose de la capacidad de atención de la que hizo gala
Paln le miró satisfecho, señalándole con una amplia sonrisa.
- ¡Exacto! Intentaba hacerlo entender así a los feligreses que se me confesaban, confiando un mi capacidad de transmitir el perdón. ¡Pero es que no había nada que perdonar! Logré convencer a algunos, pero los más estrictos recurrieron a estratos superiores de la Iglesia, informándoles de mi actitud. Quisieron convencerme de que solo había un camino a seguir, el del Libro sagrado. ¿Un único libro debe guiar a millones de personas?
- Déjame adivinar... – intervino Dimahl – Decidiste recurrir a multitud de libros en busca del camino a seguir.
- Centenares de libros – confirmó el sacerdote – No encontré una moral que difiriera de mi opinión. Así que acabé aficionándome incluso a escribir fantasía épica – señaló al libro que estaba leyendo hasta que llegó en Nero – Donde los valerosos héroes son valorados como es debido, sin dejar de ser seres humanos. Además, en ningún punto de la Biblia dice que la imaginación sea pecado – concluyó el sacerdote, volviendo a recostarse en su silla.
Dimahl sonrió para sus adentros, ya tenía justo lo que quería: Paln era suyo, estaba completamente seguro de que cedería. Solo necesitaba un poco más.
- ¿Y cómo terminó tu vida? – preguntó
- Obviamente abandoné la iglesia que regentaba. Mi vida terminó en las misiones, víctima de una enfermedad. – una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro mientras miraba las ilustraciones de su libro – En mi maleta llevaba más libros que ropa – miró a Dimahl – Pero nunca dejé que mi afición me absorbiera por completo. ¿Ves? – dio un suave golpe a la mesa – Todo es cuestión de equilibrio.
“Te tengo”, pensó Dimahl. Aquella conversación había sido sentenciada a su favor.
- Yo... . – dijo, mirando penetrantemente a los ojos de Paln – ...peco de soberbia, sacerdote. Ese es, sin duda, mi peor defecto. Pero, por favor, permíteme ser también alguien que alcance el equilibrio. Sabiendo quién escribió ese maldito relato conseguiré ayudar a alguien muy importante para mí – el Nero se sinceró para aportar realismo a su argumento; y recordando las palabras que usó con Nirnarëth, finalizó – Estoy en tus manos.
Paln guardó un largo silencio, en el cual mantuvo la mirada de Dimahl, conmovido en lo más profundo de su ser. Tras unos instantes miró a su alrededor, asegurándose que no había nadie a su alrededor que pudiera oír lo que estaba a punto de confesar.
- Está bien, pero acércate – susurró el sacerdote; su expresión denotaba cierta duda ante lo que iba a decir – Escribí el relato, porque la historia me conmovió. Y prometí no decir quién me la había aportado como condición para poder tener el placer de escribirla y difundirla – bajó el volumen hasta rozar casi lo inaudible; Dimahl le observaba expectante, casi ansioso – Fue...
De repente, el silencio de la Biblioteca fue truncado con los estridentes y familiares ladridos del perro, cuyo eco resonaba en toda la estancia. Paln se sobresaltó hasta el punto de tomar su libro para escudarse, y Dimahl maldijo golpeando la mesa, buscando al animal con la mirada, terriblemente frustrado.
Cuando encontró al perro, éste se estaba acercando hacia ellos, pero no buscando a Dimahl. Ladraba y gruñía, enfurecido, siguiendo a una Bianco, que caminaba con paso apresurado. Ésta se detuvo frente a ellos, haciendo que Paln ocultara su cabeza dentro de su gran libro mientras el Nero miraba contrariado a aquellos temblorosos ojos aturquesados.
- ¿Nahara?