Es de noche, y la luz de la luna ilumina el suelo y las enladrilladas paredes de un patio de luces de una urbanización cualquiera. Numerosos balcones de frío metal negro dan al mismo, pero no hay nadie asomado en este momento, solo algunas flores habitantes del algún tiesto esporádico, que, con sus pétalos cerrados, descansan. Todo está en silencio, y solo un descarado grillo lejano encandila con su chirrido a la fresca y delicada brisa nocturna.
De las sombras de los extremos del patio aparecen dos figuras humanas, caminando airosas la una hacia la otra: un hombre y una mujer.
Él viste una larga túnica de gala abierta negra sobre una camisa blanca con chorreras a la altura del pecho, que emergen de entre las solapas de la túnica, y en los extremos de las mangas. Una cinta roja aletea anudada cuidadosamente sobre el cuello de la camisa. Sus pantalones, también de corte victoriano, eran negros y terminaban a la altura de las espinillas, sobre unas medias blancas. Sus zapatos, de charol y acabados en una punta roma, eran igualmente negros. Sus cabellos eran castaños y llegaban hasta la base de su nuca, cubriendo el flequillo enteramente sus ojos.
Ella está en galanaza con un largo vestido de cadera ancha, todo de un blanco inmaculado, con una larga cola que, ondulante, se desliza sobre el sucio suelo. Un ceñido corsé perfila su fina cintura y eleva su generoso pecho. En sus hombros y muñecas la tela del vestido se ensancha, contrastando con la fina y transparente gasa que cubría sus brazos, aun insinuándolos. El vestido termina en una cinta que cubre parcialmente su mano, sujetada en un anillo plateado puesto en su dedo corazón. Sus carnosos labios están delicadamente maquillados de un color rojo intenso, y algo de colorete enrojecían sutilmente sus suaves pómulos. Sus largos y ondulados cabellos son castaños, al igual que los del hombre y dos mechones de su flequillo, de igual manera, cubren sus ojos por completo.
Ambos llegan a la altura del otro y se detienen.
Sonríen.
Sin mediar palabra colocan una mano en la cintura del otro y se toman de la otra, con firmeza solemne. No suena música alguna, y sin embargo, comienzan a bailar, a ritmo de vals.
Apenas hacen ruido, tan solo el de su zapateo y alguna risa ocasional. Pero el patio, a pesar de ser relativamente ancho, reverbera y amplifica los sonidos, y los vecinos no tardan en salir a ver qué ocurre.
El primero en asomarse es un señor calvo y orondo, que tan solo lleva una camiseta interior de tirantes, que no oculta su panza, y unos calzones largos. Al ver aquel par de danzarines comienza a reír, estaban haciendo el ridículo. Su risa se hizo más y más estridente, así que entró de nuevo en su casa para no llamar la atención. Intenta acomodarse en el sofá pero las piernas le fallan, la situación era tan hilarante que se sienta en un rincón, en el suelo, para seguir riendo. Nunca dejará de reír.
Una mujer se asoma después, vestida con un camisón rosa con estampados florales y una redecilla en el pelo. Ve a la pareja bailar y les acusa de locos, al no tener siquiera música con la que bailar. Entonces agudiza el oído y escucha un leve murmullo harmonioso. Éste, poco a poco, se convierte en música y la mujer suspira, adentrándose en su hogar. Pero, repentinamente, se detiene al escuchar la melodía a más volumen. Asustada, busca algún aparato de música oculto por todas partes, incapaz de identificar de dónde proviene, pero no encuentra nada Y la música no hace sino sonar más y más alto. Para intentar relajarse, hace lo que considera más lógico: comenzar a bailar. Bailar sin descanso, al son de una melodía que no dejará de oír jamás.
Otro hombre se asoma, vestido con pantalones vaqueros, botas negras y una chupa de cuero sobre una camiseta blanca. Observa a los bailarines con sorna, durante unos instantes. Giraban y giraban. Sus vestimentas parecían querer dibujar espirales en el suelo. Pero son incapaces de hacerlo, piensa. Son unos inútiles. El hombre entra en su casa y toma un pedazo de papel y un lápiz. Una tras otra, comienza a dibujar espirales, unas mejores que otras. Pero ninguna es perfecta. ¿Es el también un inútil?, piensa. Continúa dibujando espirales y sigue sin conseguir su objetivo. Se le acaba el papel, y pronto se ve obligado a dibujarlas en las paredes de su hogar, en sus mesas, escritorios y muebles. No son suficientes, aun no lo consigue. No le queda más remedio que comenzar a usar su propio cuerpo para dibujar espirales. Comprende que, aun así, nunca lo conseguirá, y emite un desgarrador grito de frustración.
La pareja continúa bailando mientras sonríen.
- ¿Lo oyes, mi amor? – dice él.
- Lo oigo, mi amor – dice ella.
- Ríen, bailan y gritan, mi amor.
- Bailan, gritan y ríen, mi amor.
- ¿No es como música, mi amor?
- Es como música, mi amor.
- Bailemos pues, mi amor.
No grave will hold me...
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5 comentarios:
Diox, lo que me ha costado describir los trajes gotico-victorianos de la pareja, leches xP
Espero que me hallan quedado minimamente bien '^^
ey, este es el que más me gusta de todos!! :D
sobre todo el diálogo final, es genial :3
(y los trajes te han quedado bien ^^)
Una historia brillante, tus historias cortas son geniales, sacas lo mejor de ti cuando eres libre de plasmar una idea sin preocuparte de la longitud, personalmente, ésta me parece de las mejores, es una idea muy buena y una historia muy visual.
La drescripción de los trajes te ha quedado muy bien, aunque se hace raro que el hombre no lleve peluca :-D
Podría ser perfectamente una historia de Sandman tiene esa atmósfera e incluso los personajes podrían ser eternos (Delirio y Desesperación) :-)
Es gracioso, cuando he leido el dialogo me han venido a la cabeza Gómez y Morticia Addams :-D
Muy bueno el relato, me ha gustado un montón. Y coincido con Sinkim en que tiene un aire Sandman.
Muchas gracias, chicos, mi paranoia va en decremento xD
Y no, Sinkin, estos personajes son MIOS y el combo de los dos son Locura (madness) hmf!! ;3
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