Relato: Andrés A. MArtínez Bertomeu (Tréveron)
Había demasiado presupuesto de estado en juego como para cagarla, y el mismísimo ministro de defensa había hilvanado todo el operativo.
Dwayne sudaba como un novato, pero era demasiado el peso de la responsabilidad que recaía sobre él. Todo un equipo de profesionales que no existían más allá de las secretas instalaciones del gobierno estadounidense ofrecían el apoyo por radiotransmisor, pero era él quien estaba sólo ante la fortaleza enemiga.
Dios, se sentía tan estúpido...
Ciudadano proscrito de la mayor potencia mundial, dueños de la tecnología más avanzada de camuflaje y ocultación, y Dwayne estaba metido dentro de una jodida caja.
Los terroristas tenían al presidente, sacado del mismísimo Air Force One. Nadie sabe como pudieron ser capaces de soportar el entrenamiento del servicio secreto presidencial, encargados de dar su vida por el comandante en jefe. Son años de entrenamiento, su plan había sido retorcido y concienzudo.
Esos cabrones sabían lo que se hacían. Pero Dwayne Jonson era el mejor, y su propio plan requería que el mismo presidente se ofreciera como cebo.
Por el bien del país.
El complejo que habían elegido los integrantes de la Organización Beta era un sobrio edificio con una fachada de un blanco roído por el tiempo y el clima. Perdida en una boscosa montaña, aquella construcción se había usado antiguamente como centro neurálgico de una facción ecologista de una corporación no gubernamental. La estructura era prácticamente invisible salvo por el aire, ya que ofrecía un mínimo impacto ambiental.
El transmisor que el presidente llevaba escondido enviaba una señal a un pequeño radar que Dwayne portaba en su reloj de muñeca. La pequeña luz roja que emitía se reflejaba en las paredes de cartón de una de las cajas de suministros abandonadas que el espía había usado para infiltrarse. Fue sencillo para él, aunque en sus ansias por no llamar la atención en los alrededores del complejo, los terroristas habían escatimado en hombres.
Pero demonios... se estaba ocultando con una triste caja.
Los ecos de pasos recorrían los estrechos pasillos del edificio, apenas iluminados. Observando a través de una rendija de la caja, Dwayne detenía su caminar acuclillado bajo el cartón cuando alguno de los hombres Beta, armados hasta los dientes, caminaba junto a él. Resultaba hilarantemente efectivo aquel método tan rudimentario.
La señal se intensificaba. Así lo determinaba una leve vibración en el radar de muñeca.
El momento se acercaba. Dwayne desenfundó su arma.
El presidente accedió a aquel operativo en un desesperado intento por terminar con la Organización Beta, que clamaba estar manejada por los hombres más inteligentes del país y reclamaba el país como propio ya que, decían, el mundo debe pertenecer a los más brillantes. Sin embargo, aquellos bastardos no dudaban en volar a los dirigentes de los Estados Unidos por los aires.
El momento se acercaba. El radar temblaba histérico. La puerta de una enorme cámara se abría ante Dwayne y su ridícula caja. Respiró hondo y, tras cerciorarse de que a escasos metros a la redonda de la entrada de aquella habitación no había nadie, entró.
Fue entonces cuando vio al Oso Panda azotando a un Ornitorrinco gigante con un látigo y un hueso.
Dwayne llamó al encargado de la misión por el radiotransmisor.
- Coronel, se nos han vuelto a adelantar.
Dwayne sudaba como un novato, pero era demasiado el peso de la responsabilidad que recaía sobre él. Todo un equipo de profesionales que no existían más allá de las secretas instalaciones del gobierno estadounidense ofrecían el apoyo por radiotransmisor, pero era él quien estaba sólo ante la fortaleza enemiga.
Dios, se sentía tan estúpido...
Ciudadano proscrito de la mayor potencia mundial, dueños de la tecnología más avanzada de camuflaje y ocultación, y Dwayne estaba metido dentro de una jodida caja.
Los terroristas tenían al presidente, sacado del mismísimo Air Force One. Nadie sabe como pudieron ser capaces de soportar el entrenamiento del servicio secreto presidencial, encargados de dar su vida por el comandante en jefe. Son años de entrenamiento, su plan había sido retorcido y concienzudo.
Esos cabrones sabían lo que se hacían. Pero Dwayne Jonson era el mejor, y su propio plan requería que el mismo presidente se ofreciera como cebo.
Por el bien del país.
El complejo que habían elegido los integrantes de la Organización Beta era un sobrio edificio con una fachada de un blanco roído por el tiempo y el clima. Perdida en una boscosa montaña, aquella construcción se había usado antiguamente como centro neurálgico de una facción ecologista de una corporación no gubernamental. La estructura era prácticamente invisible salvo por el aire, ya que ofrecía un mínimo impacto ambiental.
El transmisor que el presidente llevaba escondido enviaba una señal a un pequeño radar que Dwayne portaba en su reloj de muñeca. La pequeña luz roja que emitía se reflejaba en las paredes de cartón de una de las cajas de suministros abandonadas que el espía había usado para infiltrarse. Fue sencillo para él, aunque en sus ansias por no llamar la atención en los alrededores del complejo, los terroristas habían escatimado en hombres.
Pero demonios... se estaba ocultando con una triste caja.
Los ecos de pasos recorrían los estrechos pasillos del edificio, apenas iluminados. Observando a través de una rendija de la caja, Dwayne detenía su caminar acuclillado bajo el cartón cuando alguno de los hombres Beta, armados hasta los dientes, caminaba junto a él. Resultaba hilarantemente efectivo aquel método tan rudimentario.
La señal se intensificaba. Así lo determinaba una leve vibración en el radar de muñeca.
El momento se acercaba. Dwayne desenfundó su arma.
El presidente accedió a aquel operativo en un desesperado intento por terminar con la Organización Beta, que clamaba estar manejada por los hombres más inteligentes del país y reclamaba el país como propio ya que, decían, el mundo debe pertenecer a los más brillantes. Sin embargo, aquellos bastardos no dudaban en volar a los dirigentes de los Estados Unidos por los aires.
El momento se acercaba. El radar temblaba histérico. La puerta de una enorme cámara se abría ante Dwayne y su ridícula caja. Respiró hondo y, tras cerciorarse de que a escasos metros a la redonda de la entrada de aquella habitación no había nadie, entró.
Fue entonces cuando vio al Oso Panda azotando a un Ornitorrinco gigante con un látigo y un hueso.
Dwayne llamó al encargado de la misión por el radiotransmisor.
- Coronel, se nos han vuelto a adelantar.
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He aquí una nueva entrega de mi Servicio de Fanarts Invertidos, damas y caballeros. Una que demuestra que sí, que soy capaz de hacer un relato con lo que sea que me mandéis (¡PERO POR FAVOR, PIEDAD!) xDDD
Gracias por participar, Samo ;)
Y seguimos para delante con el siguiente objetivo: un hermoso dibujo de parte de nuestra amiga Sonia Fernández Ponte (si no me equivoco, es la que comenta en el chatter como "...'^^".
Si queréis participa, ¡ya sabéis!
¡Saludoides!