¡Bang!
¡Bang!
El cráneo del muerto que estaba sobre mí estalló. Afortunadamente cuando le di el cabezazo lo aparté lo suficiente como para que no me salpicara en la cara.
Reconocí aquellos disparos como de escopeta. Era un sonido inconfundible para mí, ya que desde muy pequeño acompañaba a mi padre a campeonatos semanales de tiro al plato.
Aparté el cadáver de mí y me incorporé. El otro muerto había caído también, con un boquete donde antes estaba su cara. Miré a mi salvador, que no era otro que Al, el tendero. Su escopeta, una Beretta de cañón superpuesto, me apuntaba directamente a mí.
- ¿Te han mordido, chico?
- No, Al, tranquilo…
Me examinó unos instantes, sin dejar de encañonarme. El mundo ahora era así. Si librabas a alguien de un ataque pero le habían mordido, debías hacerle el favor de ahorrarle la miseria de caminar como uno de ellos. Al siempre ha sido un buen tipo. Tal vez me hubiera dicho “lo siento” antes de disparar.
Una vez lo hubo creído conveniente, me tendió una mano. Me levantó con facilidad. Era un hombre corpulento, como mi padre, y un buen amigo suyo. Lamentó mucho su muerte. Una vez me levantó me siguió sosteniendo la mano, a modo de saludo.
- Ha estado cerca – me dijo.
- Sí, lo sé… – intenté no mostrarlo, pero estaba avergonzado.
- Ni se te ocurra hacerme darle a tu madre tu cadáver.
No creo que pudiera soportarlo. Yo tenía dos hermanas, Martha y Stelle, de 12 y 10 años más que yo respectivamente. Stelle estaba casada y tenía tres hijos. Un día, su marido y su hijo mediano, de cinco años, fueron a jugar a en una cancha de fútbol con buena visibilidad y rodeado por una valla metálica. Pero aquello no fue suficiente. Horas más tarde de su desaparición entraron, inusualmente juntos, renqueando en su casa. Mi hermana acabó con ellos pero no sin pagar un precio muy alto. Después de hundir la misma hacha de mano que colgaba de mi muñeca en sus cabezas, perdió totalmente la cordura. Como resultado acabó ahogando a su bebé de año y medio en la bañera, lanzando a su hija de ocho años por el balcón de su quinto piso, y por último saltando ella después. Puedo decir casi con toda seguridad por qué lo hizo: no quería volver a ver la imagen de alguien de su familia con la expresión vacía y macabra de los muertos.
Mi hermana Martha vivía sola en un apartamento cerca de casa. Desapareció hacía unos meses. No teníamos esperanzas de encontrarla.
Al permaneció unos segundos mirándome a los ojos.
- ¿Qué tal está tu madre?
- Anoche soñó con mis hermanas otra vez… Está cansada de vivir así, se le nota en los ojos…
- Es una lástima. Tiene unos ojos azules preciosos.
La tienda de Al había sido, creo, la única tienda de la Ciudad desde que estalló el brote. Los suministros llegaban por vía aérea cada mes. El ejército lanzaba enormes cajas con paracaídas una vez a la semana. Esto era señal, al menos, de que no se habían olvidado de nosotros, y de que nuestra situación, aunque fuera en comparación con las grandes ciudades donde aun se batallaba, fuera más sostenible. Así, los martes o miércoles de cada semana, en un punto aleatorio de la Ciudad, Al cogía un enorme carro y transportaba en varios viajes todos los suministros. La situación más lógica hubiera sido que cada vez que llegara la comida todos nos abalanzáramos como los mismos zombies, pero conseguimos alcanzar un consenso y acordamos que una sola persona se encargara de la distribución desde un único establecimiento. Al se ofreció voluntario.
Nos acercamos a la tienda de Al una vez me recompuse un poco. Aun así, no me llegué a relajar mucho. No a mucha gente le hizo gracia que Al fuera el único voluntario y la razón se hallaba en su tienda.
Una vez cruzamos el umbral de su puerta, me abrumó el olor que reinaba en todo el exterior, solo que más concentrado. El establecimiento se componía únicamente de una amplia cámara con un mostrador en el fondo y estantes en las paredes. La variedad de productos no era gran cosa: comida deshidratada o en lata, productos de higiene y poco más. De vez en cuando Al exploraba las casas cercanas que estuvieran vacías para coger las cosas que se pudieran aprovechar y que no proporcionara el ejército, principalmente relacionadas con el entretenimiento (libros, revistas, juegos de mesa…). En un mundo así, el entretenimiento es esencial para no perder la cordura.
Pero el olor no provenía de los productos, provenía de la razón por la cual la gente no le tenía mucho aprecio a Al. Al fondo de la tienda, detrás del mostrador, había un cubículo grande totalmente cubierto por una cortina. Aquella cortina, roja y tupida, no siempre estuvo ahí.
- ¿Qué quieres, hijo?
- ¿Tienes algo de sopa?
Fue a una de las estanterías del fondo y cogió un par de sobres de sopa de fideos deshidratada. Al pasar junto al cubículo cubierto se oyó un ruido en su interior. Al me sorprendió mirándolo fijamente.
- Aquí tienes. No dejes sola a tu madre – se le notaba arisco –.
- Gracias – respondí –. ¿Tú cómo estás?
- Ya apenas la oigo… – súbitamente pareció abatido.
Suspiró y miró al cubículo.
Poco después de que estallara el brote fue cuando el índice de mortalidad estaba en auge. La gente, confusa y asustada, se hacinaba en las carreteras, se encerraba en casas con poca protección o, simplemente, perdía la razón y salía a la calle intentando huir. La mujer de Al murió. Él perdió la razón.
Por eso guardaba su cadáver reanimado en el cubículo, completamente incapaz de separarse de ella.
Cambié de tema.
- ¿Qué sabemos del frente?
Junto con las provisiones el ejército informaba del estado de la batalla en una especie de periódico rudimentario impreso por algún aficionado militar.
- La batalla por la Capital parece que se ha recrudecido – se le veía agradecido por dejar de hablar de su mujer –. No ha habido bajas, dicen, pero no parece que vaya a acabar pronto. Los muertos siguen y siguen viniendo… Al menos siguen bastante lejos de la Provincia.
Puesto que el mundo, como ya he dicho, había perdido todo su sentido, muchos conceptos hasta entonces de sentido común, se fueron a la mierda también. Uno de ellos era la geografía. Abandonar el País no sólo era complicado físicamente sino virtualmente suicida. Así que, simplemente, optamos por dejar de llamar a los lugares por su nombre y pasar a conocerlos simplemente como Ciudad, Provincia, País…
En un mundo como este, si queremos sobrevivir, todos tenemos que pertenecer a la misma patria.
Me despedí de Al y me dirigí hacia mi casa.
Con el sobre de sopa en la mano me di cuenta de que empezaba a tener hambre. Me dio por pensar, como ya había hecho tantas veces, en si ese era el estado permanente de los zombies. Imaginé una vez más cómo tenía que ser vagar sin rumbo, sin un pensamiento en la cabeza, sin un recuerdo de tus seres queridos, aficiones, gustos o sentimientos. Sólo con la sensación de hambre insaciable en un mundo borroso y sin sentido.
Quizá fuera porque divagué demasiado, pero no me di cuenta hasta pasados unos segundos de que la puerta de mi casa, una vez llegué, estaba en el suelo.
Dejé caer la sopa, y subí el último tramo de las escaleras de tres en tres. Crucé el umbral a toda velocidad y me dirigí al pasillo. No me hizo falta llamar a mi madre a gritos.
En el fondo del pasillo había un zombie, el cadáver de un hombre, que renqueaba con lentitud, dándome la espalda. Delante de él estaba mi madre, en el suelo, retrocediendo a trompicones hasta dar con la pared. No me vio. Él tampoco.
Una milésima de segundo antes de que la ira ciega se apoderara de mí opté por no usar la 9mm, ya que no sólo podría herir a mi madre, sino que haría demasiado ruido. Así el hacha de mano y me abalancé a toda velocidad. Con un rápido arco hundí el hacha en el cráneo tres veces. Tiré de él con mucha más fuerza de la necesaria para que cayera al lado contrario de donde se encontraba mi madre.
Podía notar los martillazos de mi corazón taladrando mis sienes. La vista se me había nublado y estaba algo mareado de pura rabia. En lugar de comprobar en silencio si el cadáver emitía el más mínimo signo de haber sobrevivido me dediqué a patearle la cabeza hasta que su cráneo no era más que pulpa amorfa que salpicaba las paredes de mi casa al igual que mi ropa.
- ¡¿QUÉ QUERÍAS, EH, HIJO DE PUTA?! – grité.
Me mantuve mirando al muerto jadeando hasta volver en mí. Miré a mi madre y me horrorizó ver que su expresión de terror no había desaparecido. Me miraba a mí.
Suspiré, solté el hacha de mi muñeca y la dejé caer. Le tendí una mano a mi madre pero, ya fuera por el shock o por alguna otra razón que no me apetece plantearme, tardó en cogerla unos segundos.
- ¿Estás bien? – le dije.
- Sí, hijo, no te preocupes…
La ayudé a levantarse y la miré a los ojos.
- ¿En qué cojones estabas pensando, mamá? ¿Cómo te has dejado acorralar así? – realmente no era propio de ella; era más fuerte que yo en muchos sentidos.
- Yo… no sé, cariño… – su voz sonaba queda y rota; sus ojos estaban húmedos.
No hizo falta que dijera nada más. La estreché entre mis brazos sabiendo de sobra en qué… en quién estaba pensando. Mi madre no tenía fuerzas ni para levantar los brazos. Estaba temblando.
- Acuéstate, mamá. Yo limpio esto…
Permanecimos abrazados unos instantes más, después de los cuales se marchó a su cuarto aun conmocionada. Esperé a verla entrar y volvía mirar al zombie caído. Parte del contenido negruzco y viscoso de su cráneo destrozado aun se derramaba lentamente sobre el suelo del pasillo. Limpiar todo aquello iba a resultar costoso, así que me dirigí a la cocina no sin antes propinarle una patada en el pecho. Algo crujió.
Después de dejar caer el cuerpo por el balcón (esta vez no venía nadie) cogí una de las garrafas de lejía que nos quedaban en la galería. El suelo de toda mi casa estaba salpicado por enormes manchas de corrosión a causa de la lejía que usamos para desinfectarlo cada vez que se da un Allanamiento. Hacía tiempo que nos acostumbramos a que el olor de la lejía entrara directamente al cerebro.
Volví a la escalera de mi edificio a coger los sobres de sopa y me asomé a la habitación de mi madre.
- ¿Te preparo la cena, mamá?
- No tengo hambre…
Lo suponía. Dormía muy mal últimamente y se merecía descansar.
Fui a la cocina y cogí un cazo. Antes de llenarlo de agua miré la hora. Eran las siete y media de la tarde, así que lo llené de agua y encendí el gas para que hirviera. Las compañías de luz, agua y gas seguían funcionando pero sólo en determinados intervalos horarios que equivalían a los periodos entre los cambios de guardia de algunos soldados especializados en los edificios correspondientes. De esta manera no sólo se racionaban agua y gas en un periodo en el que no era fácil renovarlos, sino que se impedía que un puñado de hombres sin experiencia militar permanecieran demasiado tiempo en un mismo edificio.
Terminé de hacerme la cena y la puse en un plato. Luego, puse este en una bandeja de plástico y me fui a cenar al sofá de la sala de estar. Era curioso cómo, después de años sin emisión, seguía cenando con la mirada fija en el televisor apagado.
Después de terminarme la sopa coloqué el plato en el fregadero y volví a mirar el reloj. Tendría que fregar al día siguiente.
Aquella noche me fui pronto a mi cuarto, no sin antes recoger el hacha de mano que había dejado caer en el pasillo. Saqué apuntes de microbiología de segundo curso de biología y los abrí por una página al azar. Si el mundo no se hubiera ido a la mierda, yo estaría ya dos años licenciado en esa carrera, por la Universidad de la Provincia. Evidentemente ésta no estaba en funcionamiento, o al menos no se me había hecho saber. La educación en la cuidad, por lo menos, se limitaba a enseñar a leer, a escribir y a sobrevivir.
Puesto que ya era noche cerrada encendí la lámpara de mi escritorio así como el mp3 conectado a altavoces, todos ellos funcionando con batería cargada a las horas adecuadas. Puse un disco del grupo Disturbed a un volumen moderado por si mi madre me llamaba y releí por enésima vez mis apuntes escritos a mano. Entorné la puerta de mi cuarto, para que el ambiente fuera menos tétrico.
Empecé a estudiar biología por vocación, ya que lo tuve claro desde que era muy pequeño. Siempre me habían gustado los bichos. Ahora me servía de distracción y para comprender en parte a… otros bichos. No me servían para deducir el método de acción de lo que fuera que provocó el brote y tampoco pretendía investigar al respecto. Pero ciertas asignaturas o temas me ayudaron a comprender algunas de las características de los muertos vivientes.
El rigor mortis por ejemplo. El hecho de que los zombies se muevan con lentitud y torpeza se debía a que los músculos de sus miembros motores estaban rígidos, como ocurre con los cadáveres ordinarios. Este proceso se debe al principio de que los músculos, y no sólo los humanos, requieren energía no sólo para contraerse, sino también para distenderse. Es por ello que los zombies, con su aparato digestivo muerto e infuncional, no obtenían energía al comer y se tenían que desplazar con unos miembros que apenan les respondían.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que empecé a bostezar. Recuerdo que aun sonaba Disturbed. Concretamente, su canción Prayer.
Oí un ruido.
No grave will hold me...
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7 comentarios:
Este ha sido bastante más largo, ¿no? Pero mola, mola.
Un poco cruda la historia de la familia. Y la de Al. Pero así es como sería si hubiera un brote de estos, así que bien conseguido.
Muy tétrico el relato...
Y eso del biólogo y Disturbed... ¿Coincidencia?
Lo de Al me ha matado, es buenísimo...
P.D: Palabra de verificación: evbzkin (Parece vasco)
waaaaa k jenial te kedo un poko mas largo k antes pero esta jenial la historia de al me rekordo a alguien pero no se akien XD y esta jenial XD
-
El tendero Al le puso el toque tetrico/obscesivo a la historia... y que buen toque O_O
Ains, yo no se porque presiento que nuestro chico terminará por experimentar por si mismo el rigor mortis -_____-U
Realmente me entristece que solo quede una parte por leer, porque te ha quedado una cosa bruta.
ciao!
No me gusta señalar los fallos pero...
"...nuestra situación, aunque fuera en comparación con las grandes ciudades donde aun se batallaba, fuera más sostenible..."
Algo me falla ahí, creo.
Por lo demás, me ha gustado bastante. El detalle de Al que haperdido la cordura con lo de su mujer, pero que al mismo tiempo la mantiene y la extraña cotidianeidad que tiene el relato.
guau como mola...me uno al grupo de gente q aprecia la historia de Al. También me ha encantado la reflexión sobre cómo sería ser un zombi
En otro orden de cosas: creo que no he entendido muy bien lo como racionan la luz y el agua. No tiene mayor importancia, pero le quita algo de comprensión al funcionamiento del Mundo
solo puedo decirte una cosa...
eres un maestro!!!!!!
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