Nahara estaba abrumada. Sobrepasada por la situación. El nebuloso e indefinido ente ante quien se encontraba se había presentado con cantidad de nombres, pero en ninguno de ellos había mostrado tanta vehemencia como de la que había hecho gala con el último de ellos: se había presentado como el mismo Olvido.
Aquel ser flotaba indiferente, sin ninguna expresión en un rostro careciente de facciones. Aguardaba la respuesta de Nahara a su proposición, aun con la mano extendida hacia ella. La Bianco observó aquel gesto y, percatándose de que el ente parecía hablar totalmente en serio, se alejó unos pasos de la orilla del Mar del silencio.
- ¿Por qué te has presentado ante mí si ahora te alejas? – dijo el Olvido, con su siseante voz ambigua; a pesar de la indiferencia implícita en ella, el ente sonaba contrariado.
Nahara, estupefacta, seguía observando incrédula a aquella encarnación del destino definitivo de los humanos, del último límite, más allá incluso de la potestad de Nocheeterna o Guardaluz.
- ¿Qué eres...? – preguntó la Bianco, demasiado estupefacta como para valerse de la cortesía en sus nerviosas palabras.
El ente bajó por fin la mano. De nuevo Nahara pudo comprobar que cada vez que aquel ser se movía era como si la parte que se desplazaba se disolviera en la niebla para materializarse allá donde su voluntad lo requiriera.
- No suele haber Nero que se acerquen al Mar sin buscar mi ayuda...– comenzó a decir el Olvido, con un tono de voz enigmático en ambas voces que usaba simultáneamente cuando hablaba.
- ¿A qué te refieres con...?
Nahara no necesitó terminar la pregunta, y el ente no ofreció respuesta. La Bianco se limitó a mirar a su alrededor, empapándose de nuevo de ese empalagoso y asfixiante silencio. Era evidente que la ayuda a la que se refería el Olvido era formar parte de ese silencio para siempre.
- ¿Y qué se supone que eres tú? – repitió Nahara con algo más de convicción; al parecer, ese ser lo haría nada sin su consentimiento.
- Hacia mi seno fluyen las almas de todos aquellos que caen más allá del terreno de los ya caídos. – comenzó a decir; la cacofonía de sus voces añadía un atisbo de desesperación a su, por otra parte, calmado susurro – Todas ellas confluyen en este lugar – dijo, señalando hacia la inmensidad del mar – Sus recuerdos, sus experiencias, opiniones, conciencias; aunadas y disueltas en una armonía infinita. La individualidad se pierde, y ahí es donde emano yo, como residuo antrópico de las almas acumuladas aquí desde el principio de los tiempos.
- Pero eso es... – interrumpió Nahara.
- Lo imposible no existe cuando cuestionas la eternidad. – se adelantó el Olvido.
- ¡Ninguna mente existente podría soportar ese peso! – exclamó la Bianco - ¡Es impensable!
- Yo no existo. – sentenció – Soy sólo el residuo remanente de la humanidad, y mi mente se extiende a lo largo y ancho del Mar del Silencio. En mí, las almas sabias se disuelven junto con las ignorantes, complementándose sin dejar de comprenderse. Las experiencias adquiridas se unen para alimentarse mutuamente de la manera más insaciable concebible. Las emociones se amortiguan hasta que finalmente se disipan al anularse mutuamente, dando lugar a una estabilidad inquebrantable. Las opiniones opuestas son obligadas a coexistir para siempre, a entrelazarse, a doblegarse la una a la otra para formar parte de la paz que representa haber terminado de existir definitivamente.
Nahara necesitó unos segundos para asimilar toda aquella información. El ente se limitó a observar mientras lo hacía, sin inmutarse al gozar de una paciencia literalmente infinita. La Bianco comenzaba a entender por qué Dimahl la había enviado allí. Quizás para comprender que, tras el infierno que supone la estancia en el territorio de los Nero, al final del camino se puede hallar algo de paz. La disolución con el resto de la humanidad, formar parte de la misericorde eternidad; parecía un final digno para alguien que haya llegado al final de su camino, incluso cuando ya ha cruzado el umbral de la muerte.
Era evidente que si el Juez propiciaba el envío de un alma a Nocheeterna, ésta merecía ser castigada convenientemente. Pero si tan solo supieran que realmente había un fin a su agonía su desesperación amainaría y no se verían abocados al abismo de la locura que despierta aquel lugar. A pesar de todo Nahara encontró consuelo en esa idea, incluso ante la estupefacción que despertaba estar en la presencia de la personificación del final de ese camino.
- Parece ser que he cumplido con la razón por la cual has acudido a mi presencia. – rompió el silencio el ente – Debes marchar. No forma parte de la naturaleza de este lugar que exista diferencia patente entre la consciencia y el Olvido. No debes estar aquí. – concluyó con rotundidad.
- Entiendo – dijo Nahara con cierto pesar – Gracias.
Era curioso. La Bianco sentía que no había sentido más que pesares desde su entrada al abismo de Nocheeterna.
Se dio la vuelta, disponiéndose con resignación a recorrer el camino de vuelta. Volver a atravesar el espeso y agobiante silencio para regresar a la macabra armonía compuesta por los alaridos de los reos.
- Un momento – oyó tras de sí.
El Olvido no se había movido de su posición, erguido sobre el Mar del Silencio como si un alma atormentada intentase escapar de una ciénaga de espeso lodo blanco. Algunas hebras de niebla manaban de la superficie que rodeaba la zona donde debería tener las piernas, arremolinándose hasta la altura de su regazo.
- Hay poco que no sepa, teniendo a mi disposición las mentes de las infinitas almas de las almas que han llegado hasta mi desde que el tiempo es tal. Y por ello me suelo ver en la necesidad de plantear preguntas. Pero tú no me has contestado a la primera pregunta que he lanzado en eones.
“¿Por qué te has presentado ante mí...?”
- Me han enviado. – respondió Nahara sin darle importancia.
Más líneas de blanca niebla se unieron a las que ya nacían de la superficie, a su alrededor. Sendas hebras reptaron ágilmente hasta sus manos, arremolinándose y tomando forma esférica. El ente cerró sus manos y éstas desaparecieron. Tras unos instantes de silencio, habló de nuevo.
- No encuentro la necesidad de que alguien envíe aquí a otro alguien. – dijo – Lo cual me lleva inevitablemente a otra pregunta: ¿Quién te ha enviado aquí?
Nahara observó al Olvido, dubitativa. ¿Debía decirle la verdad? Se tomó unos instantes para sopesar sus posibilidades, aprovechando el hecho de que al ente no le importarían unos insignificantes segundos dada su condición de ser eterno.
Realmente, la Bianco dudaba de que las consecuencias de decirle la verdad fueran a engullirla, ya que el ente no podía abandonar el Mar del Silencio y rara vez nadie que no hubiera sido reducido a su forma nebulosa visitaba aquel lugar. En cualquier caso, mencionar a Dimahl no era una baza demasiado segura en ningún caso, ya que hacerlo podría acarrear consecuencias para ambos.
- Un Nero – respondió por fin, con cautela.
- Su nombre – atajó el Olvido.
Nahara se vio acorralada. Inconscientemente dio un paso hacia atrás.
- Dimahl – dijo, rindiéndose con un suspiro; seguía pensando que era terriblemente improbable que el decírselo al ente pudiera llevar consecuencias que la llevaran a arrepentirse.
La mención de aquel nombre provocó una extraña reacción en el Olvido. Como ya había visto varias veces, un par de líneas de niebla se arremolinaron en sus apenas definidas manos, pero esta vez la cosa fue más allá. Más hebras de niebla pugnaban por alcanzar sus manos hasta el punto en que, saturadas, rodeaban toda la superficie de su cuerpo, penetrándole a la altura del pecho y la espalda, atravesándole.
- Dimahl... – susurró con su voz ambigua.
- ¿Sabes de él? – preguntó la Bianco con curiosidad.
- Ese nombre despierta... – se tomó un segundo de pausa, retirando su cabeza hacia atrás, como tomando aire – ... sensaciones. Multitud de ellas. Y todas confluyen en un punto. Ese hombre no es digno de confianza.
Nahara hizo algo parecido a una risa forzada.
- Sí... eso tengo entendido...
- No. No lo entiendes en absoluto.
Ella le miró, intrigada, contrariada. Asustada. Algunas líneas de niebla aun giraban alrededor del ente.
- ¿Cómo dices...?
- El trabajo de un Nero es castigar durante todo el tiempo que le sea posible, en función de los crímenes que haya cometido el reo en cuestión. Matar es algo que, pese a que les está permitido, debe de ser la última instancia que un guardián de Nocheeterna deba tomar. Y nadie, absolutamente nadie ha sobrevivido a un encuentro con él. Todas las almas de reos que se han cruzado en su camino han terminado aquí, rechazando la posibilidad de regresar y volver a toparse con él. Ni siquiera los Nero renegados son tratados de manera diferente por él.
- ¿Y alguien sabe por qué?
- Tan sólo el propio Dimahl. Solo puedo decir que siempre tiene la misma sonrisa cuando ejecuta.
- Su sonrisa... – aquella sonrisa socarrona; la recordaba muy bien.
Nahara no sabía qué decir. Volver a buscarle para que le diera una explicación para algo tan aparentemente irrelevante era demasiado peligroso. El Olvido había conseguido inquietarla y la intriga, como un veneno manado de su acelerado corazón, se había extendido poro su cuerpo con rapidez. Empezaba a sentir la necesidad ya no tanto de comprender Nocheterna sino de comprender al mismo Dimahl. Fue él quien propuso el trato que la había llevado hasta ahí, esgrimiendo su argumento de que Bianco y Nero solo vivían con media verdad. Y Nahara empezaba a dudar que ese fuera la verdad.
Ignoraba qué podría buscar un Nero en Guardaluz, aparte de la razón por la que, aparentemente, Nahara había sido convencida. Hacerlo por simple diversión era una idea demasiado descabellada e imprudente hasta para un Nero. Incluso para Dimahl.
La Bianco ignoraba cual debía ser su siguiente paso. Estaba lo suficientemente cansada de aquella situación como para dejarlo simplemente todo correr y seguir vagando por Nocheeterna hasta poder volver a Guardaluz. Y así poder olvidarlo todo.
- He de irme – dijo, y comenzó a retroceder.
- ¿Por qué te envió a este lugar? – preguntó el ente cuando apenas hubo dado dos pasos.
Nahara le miró por encima de su hombro sin dejar de avanzar.
- Para intentar comprender este lugar.
- No te preocupes, niña... – dijo, mientras la observaba alejarse y se volteaba – Una vez llegues a mí lo entenderás.
- ¿El Olvido para entender a Nocheeterna? – preguntó con sorna, sin dejar de avanzar.
Ambos estaban de espaldas el uno de el otro, y Nahara se alejó lo suficiente como para no oír la respuesta del ente.
- El Olvido para comprenderlo todo.
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Dimahl y Nahara, por Deed