((ADVERTENCIA: POST EROTICO-FESTIVO xD))
Miraba a través de la ventana abierta de paredes de piedra. La noche sin Luna permitía a las estrellas mostrar la valía de su brillo. Y sin embargo, él no era capaz de percibirlo. Sus oscuros ojos no miraban el cielo. Ni las praderas de color esmeralda del reino. Ni siquiera las casas cuyas ventanas aun, en algunos casos, presentaban los quinqués encendidos.
No.
Aquella noche el príncipe no miraba nada. Estaba seguro de lo que iba a hacer. Pero ello no dejaba de turbarle. La negrura de la noche no consiguió consolarle, pero le ensimismó lo suficiente como para que, a pesar de esperarlos, los tímidos golpes en la puerta de madera de su alcoba le sobresaltaran.
- A-Adelante... – balbuceó el monarca
La puerta chirrió y se abrió, y entró quien él esperaba que entrara.
- ¿Me hizo llamar, majestad? – la doncella habló con la temblorosa voz que provocaba el respeto, y temor, que inspiraba la segunda persona más importante de aquel castillo – Son horas muy intempestivas... – sonrió débilmente
- Cerrad la puerta – él habló con seguridad. Debía hacerlo. Su padre así lo hacía
La doncella hizo una reverencia con la cabeza y obedeció, con cierto rubor en las mejillas: estar a solas con el atractivo príncipe del castillo donde se alojaba la abrumaba. Su mano insegura cerró la quejumbrosa puerta lentamente. El príncipe pudo ver cómo uno de los guardas que flanqueaba la puerta le dirigía una mirada cómplice mirada a su soberano antes de perderle de vista. Éste, lejos de sentir la complicidad de lo que iba a ocurrir, apartó la mirada.
El corazón de la doncella empezó a lanzar avisos en forma de latidos veloces. Disimuló el sudor de sus manos jugando con su impoluto delantal de manera nerviosa. Él se acercó a ella lentamente y le miró a los ojos, con una mirada que exigía obediencia.
- ¿Ma... Majestad? – la doncella retrocedió un paso y acercó su mano a la puerta, para buscar el picaporte. Sin embargo, él fue más rápido.
El príncipe agarró la muñeca de la doncella y la obligó a darse la vuelta contra la pared. Ella se quejó con un repentino sollozo.
- Por favor, majestad... – su súplica se perdió con un llanto que vertió lágrimas de desesperación en sus mejillas
- Silencio – inquirió él
Sostuvo la otra muñeca de la doncella e hizo que apoyara ambas manos en la fría pared de piedra.
- No te muevas – dijo el soberano, con un deje de gentileza en su voz.
- ¿Por... favor...? – ella lo intentó una vez más, pero obedeció. La servidumbre conocía el precio de la desobediencia.
El príncipe estaba ansioso. Por ello, agarró el cuello del modesto vestido con las dos manos. Con fuerza, y acompañado con un leve grito por parte de la doncella, todo el vestido se desgarró con dos tirones. La luz de las lámparas de aceite de las paredes iluminó de manera tenue la cremosa piel de la espalda y las nalgas de la doncella. Con cierta impaciencia, el soberano acarició con firmeza los muslos de la dama. Ésta se encorvó al contacto con las cálidas manos. Su respiración se aceleraba.
Las manos del príncipe ascendieron por la espalda hasta los hombros, para apartar definitivamente el vestido deslizándolo fuera de las mangas con un sumiso movimiento de brazos. Ella guardaba silencio mientras sentía cómo su señor la abrazaba con fuerza desde atrás, apartándole la melena de las orejas para lamer con suavidad sus lóbulos.
Aquella situación la estaba sobrepasando. Todo su cuerpo temblaba de manera frenética y perceptible. Pero parecía que a él eso no le importaba. Dirigió los dedos de su mano derecha a los labios de la doncella. Tras acariciarlos, como pidiendo permiso, los introdujo en su boca, sintiendo su lengua, humedeciéndolos con su ardiente saliva. Ella sintió cierta aversión al sentir los dedos del soberano en su boca. Pero ¿qué podía hacer sino cerrar los ojos y dejarse hacer hasta que su dueño hiciera de ella lo que quisiera? Éste, una vez hubo impregnado sus dedos, los extrajo de su boca y comenzó a descender lentamente. Primero rozaron su cuello, produciendo en ella un escalofrío que no debería haber sentido. Seguidamente, los dedos rozaron uno de sus pechos. El príncipe sintió las sugerentes curvas de estos mientras ella se convulsionó levemente: le estaba haciendo cosquillas.
Y el descenso de los dedos prosiguió. Pasó por el vientre de la sofocada doncella, pero, como bien temía, y como una pequeña y oscura parte de sí deseaba, éstos no se detuvieron. Él pudo por fin notar una poco densa presencia de vello, suponiendo el preludio del tesoro que esperaba encontrar. Y así, los dedos alcanzaron su destino.
Ella se encorvó aun más, ahogando un jadeo que aprisionaba sus pulmones. Con ello no hizo sino apretar sus caderas contra las de él, notando por un instante su erecta pasión, que no se molestó en disimular. El príncipe sintió cómo el húmedo Edén entre las piernas de la doncella dejaba manar los efluvios de una mujer anhelante. Lo estaba consiguiendo. Con una voz ronca, ordenó:
- Ve a la cama
Ella apartó las manos de la fría roca y, evitando mirarle a los ojos obedeció, moviéndose con lentitud, entre sollozos y una respiración acelerada.
Él no la vio moverse. Por un instante, se quedó en el mismo lugar, con el lateral de un puño apoyado en la pared, mirando el suelo, recordando las palabras de su padre, que, entre risas, decía:
“¡Tienes que hacerlo, hijo mío! Si eres capaz de tomar a una mujer contra su voluntad y complacerla, ¡podrás complacer a un reino que esté en tu contra!”
Su padre siempre había sido sabio, a pesar de aquellas palabras. Así que accedió, con cierta reprobación.
Se dio la vuelta y contempló la enorme habitada cama adoselada que reinaba su alcoba. Se acercó, con paso pesado, y deshaciéndose de su holgada camisa y sus pantalones ocres, quedando desnudo. La doncella se había cubierto con las sábanas, y miraba la ventana para evitar mirarle a él. Antes de unirse a ella en la cama, él tiró de las sábanas que la cubrían. Con facilidad y el leve susurro del roce de la seda con la piel desnuda, éstas se deslizaron dejando ver el cuerpo de la dama, que cubría sus pechos con un brazo y su entrepierna con la mano del otro. Ella cerró los ojos al sentirse observada y completamente vulnerable.
El príncipe, finalmente se arrodilló sobre la cama, dejando las piernas de ella entre las suyas. Una vez más, tomó sus muñecas para descubrir por completo la belleza de su cuerpo, haciendo que extendiera sus brazos como si estuviera crucificada.
- No... – un leve y lastimero gemido de súplica escapó de su boca, que no hizo más que alimentar el ansia del príncipe.
Éste descendió su cuerpo hasta que entró en contacto con el de ella. Puesto que la doncella miraba la ventana, no le besó en los labios, sino que colmó de numerosos y fugaces besos su cuello de garza, descendiendo con lentitud.
Otro escalofrío y… ¿un jadeo? Ella se tapó la boca. No tendría que haber pasado.
El soberano llegó a la clavícula, la cual recorrió con sus labios hasta situarse entre los pechos de la mujer. Entonces dejó ir las muñecas de la doncella para apoyarse con más comodidad. En lugar de aprovechar sus manos libres para forcejear, la doncella mantuvo los brazos donde el príncipe los había colocado, como sujetos por grilletes invisibles. Él, lentamente, comenzó a lamer el pecho derecho, trazando una espiral con su lengua desde la aureola hasta el erecto pezón, el cual mordisqueó con una paradójica firme suavidad. Con su mano izquierda, mientras tanto, masajeaba el otro seno con deleite.
La respiración de la doncella se aceleró más aun. El deseo comenzaba a imponerse a la razón, y su cada vez más acelerada respiración enmudecía su conciencia. Entonces, una vez más, el príncipe continuó descendiendo. Ella agarró las sábanas, como si necesitara asirse a algo que la uniera a la cordura. Sabía donde se dirigía, y no se sentía preparada.
Pero eso a él no parecía importarle. Pasó sin detenerse por el ombligo de la doncella y se desvió hacia el muslo para evitar el ligeramente hirsuto Monte de Venus. Una vez hubo bajado lo suficiente, se dirigió al paraíso oculto entre las piernas de su doncella.
Primero unos sutiles besos. Otro jadeo incontrolable abandonó la garganta de la mujer. Luego el príncipe se valió de sus dedos para separar los húmedos labios y el jadeo se convirtió en un gemido. Finalmente, su lengua lamió del dulce néctar que manaba de la dama.
Ella no podía soportarlo. Los músculos de su espalda se tensaron haciendo que casi se incorporara. Sus gemidos se transformaron casi en gritos, y llegó a olvidar el lugar que le correspondía en aquel castillo enredando sus dedos en el pelo de la cabeza de su señor mientras su cuerpo se retorcía como una víbora.
Cuando el príncipe se hubo saciado de la sagrada fuente, volvió a ponerse a la altura de su doncella.
Bastó un segundo. Un segundo en el que sus miradas se encontraron. Sus bocas estaban abiertas para poder respirar al ritmo en que sus iracundos corazones marcaban. Y sus lenguas asomaron, anhelando contacto. Él se abalanzó sobre ella, y esta vez, ella no hizo nada por evitarlo. Sus labios apenas se rozaron. Aquella era una lujuriosa danza en la que tan solo sus lenguas estaban invitadas. Se entrelazaron a un ritmo vertiginoso, rozándose sin miramientos, respirando del aire que el otro espiraba.
Entonces, él se detuvo y se separó, para llevar una mano a su miembro, que a tientas buscaba la entrada de la doncella. Supo que lo había conseguido cuando un nuevo escalofrío convulsionó aquel pequeño cuerpo. Embistió con suavidad, y la respuesta fue otro gemido, nada suave. Siguió entrando en ella, motivado por las contorsiones de su cuerpo. Ella, olvidando de nuevo ante quién se encontraba, le abrazó tanto con los brazos como con las piernas. Le abrazaba con fuerza para sentirle con más intensidad. Él marcó el ritmo, y ella se subyugó inevitablemente. Ya no se besaban. Sus cabezas reposaban sobre la mejilla del otro. Escuchaban con lasciva atención cómo respiraban en sus oídos. Cómo eran capaces de pedir más deseo sin palabras.
Pero él se incorporó, y ella le miró entre resentida y arrepentida. ¿Ya había terminado todo?
No.
El príncipe tomó los muslos de la doncella a horcajadas y continuó embistiendo, esta vez, contemplando su obra en toda su gloria. Vio cómo el cuerpo de la mujer se retorcía para intensificar el contacto de sus bajos. Vio cómo el ritmo que él marcaba podía percibirse en el movimiento de la turgencia de los pechos de la doncella. Vio cómo ella movía la cabeza de un lado hacia el otro, incapaz de soportar tanto placer.
- Mi señor… - murmuraba entre jadeos – Mi príncipe… - le miró con tristeza, alargando los brazos para intentar llegar a él – Mi…mi… ¡mi amo! – gimió, incapaz, sonrojada, de reprimir la expulsión en éxtasis de sus flujos, que él sintió satisfecho, culminando inmediatamente después, en el interior del cuerpo de su doncella.
La observó de nuevo. El movimiento de su vientre respirando fue amainando, como la tormenta que finaliza. Su cuerpo, perlado de sudor, yacía en la cama, apenas moviéndose. Él se acercó a ella de nuevo, desensamblando sus cuerpos, con un último suspiro quejumbroso por parte de la dama. El príncipe yació a su lado, besándola con ternura. Pero la doncella giró la cabeza haciendo que la besara en la mejilla ya que hubo recordado, con tristeza y humillación, cuál era su lugar en la cama.
Recogiendo una sábana para cubrir su desnudez, ella comenzó a levantarse para marcharse al cuarto del servicio, para poder llorar en soledad. Pero él la tomo por la muñeca con dulzura.
- Por favor, quedaros conmigo esta noche, mi señora
Y ella, una vez más, obedeció. Ya no sentía humillación de haber sido tomada a la fuerza, pero aun permanecía la tristeza. Tristeza ante la certeza de que aquello no volvería a ocurrir.
El Rey era sabio, y él por fin lo comprendió.
“Si eres capaz de tomar a una mujer contra su voluntad y complacerla, ¡podrás complacer a un reino que esté en tu contra!”
Había que complacer al reino hasta que llegara a necesitarte.
Había que complacer al reino hasta llegar a necesitarle.
No grave will hold me...
viernes, 28 de diciembre de 2007
miércoles, 26 de diciembre de 2007
Pañun
Adjunto en este post quizás el mejor video de quizas el mejor programa que jamás ha poblado las ondas herzianas de la tierra
Peli de tiros, del Informal. Presentado por el indomable Charlton Heston
Disfruten camaradas con el primer post no maniaco-depresivo en mucho tiempo! xD
(Y pensar que el programa que sustituyo al Informal fue Gran Hermano... ¬_¬)
Peli de tiros, del Informal. Presentado por el indomable Charlton Heston
Disfruten camaradas con el primer post no maniaco-depresivo en mucho tiempo! xD
(Y pensar que el programa que sustituyo al Informal fue Gran Hermano... ¬_¬)
viernes, 21 de diciembre de 2007
The Nether, Chapter VI: Just a Mask (II)
Dimahl la miró atónito y aterrado. Sin embargo, ella le devolvió una mirada que, aunque pícara, no revelaba ninguna maldad.
- ¿Pero cómo…?
- Debes ocultar tus manos – dijo Nirnarëth, mirándoselas. Éstas palabras calaron hondo en el Nero: son las mismas que él había usado con Nahara cuando compartieron sus almas – Los Arcángeles son muy celosos con la pureza de Guardaluz. Ocultan sus rostros demacrados por las contiendas de la misma manera que ocultan la aspereza de sus manos, provocada por el uso de sus armas. Por eso llevan máscaras, y por eso llevan las mangas de su sudario más largas. Además, tus modales son... – rió – poco comunes. Eres muy descuidado, Nero...
Dimahl se levantó y miró a su alrededor. Parcialmente aliviado al comprobar que nadie les había oído, tomó a Nirnarëth por las muñecas obligándola a levantarse.
- ¡¿Qué piensas hacer!? – bramó Dimahl, a través de la máscara
- ¡Me haces daño! – el Nero la soltó, sin dejar de mirarla, sin dejar de sentir que la amenaza se cernía más sobre él que sobre ella – Puedes estar tranquilo. Tus asuntos te conciernen sólo a ti. – ambos parecieron tranquilizarse – Además, si hubieras venido a hacer daño, yo no seguiría aquí. Y probablemente él tampoco – Nirnarëth señaló al perro. Éste se dirigió hacia ellos, moviendo la peluda cola. Al pasear la mirada de él a ella y percatarse de que le estaban mirando, abrió la boca y sacó la lengua; la mariposa prisionera emprendió de nuevo el vuelo con dificultad.
Dimahl volvió a mirarla a ella.
- Mi devenir está en vuestras manos. ¿Qué queréis de mi?
Nirnarëth no pudo evitar sonreír, mirando fugazmente de arriba abajo al Nero.
- ¿Me haríais el favor de quitaros la máscara?
Dimahl dudó un poco, y miró a su alrededor. Nadie cerca. Lentamente se llevó su mano derecha a la máscara y la retiró de su rostro. Un rostro que clavó sus ojos de ébano en los intensos ojos de aquella peculiar dama. Ella se mordió el labio, con gesto divertido, y llevándose las manos al dorso de su cintura.
- Así mucho mejor, Dimahl. – dijo ella, con un tono casi jovial - ¿Qué os trae por tierras tan lejanas a vuestro territorio?
El Nero suspiró.
- Me temo que tú – ante el gesto sorpresa y casi preocupación de Nirnarëth, Dimahl terminó la frase – y la gente como tú. Quería saber... Bueno, quería conocer el otro lado.
Ella le miró de manera condescendiente.
- ¿Y cómo podría ayudarte alguien como yo? – preguntó
Dimahl se sentó de nuevo en el suelo mullido por la densidad de flores y le tendió la mano para que se sentara junto a él (el que fuera capaz de hacer esto le extrañó ligeramente). Ella aceptó el gesto y se sentó a su vera.
- Háblame de ti, Nirnarëth. ¿Cómo fue tu vida?
Ella, a pesar de esperarse aquella pregunta, apartó la mirada de los oscuros ojos de Dimahl, con gesto de melancolía, aunque sin dejar de sonreír. Abrazó sus rodillas apoyando su mejilla en sus brazos. El susurro del roce de la tela de su vestido se confundió con un suspiro venido de los rincones de su memoria que, insegura, emergía.
- Mi vida... Pues, no sabría decirte... La verdad es que no sé si este es mi lugar. – Nirnarëth hablaba con tono entristecido
- Eso que dices es muy serio... ¿Qué razón...?
- Quise suicidarme – interrumpió tajantemente ella
Dimahl calló inmediatamente. Él, mejor que ella, sabía lo que le ocurría a aquellos que se quitaban la vida: el Juez no era indulgente con aquellos que rechazaban la vida que se les entregó.
- Pero... no lo hicisteis – repuso el Nero – no estaríais aquí si lo hubierais hecho.
Ella negó lentamente, esbozando una casi imperceptible sonrisa.
- Ochenta y cinco años – hablaba aun mirando al vacío – La verdad, me sorprendió mucho verme así – miró a Dimahl – fue la única época de mi vida que me consideré hermosa.
- Un alma se dibuja como uno quiere – inquirió él – Así es como tu esencia habitaba tu cuerpo. – el Nero apoyó su codo en su rodilla, mirándola con cierto interés – El Juez concede esa libertad a todo ser humano.
Nirnarëth acentuó su sonrisa.
- Fue muy amable conmigo – contestó
- ¿Cómo fue tu juicio? – preguntó Dimahl
- A decir verdad – repuso dubitativa ella – no podría asegurarlo. Estaba muy confusa. Había un señor muy extraño que nos vomitó sin más que estábamos muertos a mí y a una multitud más y antes de querer darme cuenta estaba frente a Él. La verdad, al principio tuve miedo. Yo nunca creí en Dios y...
- Muchos cometen ese error – Dimahl se tomó la libertad de interrumpirla. A ella no le supuso ninguna molestia – Cristianos, judíos y el resto de creyentes creen que se hallan ante su figura divina. Y realmente – dejó escapar una leve risa – algunos no andan muy desencaminados. A Él nunca le importó como le llamaran.
- Lo sabía todo de mí... y eso que...
- Él lo ve todo allí arriba – el Nero se anticipó a ella.
- Sabía ver más allá de mis actos... – su voz comenzó a quebrarse
- ¿A qué te refieres?
- Viví mi vida conforme a los demás... – Dimahl la miró intrigado. Ante ello, Nirnarëth prosiguió – Quiero decir, siempre hacía lo que se supone que está bien. Y eso suponía, muchas veces, una máscara.
>> Nací en el seno de una familia bien avenida, nunca pude quejarme de eso. Fui la más joven de tres, dos hermanos y yo. Ellos siempre me chinchaban diciéndome que fui el accidente de última hora... – hizo una pausa para sonreír – En mi colegio se metían conmigo siempre con cualquier excusa... Si no era por mis gafas era por coletas; en fin, hubo un tiempo en el que me eso me importaba. Pero me abrí paso hasta el instituto, donde me di cuenta que no quería ser como los demás que no tenía por qué. Conseguí llegar a la universidad, conservando apenas un par de buenos amigos. Pero fue en esa época donde uno se da cuenta de muchas cosas.
>> Es ahí donde te percatas de que ya no quedan muchos cambios en tu vida, que estás en el umbral de ser la persona que seguirás siendo el resto de tus días. Y yo no dejaba de ser mediocre... Apenas destacaba en clase, nunca atraía a los chicos y... y empecé a agobiarme.
>>Todos los días, desde que abría los ojos por las mañanas, me planteaba si realmente valía la pena. Cada bocanada de aire que tomaba salía de mis pulmones en forma de suspiro. Y sentía... sentía que con cada uno de ellos una parte de mí se me escapaba. Una parte de mi que quería vivir. Y así día tras día.
>>Día tras día, hasta que no pude soportarlo más – Nirnarëth cerró los ojos, con la voz completamente quebrada – Una noche subí al tejado de mi edificio y... – De repente, guardó silencio.
Dimahl escuchaba sus palabras completamente absorbido. Como mecido por su voz,
pudo verla asomada a un rugiente acantilado, con su pelo y vestido danzando tristes al compás del bramido de las olas. Con sus hermosos e intensos ojos verdes, perdidos en el cielo de una noche de luna llena, que realzaba la palidez de su piel. Pudo ver una lágrima que descendía por su mejilla, incapaz de comprender por qué había emergido de su interior. Y Dimahl pudo ver que, tras ella, la sombra de la guadaña de un Nero la acechaba, ansiosa por llevarse aquel delicado cuerpo al abismo que la esperaba si decidía dar el único paso que la separaba de la muerte. Una muerte que la apartaría de un mundo que la estaba empujando a dar ese paso.
- Uno se plantea muchas cosas estando ahí arriba, ¿sabes? – continuó – En mi vida siempre me he sentido orgullosa de mi valentía. Bueno – rió con una risa que no sonó alegre en absoluto – de pequeña era una miedica pero... digamos que fui enfrentándome a mis miedos uno a uno hasta que creí haberlos superado todos. Pero ahí estaba.
>> No salté, es evidente. ¿Pero en qué me convertía eso? Pensé que sólo necesitaba un momento, un ínfimo instante de valentía para saltar, pero dejando así entrever la paradójica cobardía de aquel acto... Así que opté por un instante de cobardía. El instante que, entre lágrimas de rabia autodestructiva, me hizo bajar de la cornisa. ¿Me convertía eso en valiente por haber seguido adelante?
Dimahl estaba completamente absorto con la historia de Nirnarëth.
- Yo... – dijo éste por fin – No lo sé, no... nunca me había planteado algo así. – se sintió terriblemente estúpido, pero para su sorpresa, ella sonrió.
- Era una pregunta retórica, bobo...
- Ah... – su sensación de estupidez se acentuó.
Ambos guardaron silencio unos instantes. El perro, que hasta el momento había estado tumbado en la hierba, con la cabeza apoyada sobre las patas, levantó su mirada oculta entre los pelos de su flequillo. De nuevo, vio que ambos lo estaban mirando y se levantó, moviendo la cola.
- ¿De dónde ha salido el bichejo? – preguntó Nirnarëth, acariciando al complacido animal. Dimahl rió levemente.
- No tengo ni idea... Me siguió desde que entré aquí. – hizo una pausa observándola atusar el flequillo del perro – Oye... ¿y qué fue de ti el resto de tu vida?
Ella miró con una sonrisa triste al perro mientras acariciaba los carrillos del animal, que aprovechó la cercanía para lamer fugazmente la punta de la nariz de Nirnarëth.
- Intenté suicidarme. Eso me marcó demasiado. Simplemente viví. - respondió
- Pero ochenta y cinco años es una vida muy larga para una humana. ¿Qué fue de ti?
Ella le miró divertida.
- Me preguntas como si fuera alienígena... – Dimahl le miró extrañado – Olvídalo... No me consideré digna de compartir mi vida con nadie.
- ¿Viviste sola toda tu vida? – le preguntó él anonadado. Rara vez conoció a un humano que fuera capaz de vivir una vida solo.
- Fui capaz de rechazar mi vida – Nirnarëth le miró con pesar – Compartirla hubiera sido un despropósito.
Dimahl miró a aquella dama con intensidad.
- Debió ser muy duro...
Aquellas palabras reverberaron en la memoria de Nirnarëth que, irónicamente, sonrió, acercándose a él.
- Bueno, mi vida terminó... – se puso de puntillas para acercar su rostro al de Dimahl, alternando su mirada entre sus ojos y sus labios – Tal vez sí debiera compartir lo que me queda... – Nirnarëth acarició suavemente la nariz de él con la suya, sin dejar de sonreír pícaramente. – Después de todo tu devenir está en mis manos, ¿no?
Dimahl retrocedió abrumado, mientras ella, riendo complacida, se dio la vuelta con gracia, empezando a caminar. Él sonrió suspirando.
- Hasta la vista, Dimahl. Ha sido todo un placer – Y Nirnarëth se alejó de él.
- El placer ha sido mío – susurró casi inaudiblemente el Nero
El perro miró cómo la mujer se alejaba de ellos, gimiendo lastimosamente y mirando a Dimahl. Éste miraba la máscara que el Arcángel le había entregado. Los vacíos ojos de aquel objeto le devolvieron las palabras de Nirnarëth. “...traicionarme a mi misma. Era como... vivir con una máscara”.
“No... Yo no lo haré”
- Eh – dijo el Nero, dirigiéndose al perro y flexionando el brazo en el que sostenía la máscara.
El animal ladró contento, saltando y luego agazapándose sin apartar los ojos de la máscara.
- ¡Atrapa!
- ¿Pero cómo…?
- Debes ocultar tus manos – dijo Nirnarëth, mirándoselas. Éstas palabras calaron hondo en el Nero: son las mismas que él había usado con Nahara cuando compartieron sus almas – Los Arcángeles son muy celosos con la pureza de Guardaluz. Ocultan sus rostros demacrados por las contiendas de la misma manera que ocultan la aspereza de sus manos, provocada por el uso de sus armas. Por eso llevan máscaras, y por eso llevan las mangas de su sudario más largas. Además, tus modales son... – rió – poco comunes. Eres muy descuidado, Nero...
Dimahl se levantó y miró a su alrededor. Parcialmente aliviado al comprobar que nadie les había oído, tomó a Nirnarëth por las muñecas obligándola a levantarse.
- ¡¿Qué piensas hacer!? – bramó Dimahl, a través de la máscara
- ¡Me haces daño! – el Nero la soltó, sin dejar de mirarla, sin dejar de sentir que la amenaza se cernía más sobre él que sobre ella – Puedes estar tranquilo. Tus asuntos te conciernen sólo a ti. – ambos parecieron tranquilizarse – Además, si hubieras venido a hacer daño, yo no seguiría aquí. Y probablemente él tampoco – Nirnarëth señaló al perro. Éste se dirigió hacia ellos, moviendo la peluda cola. Al pasear la mirada de él a ella y percatarse de que le estaban mirando, abrió la boca y sacó la lengua; la mariposa prisionera emprendió de nuevo el vuelo con dificultad.
Dimahl volvió a mirarla a ella.
- Mi devenir está en vuestras manos. ¿Qué queréis de mi?
Nirnarëth no pudo evitar sonreír, mirando fugazmente de arriba abajo al Nero.
- ¿Me haríais el favor de quitaros la máscara?
Dimahl dudó un poco, y miró a su alrededor. Nadie cerca. Lentamente se llevó su mano derecha a la máscara y la retiró de su rostro. Un rostro que clavó sus ojos de ébano en los intensos ojos de aquella peculiar dama. Ella se mordió el labio, con gesto divertido, y llevándose las manos al dorso de su cintura.
- Así mucho mejor, Dimahl. – dijo ella, con un tono casi jovial - ¿Qué os trae por tierras tan lejanas a vuestro territorio?
El Nero suspiró.
- Me temo que tú – ante el gesto sorpresa y casi preocupación de Nirnarëth, Dimahl terminó la frase – y la gente como tú. Quería saber... Bueno, quería conocer el otro lado.
Ella le miró de manera condescendiente.
- ¿Y cómo podría ayudarte alguien como yo? – preguntó
Dimahl se sentó de nuevo en el suelo mullido por la densidad de flores y le tendió la mano para que se sentara junto a él (el que fuera capaz de hacer esto le extrañó ligeramente). Ella aceptó el gesto y se sentó a su vera.
- Háblame de ti, Nirnarëth. ¿Cómo fue tu vida?
Ella, a pesar de esperarse aquella pregunta, apartó la mirada de los oscuros ojos de Dimahl, con gesto de melancolía, aunque sin dejar de sonreír. Abrazó sus rodillas apoyando su mejilla en sus brazos. El susurro del roce de la tela de su vestido se confundió con un suspiro venido de los rincones de su memoria que, insegura, emergía.
- Mi vida... Pues, no sabría decirte... La verdad es que no sé si este es mi lugar. – Nirnarëth hablaba con tono entristecido
- Eso que dices es muy serio... ¿Qué razón...?
- Quise suicidarme – interrumpió tajantemente ella
Dimahl calló inmediatamente. Él, mejor que ella, sabía lo que le ocurría a aquellos que se quitaban la vida: el Juez no era indulgente con aquellos que rechazaban la vida que se les entregó.
- Pero... no lo hicisteis – repuso el Nero – no estaríais aquí si lo hubierais hecho.
Ella negó lentamente, esbozando una casi imperceptible sonrisa.
- Ochenta y cinco años – hablaba aun mirando al vacío – La verdad, me sorprendió mucho verme así – miró a Dimahl – fue la única época de mi vida que me consideré hermosa.
- Un alma se dibuja como uno quiere – inquirió él – Así es como tu esencia habitaba tu cuerpo. – el Nero apoyó su codo en su rodilla, mirándola con cierto interés – El Juez concede esa libertad a todo ser humano.
Nirnarëth acentuó su sonrisa.
- Fue muy amable conmigo – contestó
- ¿Cómo fue tu juicio? – preguntó Dimahl
- A decir verdad – repuso dubitativa ella – no podría asegurarlo. Estaba muy confusa. Había un señor muy extraño que nos vomitó sin más que estábamos muertos a mí y a una multitud más y antes de querer darme cuenta estaba frente a Él. La verdad, al principio tuve miedo. Yo nunca creí en Dios y...
- Muchos cometen ese error – Dimahl se tomó la libertad de interrumpirla. A ella no le supuso ninguna molestia – Cristianos, judíos y el resto de creyentes creen que se hallan ante su figura divina. Y realmente – dejó escapar una leve risa – algunos no andan muy desencaminados. A Él nunca le importó como le llamaran.
- Lo sabía todo de mí... y eso que...
- Él lo ve todo allí arriba – el Nero se anticipó a ella.
- Sabía ver más allá de mis actos... – su voz comenzó a quebrarse
- ¿A qué te refieres?
- Viví mi vida conforme a los demás... – Dimahl la miró intrigado. Ante ello, Nirnarëth prosiguió – Quiero decir, siempre hacía lo que se supone que está bien. Y eso suponía, muchas veces, una máscara.
>> Nací en el seno de una familia bien avenida, nunca pude quejarme de eso. Fui la más joven de tres, dos hermanos y yo. Ellos siempre me chinchaban diciéndome que fui el accidente de última hora... – hizo una pausa para sonreír – En mi colegio se metían conmigo siempre con cualquier excusa... Si no era por mis gafas era por coletas; en fin, hubo un tiempo en el que me eso me importaba. Pero me abrí paso hasta el instituto, donde me di cuenta que no quería ser como los demás que no tenía por qué. Conseguí llegar a la universidad, conservando apenas un par de buenos amigos. Pero fue en esa época donde uno se da cuenta de muchas cosas.
>> Es ahí donde te percatas de que ya no quedan muchos cambios en tu vida, que estás en el umbral de ser la persona que seguirás siendo el resto de tus días. Y yo no dejaba de ser mediocre... Apenas destacaba en clase, nunca atraía a los chicos y... y empecé a agobiarme.
>>Todos los días, desde que abría los ojos por las mañanas, me planteaba si realmente valía la pena. Cada bocanada de aire que tomaba salía de mis pulmones en forma de suspiro. Y sentía... sentía que con cada uno de ellos una parte de mí se me escapaba. Una parte de mi que quería vivir. Y así día tras día.
>>Día tras día, hasta que no pude soportarlo más – Nirnarëth cerró los ojos, con la voz completamente quebrada – Una noche subí al tejado de mi edificio y... – De repente, guardó silencio.
Dimahl escuchaba sus palabras completamente absorbido. Como mecido por su voz,
pudo verla asomada a un rugiente acantilado, con su pelo y vestido danzando tristes al compás del bramido de las olas. Con sus hermosos e intensos ojos verdes, perdidos en el cielo de una noche de luna llena, que realzaba la palidez de su piel. Pudo ver una lágrima que descendía por su mejilla, incapaz de comprender por qué había emergido de su interior. Y Dimahl pudo ver que, tras ella, la sombra de la guadaña de un Nero la acechaba, ansiosa por llevarse aquel delicado cuerpo al abismo que la esperaba si decidía dar el único paso que la separaba de la muerte. Una muerte que la apartaría de un mundo que la estaba empujando a dar ese paso.
- Uno se plantea muchas cosas estando ahí arriba, ¿sabes? – continuó – En mi vida siempre me he sentido orgullosa de mi valentía. Bueno – rió con una risa que no sonó alegre en absoluto – de pequeña era una miedica pero... digamos que fui enfrentándome a mis miedos uno a uno hasta que creí haberlos superado todos. Pero ahí estaba.
>> No salté, es evidente. ¿Pero en qué me convertía eso? Pensé que sólo necesitaba un momento, un ínfimo instante de valentía para saltar, pero dejando así entrever la paradójica cobardía de aquel acto... Así que opté por un instante de cobardía. El instante que, entre lágrimas de rabia autodestructiva, me hizo bajar de la cornisa. ¿Me convertía eso en valiente por haber seguido adelante?
Dimahl estaba completamente absorto con la historia de Nirnarëth.
- Yo... – dijo éste por fin – No lo sé, no... nunca me había planteado algo así. – se sintió terriblemente estúpido, pero para su sorpresa, ella sonrió.
- Era una pregunta retórica, bobo...
- Ah... – su sensación de estupidez se acentuó.
Ambos guardaron silencio unos instantes. El perro, que hasta el momento había estado tumbado en la hierba, con la cabeza apoyada sobre las patas, levantó su mirada oculta entre los pelos de su flequillo. De nuevo, vio que ambos lo estaban mirando y se levantó, moviendo la cola.
- ¿De dónde ha salido el bichejo? – preguntó Nirnarëth, acariciando al complacido animal. Dimahl rió levemente.
- No tengo ni idea... Me siguió desde que entré aquí. – hizo una pausa observándola atusar el flequillo del perro – Oye... ¿y qué fue de ti el resto de tu vida?
Ella miró con una sonrisa triste al perro mientras acariciaba los carrillos del animal, que aprovechó la cercanía para lamer fugazmente la punta de la nariz de Nirnarëth.
- Intenté suicidarme. Eso me marcó demasiado. Simplemente viví. - respondió
- Pero ochenta y cinco años es una vida muy larga para una humana. ¿Qué fue de ti?
Ella le miró divertida.
- Me preguntas como si fuera alienígena... – Dimahl le miró extrañado – Olvídalo... No me consideré digna de compartir mi vida con nadie.
- ¿Viviste sola toda tu vida? – le preguntó él anonadado. Rara vez conoció a un humano que fuera capaz de vivir una vida solo.
- Fui capaz de rechazar mi vida – Nirnarëth le miró con pesar – Compartirla hubiera sido un despropósito.
Dimahl miró a aquella dama con intensidad.
- Debió ser muy duro...
Aquellas palabras reverberaron en la memoria de Nirnarëth que, irónicamente, sonrió, acercándose a él.
- Bueno, mi vida terminó... – se puso de puntillas para acercar su rostro al de Dimahl, alternando su mirada entre sus ojos y sus labios – Tal vez sí debiera compartir lo que me queda... – Nirnarëth acarició suavemente la nariz de él con la suya, sin dejar de sonreír pícaramente. – Después de todo tu devenir está en mis manos, ¿no?
Dimahl retrocedió abrumado, mientras ella, riendo complacida, se dio la vuelta con gracia, empezando a caminar. Él sonrió suspirando.
- Hasta la vista, Dimahl. Ha sido todo un placer – Y Nirnarëth se alejó de él.
- El placer ha sido mío – susurró casi inaudiblemente el Nero
El perro miró cómo la mujer se alejaba de ellos, gimiendo lastimosamente y mirando a Dimahl. Éste miraba la máscara que el Arcángel le había entregado. Los vacíos ojos de aquel objeto le devolvieron las palabras de Nirnarëth. “...traicionarme a mi misma. Era como... vivir con una máscara”.
“No... Yo no lo haré”
- Eh – dijo el Nero, dirigiéndose al perro y flexionando el brazo en el que sostenía la máscara.
El animal ladró contento, saltando y luego agazapándose sin apartar los ojos de la máscara.
- ¡Atrapa!
viernes, 14 de diciembre de 2007
Memorial
Mi hermana dijo una vez:
“El Papá Andrés es eterno”
Yo era un niño. La creí.
Y al parecer, sigo siendo un niño, porque aun la creía. Quizás por eso me pilló tan de sorpresa.
Mi padre se define a sí mismo como el número uno, pero él y yo sonreíamos. Ambos sabíamos que no es así.
Lo eras tú, Papá Andrés.
Es curioso. Te conocía muy bien, y nunca he estado seguro de que porqué todos tus nietos te llamábamos así.
Y ahora te has ido...
Mi Papá Andrés es eterno, pensé, eso no puede ser.
Pero pasó. Y no hay lágrimas en el mundo que puedan explicar cómo me sintió.
Te fuiste sin sufrir, sin molestar. Lo tenías planeado, ¿verdad? Nunca te gustó molestar...
La mejor persona que jamás haya conocido. 85 añazos como 85 soles. Y un cuerpecito que, a pesar de ser pequeño y enjuto, tenía la fuerza de un roble y la vitalidad de un amanecer.
Siempre con historias que contar. Y siempre con un mensaje que dar. Por no hablar de lo manitas que eras. Todo, por estúpido o nimio que fuera; siempre tenías una solución ingeniosa para solucionarlo. Pero ahora te has ido. Y dejas tantas cosas por arreglar...
Dejas tantas cosas rotas...
Nunca había ido a un funeral... Ni siquiera al del amor de tu vida.
Allí, abrazado a tus fotos como un niño egoísta, sólo sentía rencor. Rencor hacia mí mismo por cada lágrima enjugada o por cada sonrisa que pueda esbozar durante el resto de mi vida, insultando tu pérdida. Rencor hacia el ignorante que, tras un altar, balbucea sobre tu persona sin tener ni idea de lo enorme que siempre has sido. Rencor hacia ese frío cajón de madera, que no es digno de guardarte para siempre. Rencor hacia el mundo, por seguir girando con esa cruel indiferencia. Un mundo que, tras apenas unos días sin ti, ya vale menos la pena.
Y así, dejando un legado de gente que te adorará siempre, te has ido.
En mi vida hube deseado con tanta fuerza que existiera un Dios. Un Dios que cumpliera lo que todos pensábamos: que mi Papá Andrés sea eterno. Pero no quisiera engañarme.
Si realmente existiera un Dios, no se te hubiera llevado de la tierra que tanto te ha necesitado. Que tanto te necesita. Que tanto se necesitará.
Así, el número uno se ha ido. Y nadie, jamás, podrá sustituirle.
Andrés Martínez Pérez, Andrés “El Armero”
Descansa En Paz
“¡Mi Papá Andrés es eterno!”
“El Papá Andrés es eterno”
Yo era un niño. La creí.
Y al parecer, sigo siendo un niño, porque aun la creía. Quizás por eso me pilló tan de sorpresa.
Mi padre se define a sí mismo como el número uno, pero él y yo sonreíamos. Ambos sabíamos que no es así.
Lo eras tú, Papá Andrés.
Es curioso. Te conocía muy bien, y nunca he estado seguro de que porqué todos tus nietos te llamábamos así.
Y ahora te has ido...
Mi Papá Andrés es eterno, pensé, eso no puede ser.
Pero pasó. Y no hay lágrimas en el mundo que puedan explicar cómo me sintió.
Te fuiste sin sufrir, sin molestar. Lo tenías planeado, ¿verdad? Nunca te gustó molestar...
La mejor persona que jamás haya conocido. 85 añazos como 85 soles. Y un cuerpecito que, a pesar de ser pequeño y enjuto, tenía la fuerza de un roble y la vitalidad de un amanecer.
Siempre con historias que contar. Y siempre con un mensaje que dar. Por no hablar de lo manitas que eras. Todo, por estúpido o nimio que fuera; siempre tenías una solución ingeniosa para solucionarlo. Pero ahora te has ido. Y dejas tantas cosas por arreglar...
Dejas tantas cosas rotas...
Nunca había ido a un funeral... Ni siquiera al del amor de tu vida.
Allí, abrazado a tus fotos como un niño egoísta, sólo sentía rencor. Rencor hacia mí mismo por cada lágrima enjugada o por cada sonrisa que pueda esbozar durante el resto de mi vida, insultando tu pérdida. Rencor hacia el ignorante que, tras un altar, balbucea sobre tu persona sin tener ni idea de lo enorme que siempre has sido. Rencor hacia ese frío cajón de madera, que no es digno de guardarte para siempre. Rencor hacia el mundo, por seguir girando con esa cruel indiferencia. Un mundo que, tras apenas unos días sin ti, ya vale menos la pena.
Y así, dejando un legado de gente que te adorará siempre, te has ido.
En mi vida hube deseado con tanta fuerza que existiera un Dios. Un Dios que cumpliera lo que todos pensábamos: que mi Papá Andrés sea eterno. Pero no quisiera engañarme.
Si realmente existiera un Dios, no se te hubiera llevado de la tierra que tanto te ha necesitado. Que tanto te necesita. Que tanto se necesitará.
Así, el número uno se ha ido. Y nadie, jamás, podrá sustituirle.
Andrés Martínez Pérez, Andrés “El Armero”
Descansa En Paz
“¡Mi Papá Andrés es eterno!”
lunes, 10 de diciembre de 2007
Fanarts: The end [EDIT II]
Damas, Caballeros, a no ser que alguien a últimisisima hora me envie algo, el plazo para el envío de fanarts del relato "Follow the Leader" queda finiquitado.
Así pues paso a exponer los últimos (que no por ello los peores :P ) que me han llegado ((SPOILER WARNING!!!)):
De Dev (por fin alguien dibuja al chico, puñetas!!! xD)
De Deed, una artista a la hora de dibujar manos del reves.... (ruego a los lectores que si encuentran algun fallo en este dibujo me lo comuniquen: resulta terriblemente placentero echarselos en cara xDDDD ) Me ha encantado, tontorrona x)
De Darja. Sin palabras ^^
De Vorian. Por alguna razon, insiste en que el dibujo no le gusta... (algun dia la asesinaré por tal afrenta...)
Y finalmente, el de Siltha. Me ha hecho mucha ilusión que hiciera esa escena :) Por cierto, Siltha me ha pedido que publique este mensaje:
"Este es el primer fanart que hago y la verdad es que supongo que un par de personas estarán moscas conmigo por no haber participado en sus concursos, así que aprovecho para pedirles disculpas públicamente porque ellas también se merecían mi esfuerzo. Pero el problema es que yo imaginación no tengo, y esto era "simplemente" dibujar lo que había en mi mente, pero en vuestros concursos de tiras y cabeceras la cosa se complica porque en mi mente no tengo NADA y me cuesta la vida imaginar... Besitos, que os quiero aunque sea una rancia del quince a veces. Miri, no eres la única que odia los fondos."
Fin del mensaje (Siltha, es un honor ser el primero ^^)
Bueno, en principio, esto es todo. Todos recibireis una copia del relato montado y encuadernado. No os se decir concretamente cuando, pero si de algo estoy orgulloso de mi mismo es por que siempre cumplo mi palabra. Intentare que sea un bonito regalo de Navidad :)
Por último, agradeceros a todos y a cada uno de vosotros que me hayais mandado estas pedazo de obras de arte; no os haceis a la idea de la ilusion que me han hecho.
En fin, me despido!
[EDIT]
Debido a sugerencias varias y al hecho de que el dibujo de Darja resulta que ya lo habia puesto (mi mente es una cacota...) he decidido que, ya que estoy, pongo TODOS los fanarts recibidos
El de Kei, muy sentido él
El primero de Dev, uno de los que mas ilusion me hizo :)
Secun, te juro que en cuanto escanee el tuyo lo cuelgo, palabra >,<
Pote, a ver si nos animamos, puñetas...
Bueno, eso...'^^
POR CIERTO! Vorian, Siltha, me vais a tener que pasar vuestras respectivas direcciones postales, para que os mande el relato de marras... '^^ NO ACEPTARE UN NO!!
Ala, ahora ya si.. U^^
EDIT II
Por fin puedo colgar el dibujo de Secun!!!
Se trata de un resumen del relato entero. Lo curioso es que... no recuerdo haber hablado ni de los espartanos, ni de naves de la guerra de las galaxias. De Chuck Norris si que hablé, si.... xDDDD
Y tengo noticias de que Pote tambien está colaborando, asi que habra un EDIT III, supuengo.... '^^
aaaaaadiox!
Así pues paso a exponer los últimos (que no por ello los peores :P ) que me han llegado ((SPOILER WARNING!!!)):
De Dev (por fin alguien dibuja al chico, puñetas!!! xD)
De Deed, una artista a la hora de dibujar manos del reves.... (ruego a los lectores que si encuentran algun fallo en este dibujo me lo comuniquen: resulta terriblemente placentero echarselos en cara xDDDD ) Me ha encantado, tontorrona x)
De Darja. Sin palabras ^^
De Vorian. Por alguna razon, insiste en que el dibujo no le gusta... (algun dia la asesinaré por tal afrenta...)
Y finalmente, el de Siltha. Me ha hecho mucha ilusión que hiciera esa escena :) Por cierto, Siltha me ha pedido que publique este mensaje:
"Este es el primer fanart que hago y la verdad es que supongo que un par de personas estarán moscas conmigo por no haber participado en sus concursos, así que aprovecho para pedirles disculpas públicamente porque ellas también se merecían mi esfuerzo. Pero el problema es que yo imaginación no tengo, y esto era "simplemente" dibujar lo que había en mi mente, pero en vuestros concursos de tiras y cabeceras la cosa se complica porque en mi mente no tengo NADA y me cuesta la vida imaginar... Besitos, que os quiero aunque sea una rancia del quince a veces. Miri, no eres la única que odia los fondos."
Fin del mensaje (Siltha, es un honor ser el primero ^^)
Bueno, en principio, esto es todo. Todos recibireis una copia del relato montado y encuadernado. No os se decir concretamente cuando, pero si de algo estoy orgulloso de mi mismo es por que siempre cumplo mi palabra. Intentare que sea un bonito regalo de Navidad :)
Por último, agradeceros a todos y a cada uno de vosotros que me hayais mandado estas pedazo de obras de arte; no os haceis a la idea de la ilusion que me han hecho.
En fin, me despido!
[EDIT]
Debido a sugerencias varias y al hecho de que el dibujo de Darja resulta que ya lo habia puesto (mi mente es una cacota...) he decidido que, ya que estoy, pongo TODOS los fanarts recibidos
El de Kei, muy sentido él
El primero de Dev, uno de los que mas ilusion me hizo :)
Secun, te juro que en cuanto escanee el tuyo lo cuelgo, palabra >,<
Pote, a ver si nos animamos, puñetas...
Bueno, eso...'^^
POR CIERTO! Vorian, Siltha, me vais a tener que pasar vuestras respectivas direcciones postales, para que os mande el relato de marras... '^^ NO ACEPTARE UN NO!!
Ala, ahora ya si.. U^^
EDIT II
Por fin puedo colgar el dibujo de Secun!!!
Se trata de un resumen del relato entero. Lo curioso es que... no recuerdo haber hablado ni de los espartanos, ni de naves de la guerra de las galaxias. De Chuck Norris si que hablé, si.... xDDDD
Y tengo noticias de que Pote tambien está colaborando, asi que habra un EDIT III, supuengo.... '^^
aaaaaadiox!
lunes, 3 de diciembre de 2007
Hope is...
Caminas por una senda.
Es muy oscura, y trastabillas muy de vez en cuando. Pero no importa. Conoces el camino.
No te importa a donde lleve.
No importa lo desasosegado o desasosegada que camines.
No te importa que odies ese camino y su final.
Lo conoces.
Y lo caminas.
Imagina... imagina que de pronto, aparece una luz. Una luz hermosa.
Una luz que ilumina otro camino.
Y de repente, te da igual tu camino de siempre. Esa luz ilumina algo mejor.
Lo sabes.
Lo sientes dentro de ti.
Y sigues a esa luz.
Recorres feliz ese camino. La luz trae consigo cosas hermosas. Caminarías el resto de tu vida por ese camino, ¿verdad?
Ahora imagina... imagina que, de repente, la luz se apaga.
¿Ahora qué es de ti?
Ya no estás en tu camino.
Estas a oscuras.
Estas solo o sola.
Estas perdido o perdida.
Y no tienes ni idea de si podrás salir de allí, Volver a la normalidad.
Entonces, otra luz aparece. Otra luz, quizás aun más hermosa que la anterior.
Pero ya no te sientes ilusionado.
Es más, tienes miedo.
Ya no caminas. Ya no te sientes feliz. Ya no confías en esa luz.
Ya no sabes qué será de ti.
Por último, juguemos a algo. Pongamosle un nombre a esa luz.
Llamémosla, por ejemplo...
Esperanza.
"Aléjate de mí, te lo suplico..."
"Aléjate de mí..."
Es muy oscura, y trastabillas muy de vez en cuando. Pero no importa. Conoces el camino.
No te importa a donde lleve.
No importa lo desasosegado o desasosegada que camines.
No te importa que odies ese camino y su final.
Lo conoces.
Y lo caminas.
Imagina... imagina que de pronto, aparece una luz. Una luz hermosa.
Una luz que ilumina otro camino.
Y de repente, te da igual tu camino de siempre. Esa luz ilumina algo mejor.
Lo sabes.
Lo sientes dentro de ti.
Y sigues a esa luz.
Recorres feliz ese camino. La luz trae consigo cosas hermosas. Caminarías el resto de tu vida por ese camino, ¿verdad?
Ahora imagina... imagina que, de repente, la luz se apaga.
¿Ahora qué es de ti?
Ya no estás en tu camino.
Estas a oscuras.
Estas solo o sola.
Estas perdido o perdida.
Y no tienes ni idea de si podrás salir de allí, Volver a la normalidad.
Entonces, otra luz aparece. Otra luz, quizás aun más hermosa que la anterior.
Pero ya no te sientes ilusionado.
Es más, tienes miedo.
Ya no caminas. Ya no te sientes feliz. Ya no confías en esa luz.
Ya no sabes qué será de ti.
Por último, juguemos a algo. Pongamosle un nombre a esa luz.
Llamémosla, por ejemplo...
Esperanza.
"Aléjate de mí, te lo suplico..."
"Aléjate de mí..."
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