Johan comenzó a caminar por delante de ella, hacia el ala
este de la planta baja. Se detuvo frente a la única puerta doble del interior
de la casa. El relieve dibujado en esta le llamó la atención a la soprano: representaba
un ángel femenino con las alas extendidas y cuyo rostro carecía de ojos. Una
mordaza cubría su boca. Christine quedó impresionada.
-
¿Me estás llevando a tus mazmorras? ¿Antes de invitarme
a una copa, siquiera? – dijo.
Johan la miró con una sonrisa y
le guiñó un ojo.
-
Algo así.
Sacó de su bolsillo una llave larga de cobre y la introdujo
en la cerradura, que quedaba a la altura del vientre del ángel del relieve. Y
lo que ocultaban aquellas puertas hizo que Christine se sobrecogiera.
Las puertas se
abrieron a una estancia amplia, más larga que ancha, y con el techo alto, casi
a la altura del del hall. Al
contrario de la entrada, el suelo de esta cámara era de mármol gris, a
excepción del camino que llevaba desde las puertas al fondo, que era de cuadros
de mármol blancos y negros y estaba flanqueado por sendas filigranas doradas.
Este camino llegaba hasta un órgano, tan grande como el propio de una catedral
gótica, con una banqueta de madera frente a él tapizada con terciopelo granate.
Sin embargo, los típicos tubos de metal que emergen sobre sus teclas para
emitir el sonido se angulaban hasta alcanzar las paredes laterales de la
habitación, hundiéndose en éstas. En cada una de dichas paredes un total de 4
columnas sostenían el techo. Y en todas había esculpido un cuerpo con rasgos
femeninos, que daba la impresión de querer escapar desesperadamente del pilar
de roca fluida. Su rostro, al igual que el de la puerta, no tenía ojos, pero
tampoco cabellos, y su boca estaba abierta en una mueca que cabalgaba entre el
dolor, la tristeza y la furia. Y sobre el cuerpo principal del órgano,
esculpido donde se abrían los tubos de metal, un ángel similar al del relieve
de las puertas pero sin mordaza, parecía entonar una nota musical sorda con los
brazos abiertos a sus compañeras de los pilares. Aquella imponente figura
parecía dirigir aquel singular coro. Daba la sensación de que mantenía
atrapadas a las desgraciadas esculturas. Parecía ser la fuente de su dolor.
Christine se llevó una mano a la boca, atónita, mientras se
adentraba en la cámara. Examinaba con detenimiento las expresiones de los
cuerpos de las columnas, despacio, temiendo que el sonido del eco de sus pasos las turbara. Finalmente,
se detuvo al fondo, frente al ángel, enmudecida por su escalofriante
majestuosidad. La piel de la soprano se erizó.
-
Esto es… es increíble…
-
Aun no has visto lo mejor – dijo Johan.
Dicho esto se sentó en la banqueta y la miró mientras hacía
el ademán de crujirse los dedos riéndose.
Comenzó a tocar una pieza muy conocida: la segunda aria de
La Reina de la Noche, posiblemente la pieza más conocida de la ópera de Mozart La flauta mágica. Pero era extraño. En
lugar de oir el sonido de un órgano, aquel instrumeno sonaba con voces
femeninas. Cada nota parecía sonar desde la boca de cada uno de los cuerpos de
piedra que emergían de las columnas. La segunda aria de la Reina de la Noche
era conocida por ser terriblemente difícil de cantar para una soprano. Las
pocas que lo consiguen se denominan “de coloratura”, capaces de cambiar de nota
con su voz a una velocidad pasmosa. Pero en aquel momento parecía que cada una
de las mujeres de piedra esculpida de aquella sala se hubieran puesto de
acuerdo para cantar aquella pieza. Christine continuaba enmudecida con el
asombro. Su ensimismamiento terminó cuando Johan, repentinamente, se detuvo y
chasqueó la lengua.
-
Fallan los agudos más altos… ¿Probamos con algo más
grave?
La soprano no dijo nada.
Johan entonces comenzó a tocar otra pieza muy conocida: la
sonata Claro de Luna, de Beethoven. Su comienzo, lento y lúgubre, sobrecogió a
Christine, inundando su mente con un terror tan primitivo como irracional.
Aquella sala, de paredes lisas y brillantes. Aquellas notas, de voces
fantasmagóricas. Aquellas estatuas, como espectros atrapados entre dos mundos. Un
hombre, prácticamente desconocido, decidido a transportarla con aquella
hipnótica melodía a un lugar que parecía encontrarse entre la vida y la muerte.
Aquella atmósfera parecía estar llamándola, y podría decirse que el macabro
espectáculo que estaba presenciando resultaba extrañamente hermoso y atractivo.
Tal vez fuera eso lo que más la aterraba.
Su pecho comenzó a acelerarse, a medida que la música
continuaba y el siniestro coro entonaba su cantar. Christine era una mujer con
los pies en la tierra. Sabía que, pensándolo detenidamente, no había nada que
temer en aquella sala, que no había nada que fuera a hacerle daño al oír
aquella sonata. Sin embargo un miedo imposible de explicar, comparable al de la
más común de las fobias, la embargaba hasta el punto de necesitar salir de
allí. Afortunadamente para ella, esto no pasó desapercibido para Johan.
-
¿Christine? – dijo, dejando de tocar.
-
Yo… – balbuceó
con voz queda – Por favor, quisiera… salir de aquí.
-
Por supuesto – respondió al instante, contrariado – ¿Te
ocurre algo?
-
¿Qué es este lugar? – dijo ella una vez hubieron
salido. Su respiración aun era agitada.
-
Lo mandó construir mi padre hace décadas – contestó
Johan –, obsesionado con su pasión por la voz de una soprano que le encandiló.
Johan hizo una seña a su mayordomo, que instantes después
volvió con una pequeña bandeja de plata con dos copas de champagne. La depositó
en una mesa cercana y se retiró.
-
¿Pero cómo…?
-
Mi padre siempre me contaba un cuento por las noches.
Me decía que el ángel del órgano era mi madre, que falleció cuando me dio a luz
a mí. Me contó que su amor por ella era tal que consiguió atrapar su alma en
aquel órgano. Mi madre era una soprano con una voz angelical, y por eso se
manifestó de la forma que has visto. Pero mi padre me decía que era una mujer
caprichosa y altiva, y que atrapó consigo a más almas para que cantaran con
ella. Lo hizo, según parece, para poder quedar por encima de ellas por toda la
eternidad.
>> Me gustaba pensar que mi madre me cantaba cada vez
que mi padre tocaba y gracias a eso desarrollé la misma pasión por la música
que mi él. La historia perdió un poco de romanticismo cuando descubrí que
realmente no es más que un ingenioso mecanismo diseñado por mi padre. El aire
despedido por las teclas del órgano es modulado por un dispositivo que se
encuentra en el cuello del ángel. Si te hubieras fijado hubieras visto una
pequeña compuerta que se puede abrir. Tengo que revisarlo, has notado que los
agudos están empezando a fallar, ¿verdad?
Christine le escuchaba hablar, y el embeleso de oírle hablar
sobre la romántica historia de aquel órgano la relajó un poco.
-
Nunca había visto nada así, ha sido… Era fascinante
pero… no podía dejar de pensar en que parecían voces de otro mundo.
Johan rió.
-
No quería asustarte. Acepta mis disculpas y un sorbo de
buen champagne.
El hombre cogió las dos copas de la bandeja y le ofreció una
a la mujer. Ambos las alzaron para brindar.
-
Por que las voces de ultratumba no vuelvan a
molestarnos – dijo él con una sonrisa.
-
Serás idiota… –
rió ella.
Tras el brindis, ambos bebieron de sus copas. Varios
segundos después, Christine Betancourt cayó muerta al suelo.
Instantes después el mayordomo llegó con una mesa camilla,
al tiempo que Johan dejaba su copa en la mesa y alzaba el cuerpo inerte de la
soprano. Tras depositarlo en la camilla dijo:
-
Prepáralo todo, Ron.
Johan volvió a la sala del órgano, dirigiéndose con paso
resuelto a la estatua del ángel. Apoyándose en el taburete, alcanzó el cuello
de la escultura y abrió la pequeña compuerta. Retiró entonces un pequeño
compartimiento de su interior y salió de la sala.
En el fondo del hall
de su mansión, tras las escaleras, había una puerta oculta, ahora entreabierta
pro el mayordomo. Esa puerta se abría a un quirófano pequeño, pero
completamente equipado. El mayordomo esperaba a Johan vestido con una bata
blanca y con otra igual en sus manos, que ofreció a su amo. Tras ellos, el
cuerpo sin vida y desnudo de Christine yacía en una mesa se operaciones.
Johan se preparó y comenzó a operar, mientras el mayordomo
se retiraba. Con un bisturí y un pulso propio de su profesión, cortó el cuello
de la soprano y seccionó su laringe, extrayendo el segmento que contiene la
epiglotis y el aparato fonador. Limpió bien el tejido con suero fisiológico y
lo depositó en un pequeño cuenco metálico. Seguidamente tomó el compartimiento
que sacó del ángel y lo abrió.
Había en su interior un segmento similar al recién extraído
de Christine, pero en peor estado. Con destreza, Johan sustituyó ambos y
conectó el de la soprano a los diversos electrodos que contenía el pequeño
mecanismo del compartimiento. El total de la operación no llevó más de un par
de horas.
Emocionado, Johan volvió a la sala del órgano, agarrando con
fuerza el dispositivo que encerraba parte de la garganta de Christine
Betancourt. Una vez estuvo de nuevo frente al ángel, lo depositó con delicadeza
en su cuello, hasta oír el clic que confirmaba que el mecanismo había encajado.
Ronald se encontraba junto al órgano.
Johan comenzó a tocar. De nuevo, eligió la segunda aria de
La Reina de la Noche, y escuchó satisfecho cómo cada nota era entonada a la
perfección. El coro del órgano entonaba una música extrañamente alegre que
contrastaba totalmente con la atrocidad que la había hado vida.
Una vez hubo terminado, el mayordomo habló.
-
He repuesto el suero fisiológico del dispositivo,
señor. El mecanismo mantendrá al tejido vivo y funcional durante varios meses
más.
-
Excelente, Ronald – dijo Johan mientras se levantaba
del taburete –. Vamos al jardín a celebrar el funeral de la señorita
Betancourt.
Ambos hombres volvieron al quirófano a recoger el cadáver de
Christine con la intención de enterrarlo.
-
Ron, dime – dijo el cirujano de camino al jardín –
¿Cuál es la siguiente ópera interesante de la temporada que viene?
-
Precisamente, señor, va a haber una representación de La flauta mágica aquí, en París, en dos
meses. La cantante principal es una joven promesa del canto bello llamada
Marine Cerine.
-
¡Perfecto! Recuerda reservar un palco, ¿quieres?
-
¿Le mando un ramo de flores de su parte a la señorita
Cerine?
-
Tú siempre tan atento, Ronald.
7 comentarios:
Que final!!!!!! supremo, sencillamente supremo!!
sigue escribiendo, eres lo maximo
Aaaaaahhh, qué mamonazo! Me lo veía venir, nada más ver (bueno, leer, pero era como si lo estuviera viendo ^^) las almas en pena de los pilares, iba sufriendo y pensando "Christine, muy confiada vas tú con el pirado este de las flores..." Me ha encantado ^^
¡Muchísimas gracias a ambas! =D
Como siempre, excelente!
Ya te lo dije in-person... sabes que me encanta, sobre todo esa frialdad con la que ella muere ^^
Muy buena andrés, me ha encantado. En parte te lo esperas, por lo siniestro de toda la historia. Pese a eso lo resuelves el final con sarcasmo y eso le da la nota de humor que faltaba en una historia muy negra.
Me ha gustado mucho y sobre todo, el final.
Tréveron, increíble!
Macabro, pero taaan genial!
Sigue así ^^
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