Breves palabras del autor: aquí tenéis, querida plebe (sin la cual esto no sería nada, qué demonios xD) el más-esperado-de-lo-que-yo-pensaba desenlace de la miniserie "Cómo sería Crepúsculo si la Meyer conociera a Bram Stoker (a quien le tenga que explicar esto le doy un capón...). En principio es una historia conclusiva pero no descarto seguirla más adelante si hay votación popular. Sin ir más lejos, desea que disfuten...
El autor.
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- Sabes lo que soy, ¿verdad?
No terminaba de creerme aquello que yo estaba a punto de pronunciar.
- Supongo que empieza por V.
- Yo también sé quién eres tú.
- ¿Ganado? – eché el resto con aquella palabra.
Contrariamente a lo que esperaba, bajó la cabeza. Realmente parecía atormentada por algo. De hecho, era ella la que parecía indefensa de los dos. En aquel sentí una clara dicotomía en mi interior. Una parte de mí sentía aversión hacia lo que ella representaba mientras que la otra sentía una creciente necesidad de consolarla. ¿Qué parte era más fuerte? Ni yo lo sabía.
>> ¿Qué quieres de mí? – dije por fin.
Ella me miró entonces a los ojos.
- No lo sé – respondió –. Ese es el problema. Nunca nadie se había resistido a mí.
- Eres consciente de que acabas de confirmarme que eres una asesina y del efecto que eso tendría en mí, ¿verdad?
- Llevo pensando en esta conversación desde la última vez que nos vimos – admitió.
- ¿Y qué se supone que quieres que piense?
- ¡Ya te he dicho que no lo sé! – dijo mientras se llevaba una mano a la frente – Hace demasiado tiempo que no me sentía así…
- ¿Así? ¿Cómo?
- Humana… – concluyó sin mirarme a los ojos.
Una vez más permanecimos unos segundos en silencio. Miré sin ninguna razón en concreto a nuestro alrededor. La calle estaba apenas iluminada por la luz de farolas que amenazaban con apagarse en cualquier momento. Sólo estábamos ella y yo en decenas de metros a la redonda. Entonces se movió y dio un paso hacia mí.
- Puedo salir de tu vida si así lo quieres, Richard. Quizás sea lo mejor. Pero te ruego que si hay alguna parte de ti que no quiera que lo haga, reúnete conmigo en la azotea de tu edificio mañana, cuando termine el crepúsculo.
Era como si me hubiera leído la mente. Una vez dicho esto llevó una mano a mi mejilla y la acarició con una dulzura que no hubiera esperado dada su condición. Estaba fría. Demasiado.
Y antes de que quisiera darme cuenta acercó sus labios a la comisura de los míos. Me sorprendí a mí mismo siguiendo unos centímetros su rostro cuando lo apartó del mío. Desafortunadamente para mí, ella lo notó. Sonrió por primera vez aquella noche.
La farola que brillaba sobre nosotros titiló, y cuando volvió a iluminar ella ya no estaba.
Detesto el crepúsculo. No sólo porque no me guste que las nubes se tiñan de rosa, sino que lo considero como la patética súplica del Sol por seguir brillando entre la resplandeciente mañana y la apacible noche que representa su muerte. Y sin embargo allí estaba yo, apoyado en el muro de metro y medio de ladrillo que separa el suelo de mi azotea de la cornisa. Aun entonces no sabía qué diablos estaba esperando.
Finalmente había asumido que era una vampiresa, una asesina que podría a mi familia en peligro y, en definitiva, mi vida patas arriba si la dejaba entrar en ella. Pero la idea de no volver a verla me perturbaba mucho más de lo que hubiera pensado. Así que allí permanecía, viendo las estúpidas nubes rosas.
El Sol se ocultó entre los edificios y su brillo terminó al tiempo que se encendían las farolas, cuya luz apenas alcanzaba la azotea.
- Has venido, Richard…
Estaba demasiado absorto y admito que me asusté. Me di la vuelta con un respingo y vi la silueta de Anne Marie. Apenas era capaz de distinguir sus rasgos. Mejor, pensé, así no nublarían mi juicio una vez más.
- Deberíamos estar en clase, ¿sabes? – sonreí, nervioso.
Ella se acercó a mí y, sin mediar palabra, me abrazó apoyando su cabeza en mi pecho. Era como si la misma penumbra me abrazase.
- Quiero volver a sentirme humana… – susurró.
- ¿Y qué puedo hacer yo? – pregunté, suspicaz.
- Protégeme, por favor – su voz sonaba queda.
- ¿Protegerte de qué?
- No lo sé. Simplemente quiero sentir que lo necesito, como ocurría antes.
No sabía qué debía hacer, decir, o qué debía sentir. Le acaricié el pelo con una mano mientras que con la otra rodeaba su cintura. La situación estaba a punto de sobrepasarme.
- ¿Cómo voy poder proteger a alguien capaz de acabar conmigo con apenas proponérselo? No creo que tenga fuerzas – dije.
Por fin separó la cabeza de mi pecho y me miró. Con la escasa luz que nos rodeaba era como si dos pozos negros me invitaran a sumergirme. La blancura de su piel, sin embargo, era inconfundible hasta en la oscuridad más insondable. Estaba divagando, pero ella tenía las palabras exactas para sacarme de mi ensimismamiento.
- Yo podría darte fuerzas.
No soy idiota. Nunca lo he sido. Sabía perfectamente qué me estaba pidiendo.
- Estás loca si piensas que pienso aceptar.
- Piénsalo, por favor – parecía desesperada –. Nunca decaerías. Alguien con tu voluntad y lo que te ofrezco podría hacer lo que quisiera. Podrías estudiar lo que quisieras, trabajar en lo que se te antoje…
- Siempre y cuando fuera de noche – interrumpí.
- Podrías proteger a tus hermanos. Asegurarte de que jamás, literalmente, les hicieran daño.
- ¿Convirtiendo a su hermano en un asesino? – espeté.
- ¡Trabajas en una carnicería! ¡Seguro que no te costaría nada que te transfirieran a un matadero local y pedir el turno nocturno! ¡Tendrías toda la sangre animal que pudieras conseguir! ¡Y yo…! – hizo una pausa en la cual bajó la cabeza – Yo estaría dispuesta a dejar de tomar la sangre por la fuerza. Estoy dispuesta a permanecer con tu familia… contigo… Siempre.
No pude contestar en unos segundos. De haber considerado por un instante lo que me ofrecía, aquella opción tenía sentido.
- Veo que te has informado – admití.
- No quiero perder lo que estoy sintiendo – su voz se estaba convirtiendo en llanto.
Lo que me estaba pidiendo era una locura. Pero ella había conseguido que mi instinto protector la acogiera y mi mente estaba buscando desesperadamente alternativas a ayudarla teniendo que sacrificar la luz del Sol. Lamentablemente no se me ocurrió nada. Para colmo, durante toda la conversación, tenía mis manos agarrando su cintura. Era incapaz de soltarla. Volvió a abrazarme. Lo que me faltaba…
Debía estar volviéndome loco, porque me estaba planteando dejarme llevar por su maldición, ya que no se me ocurría otra manera de estar con ella.
>> Te lo mereces, Richard… – dijo entonces, entre sollozos.
Ahora mismo puedo identificar perfectamente aquel mismo momento como el momento en el que caí.
>> Mereces que alguien te proteja a ti.
Aquí sigo, frente al espejo. La zona de mi cuello alrededor de la herida se está amoratando. Coloco mi mano sobre mi pecho, sintiendo los últimos latidos de mi corazón. Pronto terminará todo, y me marcharé sin saber qué me espera cuando abra los ojos. Qué será de mí. Qué será de mi familia.
Qué será de Anne Marie.
Empiezo a estar mareado. La vista se me está nublando. Pero entre la bruma que se está levantando en la mente de este idiota que sabe lo que va a ocurrir, la voz de la última frase de Anne Marie prevalece.
- Te dije que nadie se me ha resistido jamás…
<¿Fin?>
No grave will hold me...
lunes, 30 de noviembre de 2009
jueves, 26 de noviembre de 2009
My Twilight
Breves palabras del autor: Efectivamente vuestros temores se van a, el título no está errado. Pone "Mi Crepúsculo". Y es que el otro día estuve pensando: "¡Hey! ¿Y si Stephanie Meyer no se hubiera pasado el concepto de Vampiro por el forro?". Así que me decidí a escribir una historia de amor con Vampiros VAMPIROS, y no maromos que se despixelan cuando les da la luz. No se trata en absoluto de un plagio, ya que, de hecho, no es uan hstoria de amor entre humana y vampiro sino entre humano y vampiresa (que, por cierto, señores traductores de la Señorita Meyer, es VAMPIRESA y no vampira) y los personajes no tienen nada que ver. El relato de marras está en dos entregas, para no atragantaros y crear algo de espectación. Ah, y en principio perdón si ofendo a alguien (que lo dudo...). Sin más dilación, desea que disfruten...
El Autor.
_____________________________
Ya no sé cuánto tiempo llevo en el espejo mirándome el cuello. Mi mente ya no sabe discernir si lo que ha ocurrido está bien o está mal, o si ha ocurrido tan siquiera. Y mi corazón intenta convencerme como un perro que le ladra a la Luna. Ladeo la cabeza para que la piel alrededor de las dos heridas pequeñas y circulares se estire y me duela, para recordar aquel momento y cómo llegué a él. Creo que lo llaman memoria sensorial. Funciona.
Mis padres fallecieron en un accidente de avión hace unos años, así que me quedé a cargo de mis dos hermanos menores, de doce y siete años. Trabajo a jornada completa en una carnicería cercana a mi casa, lo cual permite que recoja a mis hermanos, les lleve a casa y les prepare la comida. Por la noche, tras prepararles la cena, acudo a una escuela nocturna donde estudio un ciclo de enseñanza superior de informática. Podéis suponer que llego extenuado a mi casa sin apenas tiempo para dormir pero, aun a riesgo de que suene a cliché lacrimógeno, verles dormir tranquilamente me recuerda por qué hago lo que hago.
El caso es que, desde hace ya algún tiempo, había una razón más. Hace algunas semanas entró a mi clase una mujer. Siempre se sienta detrás, si bien el aula no es demasiado grande, con la aparente intención de no llamar la atención. Pero su rostro estaba hecho, precisamente, para llamar la atención. Su piel era blanca como la porcelana pero sin llegar a ser enfermizo, unas pecas anaranjadas moteaban su nariz y sus mejillas. Sus ojos eran enormes, castaños y penetrantes. Y aunque solo me ha mirado un par de veces de soslayo, fue capaz de hacer que mi corazón se saltara un latido. De vez en cuando dejaba caer mi lápiz, o mi goma de borrar para poder observarla. No suele maquillarse en exceso, pero cada día viene con los labios pintados de un color rojo intenso que contrasta a la perfección con la suavidad de sus rasgos. No mueve mucho la boca cuando habla, pero no puedo evitar quedarme embelesado mirando cómo movía sus labios con suavidad.
No había sido capaz de acercarme a ella más allá de lo que me permitía el entorno del aula que compartimos. Me decía a mí mismo que era porque en mi situación actual no me podía permitir llevar una relación. Sin embargo, muy dentro de mí, sabía que era porque aquella mujer me abrumaba y yo era demasiado cobarde.
Por eso sentí un escalofrío que me puso la piel de gallina cuando oí su voz diciendo mi nombre a la salida de clase.
- ¿Richard?
Me di la vuelta demasiado rápido, tuvo que notarlo. Aun sonrío cuando lo recuerdo. Aun lo hago…
- ¿Sí, Anne Marie?
Ahí estaba, me miraba con aquellos ojos mientras jugueteaba con su largo pelo ondulado y castaño. Demonios, no podía apartar los ojos de sus labios.
- Me preguntaba si harías algo mañana por la noche.
Estuve unos segundos en silencio, completamente en blanco. Como si una ventisca ascendiera desde mis pies mi sangre pareció congelarse, como el tiempo a mi alrededor. A saber qué cara puse…
- Yo… Eh… ¿Tú quieres quedar conmigo?
Se mordió el labio, bajó la vista y después colocó un mechón de su pelo tras su oreja. Parecía algo avergonzada. Oficialmente mis defensas estaban en un peligro muy grave.
- Me preguntaba si querrías venir a dar una vuelta por el barrio, ya sabes, soy nueva aquí y…
- ¡Sí, claro!
Debería haber tardado más en contestar, lo se.
En cualquier caso, mi barrio no es un lugar bonito. Está lleno de gente con problemas, como yo. Gente desesperada. Me hubiera encantado sugerirle ir a mi casa, pero no solo hubiera sido demasiado descarado, sino que mis hermanos no hubieran proporcionado un ambiente… romántico. Quedamos el día siguiente en la puerta de la escuela porque era posiblemente el único lugar que ambos conocíamos. Dios, estaba preciosa…
Llevaba una gabardina negra desabrochada, que dejaba ver una blusa de encaje rojo escotada y una falda hasta las rodillas de terciopelo negro. El sonido del tacón de sus botas cortas la delataba desde lejos. Se acercaba despacio a lo largo de la avenida, a pesar de que ya me había visto. Sus ojos se clavaron en los míos y, de repente, comencé a sentirme muy raro.
Su belleza era devastadora. Mientras se acercaba a mi sonreía con picaresca, como si me conociera de toda la vida. Aquella imagen convirtió mi cerebro en melaza al tiempo que seguía acercándose. Conseguí reunir algo de coordinación para mirar a mi alrededor; ver a alguien a lo mejor me ayudaba a recuperarme de aquella especie de alucinación. Sin embargo estábamos solos en aquella maldita avenida apenas iluminada por un puñado de farolas. Una carcajada risueña de Anne Marie me hizo volver a fijarme en ella con un sobresalto: ya estaba junto a mí.
Me miró directamente a los ojos, una vez más, mientras se mordía el labio. Joder… ya era suyo en aquel momento… Pero había algo más. Era cierto, estaba bajo el influjo de su belleza, pero el hecho de que era absolutamente incapaz de moverme iba mucho más allá de ser la metáfora de alguien enamorado. La reacción normal al sentirla tan cerca hubiera sido dar un paso atrás, y sin embargo, no era capaz. Y ella parecía saberlo.
Se acercó aun más a mí y me preguntó, con una voz tan envolvente como inquietante:
- ¿Te ocurre algo?
Yo cerré los ojos. Estaba ocurriendo algo que era incapaz de entender, y aquella mujer parecía, sin lugar a dudas, ser la causa. Algo me decía que algo terrible estaba a punto de ocurrirme. Mis hermanos… mis pequeños… ¿qué sería de ellos sin mí? Ahora mismo, mirándome al espejo, me avergüenzo de pensar que una parte de mi cabeza, una parte muy poderosa, pugnaba por dejarse llevar y caer en los brazos de aquella mujer. Pero el posible destino de mis hermanos si a mí me ocurriera algo era como un alud arrollador que se llevó consigo cualquier posible resto de lujuria que pudiera tener.
- Déjame ir, por favor…
Era incapaz de abrir los ojos. Aun así mi voz no sonaba a súplica, ni siquiera sé por qué. Sonaba con determinación. Sentía el aliento de Anne Marie cerca del cuello mientras me decía…
- Recházame una vez más.
Sentí sus labios humedecidos rozar la base de mi cuello. Mis piernas temblaron, titubeé, pero mi voluntad, sorprendentemente, no flaqueó.
- Qui… quiero que me dejes ir…
Paseó su lengua suavemente por una pequeña porción de mi cuello.
- Una última vez…
Entonces, apoyó sus dientes, como para rematar mi autocontrol dándome un pequeño mordisco. Sentí un escalofrío recorrer como un rayo todo mi cuerpo: sus dientes parecían más puntiagudos de lo normal. Me estaban haciendo algo de daño, pero sabía que eran capaces de hacerme todavía más. Mi mente, en aquel momento, voló a un a velocidad tal que por un momento me olvidé de por qué me estaba resistiendo. Sabía qué podía significar eso, pero mi cabeza me decía a gritos que era imposible.
Su increíble belleza, la manera en que parecía tenerme controlado. Ahora esto.
Leo mucho. Siempre que tengo lugar. Si esto lo estuviera leyendo en cualquier relato fantástico sabría al instante qué tipo de criatura está ante el protagonista. Pero cuando el protagonista fui yo la cosa cambia drásticamente. Obtuve fuerzas de flaqueza y, casi en un susurro, conseguí decir.
- Déjame marchar…
Fue como apretar un interruptor. Inmediatamente se apartó de mí. Inmediatamente pude moverme. Inmediatamente fui capaz de abrir los ojos.
Allí estaba ella. Sus ojos parecían contrariados y así lo confirmaba una boca entreabierta que dejaba ver unos colmillos anormalmente largos.
- ¿Qué demonios eres…?
Conocía la respuesta. Aunque ella no estaba dispuesta a contestar.
- ¿Cómo fuiste capaz…?
Inmediatamente después parpadeé y ella desapareció.
Me fui a mi casa renqueando, como si aun estuviera bajo el embrujo de Anne Marie. Llegué a mi casa algo mareado y, como hago siempre, vi a mis hermanos dormir durante unos instantes. Tal vez más tiempo del habitual. Aquella noche me costó conciliar el sueño.
Al día siguiente Anne Marie no fue a la escuela. Ni al siguiente. Ni el resto de la semana.
Yo seguí con mi vida. Fingí que nada había pasado por el bien de mi cordura y de mi familia. Pero la cosa, tal y como había previsto, no iba a ser tan sencilla. Pasó efectivamente una semana pero no la vi en clase. Volvía hacia mi casa, absorto, como siempre y, tras girar una esquina, me la encontré de frente.
Había algo distinto. Ella seguía tan hermosa como siempre, pero en sus ojos no me vi reflejado de la misma manera aquella vez. Su mirada era cándida, empática, y me hubiera atrevido a decir que denoté cierta culpabilidad.
Detuve mi caminar de repente. No sentí ningún tipo de embrujo esta vez. No más del habitual.
- Te he estado observando – me dijo.
En cierto modo no me sorprendí. No lo hice a pesar de que acababa de destrozar de un plumazo mis esfuerzos por olvidar lo que ocurrió, por olvidar lo que ella era. Una vez más mi razón se fue a paseo, pero no me sorprendí.
- ¿Y qué has visto? – dije tras un corto silencio.
- Te he visto volver del trabajo al atardecer. Te he visto arropar a tus hermanos para luego venir a clase. Pero, por encima de todo, te he estado mirando a los ojos.
- Tienes muy buena vista… – No sabría decir de dónde saqué las fuerzas para ironizar en un momento como aquel.
De nuevo hubo otro silencio en el cual nos dedicamos únicamente a mirarnos. No me apetecía ni me atrevía a mirarla a los ojos así que centré la mirada en sus labios. Eso no me ayudó nada.
- No has dejado de hacer una vida normal por el bien de los tuyos, a pesar de que tus ojos revelaban un conflicto interno posiblemente mayor que ninguno que hayas tenido a lo largo de tu vida – hizo una pausa –. Sabes lo que soy, ¿verdad?
No terminaba de creerme aquello que yo estaba a punto de pronunciar.
- Supongo que empieza por V.
- Continuará -
El Autor.
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Ya no sé cuánto tiempo llevo en el espejo mirándome el cuello. Mi mente ya no sabe discernir si lo que ha ocurrido está bien o está mal, o si ha ocurrido tan siquiera. Y mi corazón intenta convencerme como un perro que le ladra a la Luna. Ladeo la cabeza para que la piel alrededor de las dos heridas pequeñas y circulares se estire y me duela, para recordar aquel momento y cómo llegué a él. Creo que lo llaman memoria sensorial. Funciona.
Mis padres fallecieron en un accidente de avión hace unos años, así que me quedé a cargo de mis dos hermanos menores, de doce y siete años. Trabajo a jornada completa en una carnicería cercana a mi casa, lo cual permite que recoja a mis hermanos, les lleve a casa y les prepare la comida. Por la noche, tras prepararles la cena, acudo a una escuela nocturna donde estudio un ciclo de enseñanza superior de informática. Podéis suponer que llego extenuado a mi casa sin apenas tiempo para dormir pero, aun a riesgo de que suene a cliché lacrimógeno, verles dormir tranquilamente me recuerda por qué hago lo que hago.
El caso es que, desde hace ya algún tiempo, había una razón más. Hace algunas semanas entró a mi clase una mujer. Siempre se sienta detrás, si bien el aula no es demasiado grande, con la aparente intención de no llamar la atención. Pero su rostro estaba hecho, precisamente, para llamar la atención. Su piel era blanca como la porcelana pero sin llegar a ser enfermizo, unas pecas anaranjadas moteaban su nariz y sus mejillas. Sus ojos eran enormes, castaños y penetrantes. Y aunque solo me ha mirado un par de veces de soslayo, fue capaz de hacer que mi corazón se saltara un latido. De vez en cuando dejaba caer mi lápiz, o mi goma de borrar para poder observarla. No suele maquillarse en exceso, pero cada día viene con los labios pintados de un color rojo intenso que contrasta a la perfección con la suavidad de sus rasgos. No mueve mucho la boca cuando habla, pero no puedo evitar quedarme embelesado mirando cómo movía sus labios con suavidad.
No había sido capaz de acercarme a ella más allá de lo que me permitía el entorno del aula que compartimos. Me decía a mí mismo que era porque en mi situación actual no me podía permitir llevar una relación. Sin embargo, muy dentro de mí, sabía que era porque aquella mujer me abrumaba y yo era demasiado cobarde.
Por eso sentí un escalofrío que me puso la piel de gallina cuando oí su voz diciendo mi nombre a la salida de clase.
- ¿Richard?
Me di la vuelta demasiado rápido, tuvo que notarlo. Aun sonrío cuando lo recuerdo. Aun lo hago…
- ¿Sí, Anne Marie?
Ahí estaba, me miraba con aquellos ojos mientras jugueteaba con su largo pelo ondulado y castaño. Demonios, no podía apartar los ojos de sus labios.
- Me preguntaba si harías algo mañana por la noche.
Estuve unos segundos en silencio, completamente en blanco. Como si una ventisca ascendiera desde mis pies mi sangre pareció congelarse, como el tiempo a mi alrededor. A saber qué cara puse…
- Yo… Eh… ¿Tú quieres quedar conmigo?
Se mordió el labio, bajó la vista y después colocó un mechón de su pelo tras su oreja. Parecía algo avergonzada. Oficialmente mis defensas estaban en un peligro muy grave.
- Me preguntaba si querrías venir a dar una vuelta por el barrio, ya sabes, soy nueva aquí y…
- ¡Sí, claro!
Debería haber tardado más en contestar, lo se.
En cualquier caso, mi barrio no es un lugar bonito. Está lleno de gente con problemas, como yo. Gente desesperada. Me hubiera encantado sugerirle ir a mi casa, pero no solo hubiera sido demasiado descarado, sino que mis hermanos no hubieran proporcionado un ambiente… romántico. Quedamos el día siguiente en la puerta de la escuela porque era posiblemente el único lugar que ambos conocíamos. Dios, estaba preciosa…
Llevaba una gabardina negra desabrochada, que dejaba ver una blusa de encaje rojo escotada y una falda hasta las rodillas de terciopelo negro. El sonido del tacón de sus botas cortas la delataba desde lejos. Se acercaba despacio a lo largo de la avenida, a pesar de que ya me había visto. Sus ojos se clavaron en los míos y, de repente, comencé a sentirme muy raro.
Su belleza era devastadora. Mientras se acercaba a mi sonreía con picaresca, como si me conociera de toda la vida. Aquella imagen convirtió mi cerebro en melaza al tiempo que seguía acercándose. Conseguí reunir algo de coordinación para mirar a mi alrededor; ver a alguien a lo mejor me ayudaba a recuperarme de aquella especie de alucinación. Sin embargo estábamos solos en aquella maldita avenida apenas iluminada por un puñado de farolas. Una carcajada risueña de Anne Marie me hizo volver a fijarme en ella con un sobresalto: ya estaba junto a mí.
Me miró directamente a los ojos, una vez más, mientras se mordía el labio. Joder… ya era suyo en aquel momento… Pero había algo más. Era cierto, estaba bajo el influjo de su belleza, pero el hecho de que era absolutamente incapaz de moverme iba mucho más allá de ser la metáfora de alguien enamorado. La reacción normal al sentirla tan cerca hubiera sido dar un paso atrás, y sin embargo, no era capaz. Y ella parecía saberlo.
Se acercó aun más a mí y me preguntó, con una voz tan envolvente como inquietante:
- ¿Te ocurre algo?
Yo cerré los ojos. Estaba ocurriendo algo que era incapaz de entender, y aquella mujer parecía, sin lugar a dudas, ser la causa. Algo me decía que algo terrible estaba a punto de ocurrirme. Mis hermanos… mis pequeños… ¿qué sería de ellos sin mí? Ahora mismo, mirándome al espejo, me avergüenzo de pensar que una parte de mi cabeza, una parte muy poderosa, pugnaba por dejarse llevar y caer en los brazos de aquella mujer. Pero el posible destino de mis hermanos si a mí me ocurriera algo era como un alud arrollador que se llevó consigo cualquier posible resto de lujuria que pudiera tener.
- Déjame ir, por favor…
Era incapaz de abrir los ojos. Aun así mi voz no sonaba a súplica, ni siquiera sé por qué. Sonaba con determinación. Sentía el aliento de Anne Marie cerca del cuello mientras me decía…
- Recházame una vez más.
Sentí sus labios humedecidos rozar la base de mi cuello. Mis piernas temblaron, titubeé, pero mi voluntad, sorprendentemente, no flaqueó.
- Qui… quiero que me dejes ir…
Paseó su lengua suavemente por una pequeña porción de mi cuello.
- Una última vez…
Entonces, apoyó sus dientes, como para rematar mi autocontrol dándome un pequeño mordisco. Sentí un escalofrío recorrer como un rayo todo mi cuerpo: sus dientes parecían más puntiagudos de lo normal. Me estaban haciendo algo de daño, pero sabía que eran capaces de hacerme todavía más. Mi mente, en aquel momento, voló a un a velocidad tal que por un momento me olvidé de por qué me estaba resistiendo. Sabía qué podía significar eso, pero mi cabeza me decía a gritos que era imposible.
Su increíble belleza, la manera en que parecía tenerme controlado. Ahora esto.
Leo mucho. Siempre que tengo lugar. Si esto lo estuviera leyendo en cualquier relato fantástico sabría al instante qué tipo de criatura está ante el protagonista. Pero cuando el protagonista fui yo la cosa cambia drásticamente. Obtuve fuerzas de flaqueza y, casi en un susurro, conseguí decir.
- Déjame marchar…
Fue como apretar un interruptor. Inmediatamente se apartó de mí. Inmediatamente pude moverme. Inmediatamente fui capaz de abrir los ojos.
Allí estaba ella. Sus ojos parecían contrariados y así lo confirmaba una boca entreabierta que dejaba ver unos colmillos anormalmente largos.
- ¿Qué demonios eres…?
Conocía la respuesta. Aunque ella no estaba dispuesta a contestar.
- ¿Cómo fuiste capaz…?
Inmediatamente después parpadeé y ella desapareció.
Me fui a mi casa renqueando, como si aun estuviera bajo el embrujo de Anne Marie. Llegué a mi casa algo mareado y, como hago siempre, vi a mis hermanos dormir durante unos instantes. Tal vez más tiempo del habitual. Aquella noche me costó conciliar el sueño.
Al día siguiente Anne Marie no fue a la escuela. Ni al siguiente. Ni el resto de la semana.
Yo seguí con mi vida. Fingí que nada había pasado por el bien de mi cordura y de mi familia. Pero la cosa, tal y como había previsto, no iba a ser tan sencilla. Pasó efectivamente una semana pero no la vi en clase. Volvía hacia mi casa, absorto, como siempre y, tras girar una esquina, me la encontré de frente.
Había algo distinto. Ella seguía tan hermosa como siempre, pero en sus ojos no me vi reflejado de la misma manera aquella vez. Su mirada era cándida, empática, y me hubiera atrevido a decir que denoté cierta culpabilidad.
Detuve mi caminar de repente. No sentí ningún tipo de embrujo esta vez. No más del habitual.
- Te he estado observando – me dijo.
En cierto modo no me sorprendí. No lo hice a pesar de que acababa de destrozar de un plumazo mis esfuerzos por olvidar lo que ocurrió, por olvidar lo que ella era. Una vez más mi razón se fue a paseo, pero no me sorprendí.
- ¿Y qué has visto? – dije tras un corto silencio.
- Te he visto volver del trabajo al atardecer. Te he visto arropar a tus hermanos para luego venir a clase. Pero, por encima de todo, te he estado mirando a los ojos.
- Tienes muy buena vista… – No sabría decir de dónde saqué las fuerzas para ironizar en un momento como aquel.
De nuevo hubo otro silencio en el cual nos dedicamos únicamente a mirarnos. No me apetecía ni me atrevía a mirarla a los ojos así que centré la mirada en sus labios. Eso no me ayudó nada.
- No has dejado de hacer una vida normal por el bien de los tuyos, a pesar de que tus ojos revelaban un conflicto interno posiblemente mayor que ninguno que hayas tenido a lo largo de tu vida – hizo una pausa –. Sabes lo que soy, ¿verdad?
No terminaba de creerme aquello que yo estaba a punto de pronunciar.
- Supongo que empieza por V.
- Continuará -
lunes, 23 de noviembre de 2009
jueves, 19 de noviembre de 2009
[IFS] Bad Nurse
Dibujo: Lost Girl
Relato: Andrés A. Martínez Bertomeu (Tréveron)
El sitio es muy bonito. Está muy limpio. Paredes blancas, un olor curioso.
¡Oh! ¿Qué es eso que mancha el suelo? No importa, es bonito también.
Me encanta el color rojo.
¡Ups! ¡Casi tropiezo! Hay una persona durmiendo en el suelo. Le sienta muy bien el color rojo, lo lleva por todo su cuerpo. Su cara es rara. Debe de ser que está teniendo una pesadilla. Es muy triste, los sueños deberían ser divertidos.
La puerta de donde estoy está abierta y da a un pasillo. Me resulta familiar, pero no sé dónde estoy. La verdad es que no sé ni quien soy. ¡Qué situación tan curiosa ¡Es como un juego!
Sí, convirtámoslo en un juego. Que sea mi juego…
¡Un momento! ¡Qué sola estoy! Así no va a ser divertido jugar. ¿Y qué es esto que tengo en la mano? ¡Pero si es lo que uso para cortar los filetes que tanto me gustan! Tengo que enseñárselo a alguien.
Vaya, estoy algo mareada… pero da igual, me apetece jugar de todas maneras. ¡Y justo ahora veo a alguien! Una mujer viene hacia mí corriendo. Su cara es triste, e incluso parece que está llorando. ¿Pide ayuda? ¿Es que ha pasado algo malo? No importa, sé cómo ayudarla. Haré que juegue conmigo.
¡He hundido el cuchillo en su pecho, como si fuera un filete! ¡Y mira! ¡Ahora está toda cubierta de rojo!
Me encanta el rojo.
Se ha tumbado a dormir. Espero que tenga mejores sueños que el otro señor.
Me ha llamado enfermera antes de dormirse… ¡Es verdad! ¡Yo soy enfermera! Mi trabajo es bueno, yo curo a la gente.
Como ahora. Ha venido otra persona más, un hombre, que también pide ayuda. Igual que antes, le he curado la tristeza cubriéndole de rojo. También se ha quedado dormido. Mi trabajo es muy bueno, yo curo a la gente.
Ahora el pasillo, salvo por la gente que duerme, está vacío de nuevo.
Tengo que parar y sentarme en un banco. El juego es divertido, pero me duele la cabeza. ¡Ay! ¡Cuando me paso la mano por la frente, bajo mi flequillo, me hago daño! Es muy raro, pero no me importa. Porque también tengo color rojo en la frente y el color rojo es muy bonito.
Alguien más viene, solo que esta vez no pide ayuda. Me levanto porque a lo mejor el dolor de cabeza se me pasa si juego un poco más, pero la persona se ha quedado al final del pasillo y no se acerca. Va toda vestida de azul y lleva una gorra peculiar. Me está señalando con algo negro y metálico que sostiene apuntando hacia mí. El color azul de su ropa me divierte, pero el negro es un color feo, así que le enseñaré mi juego y así lo pasaremos bien los dos.
Vaya, cuando me acerco me grita. Me está asustando. ¡Si yo sólo quiero jugar! Le enseño mi juguete, mi cuchillo, para que vea que también quiero jugar con él. ¡Pero me sigue gritando!
¡Ya está! Para que no me dé miedo iré hacia él corriendo y jugaré antes de que le dé tiempo a gritarme.
¿Qué ha sido eso? ¡Qué ruido más fuerte! Me ha hecho daño en los oídos
Me… me fallan las piernas… Me duele la cabeza… Pero quiero jugar… ¿Qué es esto? De mi barriga sale algo rojo… Qué bien. Entonces ese hombre también quería jugar.
Estoy toda cubierta de rojo. Ya no me duele la cabeza.
El rojo es un color bonito…
Relato: Andrés A. Martínez Bertomeu (Tréveron)
El sitio es muy bonito. Está muy limpio. Paredes blancas, un olor curioso.
¡Oh! ¿Qué es eso que mancha el suelo? No importa, es bonito también.
Me encanta el color rojo.
¡Ups! ¡Casi tropiezo! Hay una persona durmiendo en el suelo. Le sienta muy bien el color rojo, lo lleva por todo su cuerpo. Su cara es rara. Debe de ser que está teniendo una pesadilla. Es muy triste, los sueños deberían ser divertidos.
La puerta de donde estoy está abierta y da a un pasillo. Me resulta familiar, pero no sé dónde estoy. La verdad es que no sé ni quien soy. ¡Qué situación tan curiosa ¡Es como un juego!
Sí, convirtámoslo en un juego. Que sea mi juego…
¡Un momento! ¡Qué sola estoy! Así no va a ser divertido jugar. ¿Y qué es esto que tengo en la mano? ¡Pero si es lo que uso para cortar los filetes que tanto me gustan! Tengo que enseñárselo a alguien.
Vaya, estoy algo mareada… pero da igual, me apetece jugar de todas maneras. ¡Y justo ahora veo a alguien! Una mujer viene hacia mí corriendo. Su cara es triste, e incluso parece que está llorando. ¿Pide ayuda? ¿Es que ha pasado algo malo? No importa, sé cómo ayudarla. Haré que juegue conmigo.
¡He hundido el cuchillo en su pecho, como si fuera un filete! ¡Y mira! ¡Ahora está toda cubierta de rojo!
Me encanta el rojo.
Se ha tumbado a dormir. Espero que tenga mejores sueños que el otro señor.
Me ha llamado enfermera antes de dormirse… ¡Es verdad! ¡Yo soy enfermera! Mi trabajo es bueno, yo curo a la gente.
Como ahora. Ha venido otra persona más, un hombre, que también pide ayuda. Igual que antes, le he curado la tristeza cubriéndole de rojo. También se ha quedado dormido. Mi trabajo es muy bueno, yo curo a la gente.
Ahora el pasillo, salvo por la gente que duerme, está vacío de nuevo.
Tengo que parar y sentarme en un banco. El juego es divertido, pero me duele la cabeza. ¡Ay! ¡Cuando me paso la mano por la frente, bajo mi flequillo, me hago daño! Es muy raro, pero no me importa. Porque también tengo color rojo en la frente y el color rojo es muy bonito.
Alguien más viene, solo que esta vez no pide ayuda. Me levanto porque a lo mejor el dolor de cabeza se me pasa si juego un poco más, pero la persona se ha quedado al final del pasillo y no se acerca. Va toda vestida de azul y lleva una gorra peculiar. Me está señalando con algo negro y metálico que sostiene apuntando hacia mí. El color azul de su ropa me divierte, pero el negro es un color feo, así que le enseñaré mi juego y así lo pasaremos bien los dos.
Vaya, cuando me acerco me grita. Me está asustando. ¡Si yo sólo quiero jugar! Le enseño mi juguete, mi cuchillo, para que vea que también quiero jugar con él. ¡Pero me sigue gritando!
¡Ya está! Para que no me dé miedo iré hacia él corriendo y jugaré antes de que le dé tiempo a gritarme.
¿Qué ha sido eso? ¡Qué ruido más fuerte! Me ha hecho daño en los oídos
Me… me fallan las piernas… Me duele la cabeza… Pero quiero jugar… ¿Qué es esto? De mi barriga sale algo rojo… Qué bien. Entonces ese hombre también quería jugar.
Estoy toda cubierta de rojo. Ya no me duele la cabeza.
El rojo es un color bonito…
viernes, 13 de noviembre de 2009
Livin' Freakilly
Evidentemente lo sabéis, pero la semana pasada fuimos al XV Salón del Manga de Barcelona.
Servidor fue cosplayado de Alex Mercer, del videojuego Prototype
Deed, por su lado, iba preciosa con su cosplay de Black Cat.
Y diréis "¿Tan pocas fotos?, ¿No han ido en grupo?": Sí, efectivamente. Tal vez un grupo no tan numeroso como el del año pasado, pero un señor grupo, qué demonios. El caso es que tanta gente va a poner fotos... Sin embargo, yo...
Ahora, si me permitís una serie de menciones especiales a compañeros y amigos tal vez no dibujados pero tampoco olvidados:
Katsu
Delerium
Cloud Strife
Madame Beus (entre mi churri y yo)
Y por último a mi redescubierto gemelo malvado, El Jose
En fin, eso ha sido todo.
Eso sí, hasta el año que viene.
P.D. ¡Si alguien que viera este post se hubiera hecho una foto conmigo o con Deed, agradecería que nos la mandaran!
Servidor fue cosplayado de Alex Mercer, del videojuego Prototype
Deed, por su lado, iba preciosa con su cosplay de Black Cat.
Y diréis "¿Tan pocas fotos?, ¿No han ido en grupo?": Sí, efectivamente. Tal vez un grupo no tan numeroso como el del año pasado, pero un señor grupo, qué demonios. El caso es que tanta gente va a poner fotos... Sin embargo, yo...
Ahora, si me permitís una serie de menciones especiales a compañeros y amigos tal vez no dibujados pero tampoco olvidados:
Katsu
Delerium
Cloud Strife
Madame Beus (entre mi churri y yo)
Y por último a mi redescubierto gemelo malvado, El Jose
En fin, eso ha sido todo.
Eso sí, hasta el año que viene.
P.D. ¡Si alguien que viera este post se hubiera hecho una foto conmigo o con Deed, agradecería que nos la mandaran!
miércoles, 4 de noviembre de 2009
You better do it
No es tan triste como cierto, amigos.
Por sierto, próximo post, Salón del Manga 2009 ;)
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